Perseguir a unos, educar a otros

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El autor es periodista. Reside en Santo Domingo.

A principio de esta semana, las autoridades anunciaron un logro que justifica un motivo de orgullo para el Gobierno y la complacencia de la población. Me refiero al decomiso de más nueve millones de gramos de drogas de variadas especies durante lo que va del cuatrienio presidencial de Luis Abinader.

Lo informado por el vicealmirante José Manuel Cabrera Ulloa, presidente de la Dirección Nacional de Control de Drogas, representa una esperanza de que al fin se está combatiendo la nefasta práctica del narcotráfico. De este modo se detendrá o disminuirá el consumo de drogas.

La droga hace rico a quienes la trafican, pero corroe las esencias de la humanidad, trastorna la familia y convierte a los individuos en seres inútiles. Es el vicio con mayor capacidad de generar perturbación social del que se tenga conocimiento. Se trata, la adicción a la droga, de un problema que genera problemas.

Las cifras de la “mercancía” ocupada en los últimos tres años, según aseguró Cabrera Ulloa, mediante una rueda de prensa ofrecida en la sede principal de la Policía Nacional, “superan siete veces la cantidad de drogas decomisadas en los últimos 4 años previos a la presente gestión”. Y es mucho lo que ha dicho el oficial naval.

¿Dónde iba antes tanta droga? Pues sencillamente, al seno de la población, a dañar jóvenes, a provocar violencia y descomposición. Cuando no tiene dinero para adquirir el nocivo producto, el drogadicto recurre al plan que fuere para conseguirlo. Primero roba en su casa y vende objetos familiares, luego extiende el alcance de su acción a otros ámbitos.

Procede comparar datos para una justa dimensión de lo anunciado por las autoridades. En los cuatro años previos al 2020, sólo fueron ocupados un millón 600 mil gramos de drogas.

Todo indica que hay un cambio de actitud gubernamental respecto del combate a este flagelo: no es lo mismo ahora que antes.

Frustrar la acción de los narcotraficantes es fundamental para frenar la distribución del poderoso medio de dañar personas. Lo segundo -quizá lo primero- ha de ser educar a niños y jóvenes sobre la malignidad del despreciable vicio. Hacerle difícil el trabajo a los traficantes ya constituye un logro a considerar.

El rechazo social al narcotraficante es una responsabilidad de los ciudadanos decentes, que somos mayoría.

No aceptar su participación en la política ni en acciones comunitarias puede ayudar a estos individuos a rectificar. Entre tanto, procede saludar el impedimento de que la droga llegue a la víctima y la persecución de quienes se dedican a tan nefasta operación.

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