Balaguer no socializaba el perdón

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EL AUTOR es médico siquiatra. Reside en Santo Domingo.

Atilio Guzmán se murió sin saber los desahogos sexuales de Balaguer los domingos entre un cuarto de hora, con el mismo patrón sexual en New York. Font Bernard se murió sin entender el por qué Balaguer escogió a Pedro Santana para el panteón, pero negó a Duarte como referencia a imitar. Rafael Corporán se murió sin entender el por qué Balaguer lo apoyó para síndico y no le dio los recursos; dejándole ahogarse y terminó sin la Ciudad del Niño.

Roberto Santana no pudo entender la trampa de Balaguer: lo apoyó y por detrás le negó los recursos para que perdiera en San José de Ocoa. Tampoco los de la intimidad: Bello, Páez y Bello Andino, creyeron que le conocían, pero se confundieron con la última petición en agonía del presidente Balaguer: “Entregar mi corazón y ponerlo en la tumba de mi padre.”

Los de apegos intermedios y los más lejanos, menos le conocieron. Ni siquiera su dilatado amor, la señorita Cracita de Castro Mejía, una mujer digna, académica, de una referencia exquisita, se murió sin entender al Balaguer evitativo que se angustiaba cuando se le hablaba de apego prolongado, de vínculos y de sentido de pertenencia.

Las muchachas de la UASD, de clase media y alta que pretendían al joven soltero y codiciado Balaguer, no entendieron la preferencia por las mujeres de bajo perfil, morena, amasaditas y de cabeza poco amueblada. Se murieron sin conocer ni entender al pulcro, austero e inteligente presidente Balaguer.

Ahora, en agonía post muerte del presidente uno cercano y lejano a la vez, Fernando Álvarez Bogaert, víctima de la actitud pasivo-agresiva del presidente, afirma que Balaguer le pidió perdón por las cosas que se le hizo, pero ahora Balaguer no está para responderlo; sin embargo, no es la conducta esperada de un hombre como Balaguer, que no pidió perdón ni a los que le exigieron la identidad y el apellido; ni a los desaparecidos durante su dictadura de los doce años de su gobierno cuando decía: “son incontrolable, incorregible y salvaje”, pero nunca pidió perdón.

Álvarez Bogaert debe saber que pedir perdón es una actitud emocional positiva y altruista, propia de una persona afectiva que maneje la compasión, la espiritualidad y las emociones humanas, para valorar la condición existencial por encima de las razones políticas.

Joaquín Balaguer era un hombre que confundía, y por sus rasgos de personalidad, atraía los enemigos, desapegaba y mantenía en vilo a los de dentro, negociaba y seducía a los independientes. Nadie como Balaguer conoció la miseria humana: “Sabía del hambre de estómago y del hambre espiritual” de sus conciudadanos y, de allí, manejaba mejor que cualquier psiquiatra el esqueleto y cuerpo del político dominicano.

Pero, no todo era luz para Balaguer; un hombre pequeño, psicópata al lado del jefe Trujillo le conocía: Johnny Abbes le decía al jefe en tono bajo y curso lento, mirando a Balaguer “jefe ese no es nuestro, no le crea que no es de fiar”. Abbes le conocía, tenía el tacto y la intuición natural de saber quién puede ser su víctima y de quienes mantenía distancia, siempre y cuando conozcan sus hábitos. Font Bernard preguntaba sobre la personalidad de presidente Balaguer, mirando a los lados, y tocando el borde de la mesa, con las puntas de los dedos decía: “tú conoces al presidente, diagnosticaste a Trujillo, dime de Balaguer, háblame de sus incongruencias y de su psicología en conocer la miseria del dominicano”.

Balaguer tenía inteligencia emocional, social y cognitiva, para conseguir propósitos y alcanzar metas; pero como todo egocentrista no validaba ni reconocía, ni le daba importancia al que le servía como para dimensionarlo más allá de la necesidad de él; ni para pedirle perdón por las trampas a la que le sometió. Para Balaguer, el puesto, el estatus, el poder y sus hermanas eran la importancia, no el humano. Nadie entendió, porque un par de enanos y un par de perros, y el retrato de la virgen en el frente, eran símbolos en lo que él y solo él se entendía a sí mismo. Bogaert, Balaguer no socializaba el perdón.

 

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