Te esperaré debajo del samán
Todo el que lo veía se admiraba de su corpulencia y sobre todo de su longevidad. Su tamaño y su vitalidad contrastaban con su edad. Todos deseaban llegar a vivir sus largos años. Aquel enorme samán se convirtió en la envidia de los depredadores del bosque. Su misteriosa senectud era objeto de escepticismo. Sin embargo, aquel árbol gigantesco se había tornado tan interesante que todos anhelaban sentarse sobre su tronco colosal a regocijarse de su gran majestuosidad y a guarecerse del sol bajo su generosa sombra.
Aquel hermoso árbol de hojas lujuriantes, de un verdor tan exquisito que disimulaba discretamente su ancianidad, estaba situado a un lado del camino viejo llamado De la Reina, por donde cada año hacía su recorrido la procesión de devotos a la santa Virgen María Reina de la Paz. Además de esta peregrinación no faltaba el cortejo de mujeres jóvenes de la comunidad, quienes haciendo gala de sus bellezas y de sus dulces sueños, se acercaban al agraciado árbol y acariciando su linaje pronunciaban calladamente aquel excelente poema en ofrenda al samán del ilustre poeta caraqueño Andrés Bello:
«Árbol bello, ¿quién te trajo a estas campiñas risueñas que con tu copa decoras y tu sombra placentera? Dicen que el dulce Dalmiro, Dalmiro aquel que las selvas y de estos campos los hijos no sin lagrimas recuerdan, compró de un agreste joven tu amenazada existencia; en este alcor, estos valles, viva su memoria eterna».
Un joven apuesto, con aire de gran juglar, observa aquella escena de la hermosa dama frente al samán y descifrando los movimientos de los labios color carmín de aquella beldad como si hubiese sido esculpida por las manos prodigiosas del gran escultor de la antigua Grecia llamado Agasio de Éfeso, y reponiéndose del sorpresivo y agradable obsequio de ver aquella mujer, dándole gracias al samán, le vino a su milagrosa memoria un bello poema de Oscar Carrasquel, del cual recita algunas líneas:
«Allí estás como un paragua vegetal samán centenario de mi pueblo. Recostado a una fila de pared del estadio de la Villa Vestigio del antiguo paisaje de “La sabana”. Tus raíces, en una época, fueron humedecidas por unas verdísimas lágrimas del valle…Deshojando recuerdos infinitos, aportando tu sombra a los nuevos habitantes. Y abriendo tus frutos al vuelo de mariposas y pajaritos errantes, que revolotean en tu tupido ramaje».
El samán que provoca hermosos versos articulados en voces de hombres cantándoles risueños a la mujer que estalla en suplicas, no frente al famoso Samán de Güere, a quien Humboldt exaltó y luego fue declarado monumento nacional y al cual Venezuela rodeó de elementos de su Independencia. Este samán que descubren mis alucinaciones es el que corona la belleza y le da explicación al amor inacabable, «el que no muda de grosor ni de forma».
La joven dama que musitaba ilusionada prosa de Bello frente al samán en ningún momento concibió que ante este árbol subliminal apareciera un bardo dispuesto a seducir su desolado corazón.
La presencia de aquel joven frente al samán de mi relato y la aparición de aquella hermosa joven en desolación amorosa suspirando seducción provoca en aquel árbol prodigioso y bello que se tomen y caminen asidos de sus trémulas manos en una forma de ritual sentimental y maravilloso, en lo que lo inesperado en el amor tiene su sorprendente y agradable función para entrelazar los sinsabores misteriosos del corazón y de las almas tiernas que suelen acomodarse esperanzadoras debajo de los árboles frondosos de la naturaleza y de la vida, mientras —como dice el poema— «las hojas caen bailando… y las palomas mensajeras con aleteo de grandes recorridos dejando sombras marcadas en letras de nubes blanquecinas lanzando poemas de amor».
Así fue como aquel mirífico samán situado en el camino de las procesiones y de las pasiones amorosas pudo vencer la angustiosa tristeza de aquella linda joven que se recostó un día sobre el robusto tronco del árbol en ruegos amorosos y luego pudo escribir sin miedos ni temores sus cartas de amor al hombre de sus deseos cristalizados una tarde de atrevimiento y de dulces devaneos en cuyo sublime momento ambos se dicen el uno al otro: «Te quiero para siempre. Te quiero y te lo digo. Devuélveme la vida metamorfosis del clavel. Estamos juntos amor. Cosas del amor».
JPM

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