Special report: recuerdos de una dolorosa experiencia juvenil

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EL AUTOR es periodista.

Antiquísima foto del parque central de San Cristóbal.

De tiempo en tiempo vienen a mi mente los recuerdos de los  momentos de incertidumbre que viví a principios de la década del 70 cuando sufrí una fractura de tobillo en una época en que por razones laborales  y de simple vigor juvenil no podía quedarme sentado en mi casa.

Se trató de un prolongado y sentido episodio que me dejó huellas físicas y mentales y que es merecedor de ser incluido en las memorias personales que algún día escribiré, aunque interesen únicamente a personas de mi círculo personal.

En la época en que ocurrió mi problema (1971, 1972 o 1973, no recuerdo bien) residía en San Cristóbal y laboraba en Santo Domingo en Radio Clarín como redactor periodístico, cumpliendo una jornada  de 10 de la mañana a 4 de la tarde. Todavía no había adquirido mi primer automóvil y me trasladaba diariamente a la Capital en uno de la docena de carros públicos entonces existentes y que cobraban 50 ó 75 centavos por ruta.

PLINIO B. MARTINEZ

Estando en el parque Central esperando uno de esos carros pasó mi amigo Plinio B. Martínez, a la sazón reportero de Radio Mil, residente en Sainaguá, sección a dos kilómetros de San Cristóbal, quien también se dirigía diariamente a la Capital a realizar su labor periodística, a la cual se incorporó años después de yo haber iniciado la mía.

Martínez, muy vigoroso, se trasladaba a Santo Domingo en una diminuta station  wagon que había adquirido no sé cómo y en la cual solo cabían el chofer y un acompañante. Llamado por él ocupé el asiento vacío  esperanzado en que en media hora más o menos me dejaría en la puerta de Radio Clarín, entonces ubicada en la prolongación de la Avenida México, tramo entre la Tiradentes y la Abraham Lincoln.

Por eso días  la vieja autopista de San Cristóbal a Santo Domingo –construida después de la muerte del Generalísimo Rafael L. Trujillo- estaba sometida a un proceso de reconstrucción que requería una nueva capa de afirmado y el vaciado de abundante material pedregoso.

Inmediatamente salimos de San Cristóbal, Martínez –a tono con su carácter impetuoso- se desplazó a gran velocidad por la vía y a tres kilómetros, casi al llegar al peso de camiones de Hatillo, nos volcamos hacia el lado derecho en una hondonada justo donde luego funcionó lo que se llamó restaurante Monte Verde. (Martínez falleció en SD hace alrededor de diez años)

FRACTURA

Plinio B. Martínez.

Perdí el conocimiento por algunos segundos y lo recuperé al tiempo de advertir que estaba siendo sacado del vehículo cargado por personas que presenciaron el accidente. Pero cuando esto ocurría, me di cuenta de lo peor: mi pie derecho se movía de izquierda hacia derecha, y viceversa (no de arriba hacia abajo, como es lo normal), lo que era una clara señal de que había sufrido una fractura.

Mi reacción inmediata fue soportar el pie derecho, a la altura del tobillo,  con mi mano izquierda, inmovilizándolo, posición en la que fui montado en un carro público (Miguel “el Manso” le decían al chofer) y llevado velozmente a la clínica San Cristóbal. Como dos horas pasé en la misma forma, soportando el pie con la mano izquierda, de manera que no se moviera, a la espera del médico ortopeda, doctor Rafael Camasta, quien llegó al mediodía y tras la radiografía de rigor (que determinó fracturas en la tibia y peroné) me enyesó.

El suceso, en el que Martínez salió ileso, tuvo poca trascendencia pública, pero obligó a recluirme en mi casa, porque una fractura de esa índole afecta las columnas de soporte del cuerpo, que son las piernas y tarda buen tiempo en ser superada.

TRAUMA

Con poco más de veinte años entonces, cuando la energía de la juventud estaba en su más alto nivel, tuve que reducir casi totalmente mis movimientos, especialmente los sociales. Pero como al mes tuve que reintegrarme al trabajo en la emisora capitaleña, yendo (provisto de unas muletas de madera que me consiguió el amigo doctor Tomás Virgilio Mateo) en los mismos carros públicos, que tomaba en la esquina de mi casa en la céntrica Avenida Constitución, frente al edificio de Correos y Telégrafos,  y me depositaban a las puertas de la planta radial.

A las 4 de la tarde, a la salida, me iba al parque Independencia en un vehículo de la empresa y ahí tomaba el carro público de retorno a mi pueblo.  Pero muchas veces regresaba a San Cristóbal en el automóvil del entonces  intimo amigo Temístocles Metz, por esos momentos corresponsal de El Caribe, quien laboraba en la mañana en el Palacio de Justicia de esa localidad y casi diariamente iba de tarde a la oficina de prensa de Radio Clarín a redactar las noticias sancristoberas que llevaría al diario matutino, con sede en la calle El Conde número 1.

Por esos años el parque Central de San Cristóbal era el eje de las actividades nocturnas de la juventud y había que visitarlo  todos los días. Fue al mes del accidente que volví a visitarlo, bajando desde mi casa en  los coches tirados de caballo que existían desde mucho tiempo atrás  y que desaparecieron con la modernidad que trajo el motoconcho.

Por esos días mi preocupación era quedar cojo, por lo cual mi convalecencia fue de mucha preocupación.  Pero a poco descubrí que bajar en coche y con muletas era atrayente a algunas jóvenes y más adelante  adquirí conciencia de que las mujeres, cuando quieren, no hacen caso a menudencias de cojera.

Fueron, en definitiva, casi cuatro meses de incertidumbre que no quisiera se repitieran, ni siquiera ahora que somos más sosegados y menos activos.

josepimentelmunoz@hotmail.com

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