Los cangrejos humanos
Les voy a narrar una lección que aprendí hace muchos años de un pescador de Guayacanes, al que apodaban Pelicán.
Pelicán solo sabía de mar; entendía muy poco de letras, según confesaba con algo de pesar. Pero a pesar de ello, era mucho lo que tenía que enseñar y solía hacerlo con agrado, sin ínfulas de sabiduría, con un lenguaje coloquial, a veces, incluso, tímido. Lo único que le oí afirmar un día con un poco de orgullo era su capacidad de trasladar de una casa a otra un hormiguero, con unas oraciones que había aprendido de sus antepasados y también con oraciones, sobre las huellas de un animal, sin necesidad de verlo, sacarle todos los gusanos a un becerro o caballo agusanado en una herida.
En cierta ocasión que fui a quedarme un fin de semana en la casa de playa de mi hermano Frank, en Guayacanes, me encontré con Pelicán acomodando los cangrejos que iba pescando en una caja. Estaba nublado y se escuchaban truenos lejanos retumbando los cielos, relámpagos deslumbrantes y rayos delineando caprichosas líneas geométricas en el cielo. Al parecer, ante la proximidad de la lluvia los cangrejos iban abandonando sus cuevas y con una gran agilidad, Pelicán los tomaba de sus tenazas para evitar que le hicieran daño y los colocaba en la caja de cartón.
Para mí era algo extraño, lo que me llevó a preguntarle por qué los dejaba en una caja abierta. ¿No se le escaparán? –insistí ante su extraña tranquilidad.
-No – me respondió Pelicán, demostrando seguridad en su afirmación.
-Pero Pelicán, mire cómo se esfuerzan por ser libres. En un rato ahí dentro no quedará ninguno –insistí yo.
Pelicán sacudió la cabeza reafirmando su negativa y luego sonrió.
Después me señaló, al tiempo que colocaba otros dos cangrejos en la caja: -Hace mucho tiempo aprendí que cuando en un cubo hay al menos dos cangrejos, mientras uno intenta trepar al borde, el otro tira de él hacia abajo, impidiéndole escapar.
Tras comprobar la veracidad de la afirmación de Pelicán, me puse a pensar que hay mucha gente que tiene una manera de ver las cosas y actuar de forma muy parecida a la del cangrejo. Cuando alguien realiza una actividad o desempeña adecuadamente una función que le fue encomendada, los hombres cangrejos son muy ligeros y críticos. “Comete muchos errores” –se aventuran a decir de manera alegre y precipitada, llegando hasta afirmar: “Yo podía haberlo hecho mucho mejor”.
Cuando un estudiante saca buenas notas en una materia, sus compañeros acangrejados afirman secretamente que eso fue una chepa, y esperan que falle de manera notoria en el siguiente examen.
Siempre que un hombre cangrejo escucha un comentario positivo sobre otra persona, le falta tiempo para enunciar todo lo que él considera que son defectos, errores o acciones reprochables en dicha persona.
Los hombres cangrejos siempre se están comparando con los demás de manera ventajosa y a todos superan con mucho, según su punto de vista.
Cualquier persona que comience a cosechar triunfos en su trabajo o en el ejercicio de su profesión es visto por ellos como una gran amenaza y comienzan a organizarle trampas para que se resbalen y caigan. Los hombres cangrejos solo son felices si pueden tirar de esa persona y conseguir arrojarla al fondo.
Los hombres cangrejos son individuos frustrados. Se sienten mal y no toleran ver que alguien desarrolla con éxito actividades en las que ellos no se atrevieron ni siquiera a intentar incursionar. Pero aun así son capaces de lanzar críticas despiadadas y afirmaciones aventuradas.
“Yo no me explico qué clase de profesional es ese que piensa y actúa como si fuera analfabeto” –afirman-. “Si yo hubiera estudiado la misma profesión, ese a mí no me llegara ni a los tobillos” –se dicen a sí mismos convencidos y parecen creerse.
Los hombres cangrejos son personas infelices. No soportan el éxito ajeno y llevan una terrible carga de frustraciones. La única posibilidad para ellos de alcanzar la felicidad es lograr olvidarse de sí mismos, despojarse de su gran egoísmo y ante el posible triunfo de una persona, en lugar de criticarla y tirar de ella hacia abajo, procurar darle un empujoncito o, al menos, un poco de ánimo para que siga adelante con su esfuerzo.
Si sucede así, no solo se sentirá mejor y agradecida la persona a quien estimularon a seguir adelante o impulsaron, sino sobre todo ellos mismos, que estarán dejando de ser hombres cangrejos, para convertirse en hombres de verdad.
JPM
Mi querido Dr, que magnífica enseñanza nos da usted con esta historia que nos regala, muchos hemos Sido así alguna ves en la vida y hemos retrocedido un poco en nuestro camino al éxito por actitudes como estás. Gracias a Dios que muchas veces también podemos dar reversa y hacer las cosas mejor que ayer porque tenemos un camino de aprendizaje. Tiene usted razón que debemos olvidarnos de nosotros mismos para seguir adelante en nuestro proceso.
EXCELENTE ENSEÑANZA…!FELICITACIONES DOCTOR!
Cuando adolescente,utilizando poemas de José Ángel Bueza,trozos de canciones de Danny Rivera ( tu alma golondrina),Marco António Muniz ( yo sé que te ha dicho que no valgo nada) ,etc,me levanté la más bella flor de mi pequeño pueblo.
Mi contrincante,el jóven cangrejo, atinó a decir que cómo era posible que me la hubiese levantado yo que tengo los ojos verdes,cuando los ojos de él eran azules.