La dimensión política y visión crítica de la integración en la región (IV)

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EL AUTOR es diplomático. Reside en Santo Domingo.

La historia de América latina y el Caribe en los dos últimos siglos ha sido, en buena medida, la historia de la confrontación de dos proyectos  antagónicos.

El Panamericanismo que alcanzó su expresiónn más acabada en la doctrina de John Quincy Adams, aplicada por James Monroe, “América para los americanos”; y el Latino americanismo o boliviarismo, cuya síntesis más vibrante quizá sea aquella del apóstol de la independencia de cuba, José Martíí, cuando dijo: “desde Rio Bravo hasta la Patagonia hay un solo Pueblo: América”.

Así, lo que en el pensamiento de Francisco de Miranda, Simón Bolívar, José Martí, (y en la etapa contemporánea el maestro Juan Bosch), constituía  un ideal,  se ha convertido con el discursar del tiempo en una cuestión de vida o muerte. Un proyecto para la segunda independencia de los pueblos de nuestra América: O nos unimos o perecemos, condenados al subdesarrollo, tal es el dilema.

De modo que, en la historia de América Latina y el Caribe, la idea de la integración es tan antigua como el propio movimiento de independencia e institucionalización de los estados nacionales, pero ha quedado frustrada, limitada o torcida en su rumbo,  debido a divisiones, caudillismos, visiones estrechas y fragmentadas. Concepción inequívoca compartida por grandes trataditas sobre el tema.

La iniciativa  e intención de crear una gran nación cuya extensión abarcara toda la región de Latinoamérica y el Caribe, venía desde Miranda, quien ideó el nombre de Colombia para la que pudo haber sido una prodigiosa Patria latinoamericana.

Simón Bolívar, el gran libertador independentista, en la carta de Jamaica (1815),  expresa: “Es una idea grandiosa pretender formar de todo el mundo nuevo en una sola nación con un solo vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo”. Ya que tiene un mismo origen, una lengua, unas costumbres y una religión, deberían, por consiguiente, tener un solo gobierno que confederase los diferentes Estados que hayan de formarse».

Sin embargo, debemos observar que en esa noble visión primaria de unión latinoamericana, los Estados caribeños orientales no estaban representado en esa definición cultural, por lo que,  más allá de la lengua y la religión debe tomarse en cuenta el territorio como premisa para la gran unión, y,  así el  Caribe oriental seria parte integral de esa histórica perspectiva integracionista, el gran sueño Bolivariano.

Bolívar  llamó a la unidad política de las recién liberadas fracciones del imperio español. Además, intento darle forma a esa unidad política convocando al Congreso Anfictiónico de Panamá, (1826), que procuraba una unión o confederación de las ex colonias.

Para ello, tuvo que  enfrentar la oposición de los países hegemónicos de la época, a los que con profunda y precoz visión señaló como los futuros responsables de obstruir el avance y desarrollo de los pueblos americanos.  En esencia, aquí está la sabia que pretendió unir a las ex colonias en su lucha de resistencia frente a los afanes hegemónicos de las potencias coloniales

No obstante, en el Congreso Anfictiónico de 1826 no  prevaleció la idea estratégica de la necesidad de unidad e integración política y económica de la región, para que sirviera de fortaleza y balance  frente al resto del mundo y en particular al expansionismo estadounidense.

En términos políticos, los principales próceres de la independencia, como Bolívar y Martí llamaron la atención sobre la función de balance de fuerzas  que hace posible la independencia.  Es decir, la integración es también un mecanismo, para la independencia y el “equilibrio de poder”.

La integración de mercados es uno de los mecanismos ponderados, ya que permite desarrollar economías de escala y ello incentiva  la productividad y competitividad de los países miembros, elevando su posicionamiento en el mercado mundial. A su vez potencializa su capacidad de concertación, en  lugar  de las desventajas que representa negociar en solitaria, bilateralmente con las grandes potencias.

La integración es clave para el crecimiento de las economías,  porque nos permite amplificar las escalas, dotarnos de mayor eficiencia basada en la especialización de las áreas más competitivas. Es evidente, que el déficit de integración ha provocado que la región no haya superado en las últimas cuatro décadas el umbral de 5% del comercio mundial.

Lo cual indica,  que no ha crecido lo suficiente en término de calidad y valor agregado de sus exportaciones,  para garantizar una mayor inserción en la división internacional del trabajo, que le permita diversificar las exportaciones y aprovechar nuestras ventajas comparativas. Con el agravante, de que sus exportaciones  están fundamentada en materia prima y productos primarios lo que le ha impedido estar vinculado a los polos más dinámicos del comercio mundial.

En este contexto, juega un rol importante debatir en el marco de la Organización Mundial del Comercio, (OMC),  sobre las dificultades que genera el arancel escalonado, que se refleja cuando pagamos más arancel por un producto manufacturado que por productos primarios. Lo que se traduce en una desmotivación de la industrialización en perjuicio del avance de nuestras economías.

Otro aspecto relevante de este proceso es que no es de sabio visualizar  la integración en función de la simple actividad comercial, cuando el impacto llega a múltiples áreas de interés público, como es el caso de las infraestructuras  productivas,  carreteras, túneles, ferrocarriles, etc.

Lo que sin duda constituye un valioso aporte a una de las áreas mas sensibles en la cadena de producción, como el transporte, que cuando no es eficiente termina encareciendo los procesos productivos nacionales y, por vía de consecuencia, sacando de competencia a la región. De la misma manera, están los activos sociales y culturales que se potencian en el contexto de la integración.

Seamos conscientes que, nadie se salva solo, y tomando en cuenta los zigzag y las adversidades del dilatado proceso de integración, la misma está requiriendo de un jalón, de  un juicio crítico de caras a superar la mirada cortoplacista del proceso,  a los fines de enfrentar apropiadamente los históricos problemas estructurales de infraestructuras, energías, telecomunicaciones y el gravísimo problema de baja inversión en la investigación científica, la ciencia, la tecnología y la educación.

La integración debe ser incluida en un acápite de la constitución, de modo, que su desarrollo e institucionalidad no dependa de los intereses coyunturales de los gobiernos. Así, se blindará el proceso de las influencias negativas foráneas y de los conservadurismos internos que obran en perjuicio del avance de los pueblos. Permitiendo garantizar que el proceso integracionista se desarrolle de conformidad con los intereses nacionales y regionales.

Por consiguiente, es tiempo de que el ciudadano latinoamericano y caribeño se empodere y levante su voz por la integración, lo que implica demandar de sus legislaciones normas que obliguen a los gobiernos a sumar a la integración y, a su vez,  apoyar la unión de los pueblos y países de la América morena de Martí.

JPM

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