Fin de año

 

No sé por qué desde que se inician las dos últimas semanas del año la gente se vuelve como loca. Si uno va a un supermercado a comprar con urgencia algún producto que requiere para la comida o la cena, tiene que hacer mil peripecias para desplazarse por los pasillos atestados y después se ve obligado a perder media hora haciendo fila frente a una de las cajas registradoras.

Las personas llenan los carritos de enlatados y alimentos frescos como si pretendieran borrar los efectos de un hambre ancestral o esperaran un tiempo de vacas flacas. Y si se va a una tienda de corte norteamericano las cosas son peores aún. Allí se encuentra uno con que enloquecen a los visitantes con las ofertas más inverosímiles.

Desde arbolitos navideños y luces de colores que solo se usarán por dos o tres semanas y cuestan como si fueran a ser útiles durante toda la vida; animales inflables; Santa Claus de todos los tamaños que hablan y hacen movimientos incitando a comprar de todo, después de una risa gruesa y fingida, e invitan a los niños a esperar los regalos que les dejarán por haberse portado bien.

En las tiendas nacionales las cosas no son mejores. Si bien no hay Santa Claus, se encuentra uno con las figuras de los tres Reyes Magos a los que los niños deben escribir cartas solicitándoles los regalos que creen merecer por haber sido obedientes o haber obtenido buenas calificaciones en el primer trimestre del año escolar.

La diferencia entre Santa Claus y los Reyes Magos es que Santa Claus, sabedor de estar en las tiendas de ricos promete llevarles a los niños regalos costosos sin necesidad de que estos se los pidan. Entretanto, a los Reyes Magos, que se encuentran en tiendas menos lujosas, hay que escribirles solicitándoles lo que se cree merecer y después recibir la aprobación de estos, porque si el niño se ha portado mal, de nada le sirve pedir y el haberse portado bien, tampoco es garantía de ser complacido, porque reciben tantas solicitudes que están obligados a satisfacerlas de acuerdo a sus posibilidades.

Para aquellos niños a los que no visitó Santa Claus ni les dejaron juguetes los Reyes Magos, en el país que, es mayormente de gente pobre, se han inventado la Viejita Belem, que como es muy viejecita y camina despacito siempre llega con retraso, a pesar de solo llevar con ella juguetes pequeños y baratos.

No sé hasta dónde sean justificables las compras alocadas de navidad ni si proceda alimentar la fantasía infantil con las historias de Santa Claus, los Reyes Magos y la Viejita Belén.

Se me ocurre más sensato sentarse a la mesa con  papel y lápiz y analizar la mejor forma de distribuir el doble sueldo de diciembre, sin olvidar la conveniencia del ahorro; y en cuanto a los niños, estimular en ellos la creatividad, los buenos sentimientos y los principios que luego los conviertan en hombres de bien.

jpm

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