El alto costo de la lealtad

 

 

 

La lealtad, quizás el sentimiento de mayor valor para los seres humanos de cualquier edad, religión, género o condición social, es la única explicación lógica que yo encuentro al evaluar las acciones y opiniones de tres de los políticos mas carismáticos del momento, cuando analizaron y actuaron en consecuencia -cada uno por separado- en el escenario electoral de Estados Unidos al 8 de noviembre.

 

Dos de ellos son dominicanos, pero el tercero es el presidente de Estados Unidos y por tanto el hombre con mas influencia para cambiar el rumbo electoral de este país. Y si a su participación se le suma la magnética presencia de su esposa, la Primera Dama, no hay dudas de que se estaba haciendo un esfuerzo notable en favor de la candidatura demócrata. Barack Obama bajó del pedestal que la historia le reserva como gran árbitro de la nación, para convertirse en un simple activista de una candidatura que ni siquiera es la suya propia. Y con ello arrastró a su esposa al cieno de la informalidad institucional.

 

Mientras que doña Margarita Cedeño, vicepresidente dominicana, en un acto nunca antes registrado, grabó un spot de televisión para apuntalar la candidatura de Hillary Clinton, al momento que su esposo, Leonel Fernández, ex presidente del país y actual presidente del partido de Gobierno (PLD), nos ofreció un inusual y entusiasta análisis electoral, donde la candidatura demócrata a él le lucía imbatible, con un 84%, frente a un discreto 16% del candidato republicano.

 

Disentir del político dominicano con mas sentido común y uno de los grandes conocedores de política internacional, es sin duda una labor un tanto engorrosa. Pero, apelando a lo que ya es una práctica en mi persona, es decir, analizar libremente y con mis modestas herramientas, los planteamientos políticos del doctor Fernández, trataré de poner en contexto los audaces razonamientos del experimentado líder dominicano, a la luz de los resultados ya conocidos.

 

De entrada, admito que soy admirador y en cierta forma seguidor de Leonel Fernández, así como de doña Margarita, su esposa. Los considero -a ambos- de futuro promisorio en el firmamento político dominicano; y no creo que exagere si establezco que los dos pueden llegar a ser presidentes del país.

 

A mi manera de ver los hechos, ambos políticos actuaron de común acuerdo y hasta es posible que doña Margarita haya recibido la anuencia previa del presidente Medina para grabar el desdichado spot de televisión que tanto ha llamado la atención. En mi mente, no cabe la posibilidad de que una “persona de Estado” pueda actuar inconsultamente; muy especialmente en momentos en que el actual embajador norteamericano se encuentra bajo la lupa de la opinión pública, por sus imprudentes entrometimientos en asuntos privativos de los dominicanos y sus autoridades.

 

Nadie podrá justificar jamás esta incursión del Poder Ejecutivo dominicano -en la persona de la señora vicepresidente- en asuntos tan propios de la ciudadanía estadounidense, como lo es la decisión electoral en las urnas. Esto es simplemente una burda injerencia, que nos deja muy mal parados al momento de exigirle al embajador Brewster la compostura que nunca ha tenido y que tanto hemos criticado.

 

Sobre el análisis que hizo el presidente Fernández, le he dado todas las vueltas posibles, tratando de entenderlo. Su fuente primera parece ser el Pew Research Center, una prestigiada institución de investigaciones sociológicas, pero que recibe fondos de los mismos que promueven la candidatura de la Clinton. Solo hay que ser un poquito avispado para desconfiar de los datos que publican los que están detrás de los candidatos; aunque hay que admitir que Fernández hace su propia interpretación de los datos expuestos por Pew, que de paso considero absolutamente incorrecta.

 

Pero hay algo que el presidente Fernández parece haber obviado en su análisis y es lo que explica la discordancia de su opinión con los resultados. Los latinos no es verdad que tenemos fuerzas suficientes para cambiar  el rumbo de las elecciones. Esa es una apreciación de los líderes locales, que ante la necesidad “ganar” a como de lugar, sobrevaloran la presencia nuestra en las urnas, para inducirnos a apoyarlos.

 

Vayámonos hasta las elecciones de 2008, donde Barack Obama -un senador que nunca se distinguió por votar responsablemente en ninguna instancia- cautivó el voto de las minorías como nunca antes lo había logrado candidato alguno. Cerca del 80% de negros, hispanos, asiáticos e indígenas se decantaron por el senador sepia; pero Obama no ganó por eso. Obama obtuvo el triunfo porque 53 millones de blancos votaron por su discurso prometedor. Los restantes 15 millones de votos, pues sacó 68 millones en total, le llegaron del sufragio combinado de las minorías que describo mas arriba.

 

El error está en creer que porque las minorías votaron en masa, tienen el poder de decisión; no hay nada mas absurdo que tal conclusión. Pero además, quien desee cifrar las esperanzas en el voto latino, debe entender que una cosa es nuestra presencia en este país y otra muy diferente es nuestra participación en las urnas.

 

Conociendo yo la sobriedad de análisis de Fernández y la sinceridad de sus conclusiones, tengo que reconocer su desacertado pronóstico, no como un yerro mayor sino, como un intento de responder solidariamente a alguien que él considera su amigo y/o aliado. Creo que Leonel Fernández solo pensó en ayudar a los Clinton y nunca previó que su credibilidad como analista sería afectada por la realidad de los acontecimientos.

 

Ojalá que valga la pena el desprendimiento de mi líder, cuando pone en juego su prestigio para ayudar a la causa de un aliado, porque de cualquier manera, eso habla muy bien de su lealtad. De lo que no estoy seguro es de si los Clinton se merecen el sacrificio.

 

De Barack Obama, ya hablaremos en lo adelante; pues es evidente que él tiene intereses muy diferentes a los de Leonel y Margarita; que merecen ser tratados por separado.

 

¡Vivimos, seguiremos disparando!

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