Después del trabucazo de la Independencia (y 3)

En los primeros días de marzo de 1844 los conservadores soslayaban cualquier línea ética para aplastar a los trinitarios, en un juego político trampantoso.

Algunos del grupo reaccionario actuaban de frente y otros de manera solapada, pero todos tenían implicancias en labores que conllevaban a entregar a una potencia extranjera la soberanía nacional.

Esos que así actuaron nunca les interesó la suerte del pueblo dominicano, pero tampoco pusieron atención al apotegma de Napoleón Bonaparte cuando reflexionó que “la gloria es fugaz, pero la oscuridad es para siempre”.

Entre ellos sobresalía Pedro Santana Familias, que pronto puso en práctica su condición de guerrero, pero también su infinita maldad. Sólo se sentía cómodo con los replicantes y asilvestrados que apoyaban su insaciable voluntad de poder.

Santana Familias llegó tan lejos en su crueldad que se convirtió en el principal verdugo de la familia Duarte, piedra angular de la Independencia Nacional.

Mientras ese era el ambiente de crispación en el país, en Haití trabajaban aceleradamente con la vana pretensión de ocupar de nuevo el territorio nacional.

Es que en la mente de los dirigentes de ese país vecino seguía teniendo importancia vital el predominio de las bayonetas, que en otros términos y para diferentes circunstancias describió de modo panorámico el ensayista de temas históricos Jonathan Brown.

El día 7 de marzo de 1844 el presidente haitiano Charles Hérard inspeccionó miles de soldados para comprobar que estaban preparados para lo que él pensaba sería aplastar a la recién nacida República Dominicana.

Ese mismo día, en tono atrevido, y creyendo que protagonizaría “un paseo militar”, advirtió a los dominicanos que si no se sometían al imperio de su voluntad lanzaría en su contra un ataque furioso y sin piedad, con nivel equivalente a “toda la venganza nacional”.

Pensando que el pueblo dominicano se llenaría de pavor ante sus graves amenazas ordenó al día siguiente que la marinería haitiana bloqueara los puertos dominicanos.

No fue más que una bravuconada que no pudo llevarse a cabo ni siquiera en la parte este de la bahía de Anse- á-Pitre, en los límites marinos de Pedernales, ni en la bahía de Manzanillo, a este lado de la línea marítima de su comuna Fort-Liberté, que son los puntos acuáticos más cercanos entre ambos países; el primero en aguas del mar Caribe y el segundo en el océano Atlántico.

El día 9 de marzo de 1844 la Junta Central Gubernativa le hizo saber, en los términos más enérgicos, al mencionado gobernante haitiano que el pueblo dominicano no cederá a sus ilícitas y provocadoras pretensiones.

Esa declaración era una reiteración de lo que ya se les había dicho a los haitianos en el manifiesto del 28 de enero del indicado año,  en el sentido de que los dominicanos tenían la “indestructible resolución de ser libres e independientes, a costa de nuestras vidas y nuestros intereses, sin que ninguna amenaza sea capaz de  retractar nuestra voluntad”.

Hay que suponer que la actitud resuelta de los dominicanos debió ser algo acibarado para el paladar del presidente Hérard, pues  de inmediato declaró bajo juramento, y de manera iracunda, que iba  a “ahogar en su cuna la hidra de la discordia que ha osado levantar cabeza en la Parte Este”.

Ese mismo día 9 de marzo de 1844 treinta (30) mil soldados haitianos, formados en tres divisiones, partieron con talante violento hacia el territorio dominicano, cruzando la llamada raya fronteriza,  que era la que dividía los dos países, tanto por las zonas terrestres como por las barreras naturales de ríos y arroyos.

Valga la digresión para decir que muchas décadas después se modificaron los límites fronterizos, pues los gobiernos de Horacio Vásquez y Rafael Trujillo cedieron a Haití porciones importantes del territorio nacional.

Los combatientes invasores de aquella época tomaron tres rutas que consideraron  estratégicamente imbatibles para sus propósitos:

Diez (10) mil soldados de los más entrenados tomaron rumbo por los caminos de la zona de Las Caobas, en dirección a Las Matas de Farfán y San Juan de la Maguana.

Igual cantidad de hombres bajo las armas se dirigieron por los trechos de La Descubierta, Jaragua, Neiba y sus aledaños.

Por el norte miles de tropas haitianas pretendían asaltar Montecristi, Guayubín, Puerto Plata, Santiago y todas las aldeas, comarcas y pagos de esa parte de la República Dominicana.

Estaban imbuidos con la consigna creada por el susodicho presidente Hérard de que en pocos días estarían “en las puertas de Santo Domingo”.

Los resultados de lo que ocurrió luego permiten afirmar que se trató de un craso error, pues los dominicanos, aunque estaban en desventaja militar, hicieron un uso formidable de la caballería y de su mortífera arma blanca, causándoles a los haitianos derrotas en cadena, en la mayor parte de los combates que durante 12 años se libraron en tierra dominicana.

El 13 de marzo de 1844 se produjo el primer enfrentamiento entre dichos invasores y el pueblo dominicano.

Esa acción bélica se desarrolló en el lugar conocido como Fuente del Rodeo, en los contornos de Neiba. A ese hecho de armas se le conoce como “el bautismo de sangre de la República Dominicana”.

Así describió esa gloriosa página en defensa de la soberanía nacional el general Rudesindo Ramírez: “El bravo Nicolás Mañón disparó el primer tiro en estas comarcas en la Fuente del Rodeo y el invicto mártir Fernando Tavera dio la primera sangre para consagrarla…”

El general y presidente Charles Hérard no se imaginó que sus ataques armados a la República Dominicana formarían parte principal del principio del fin de su breve etapa como principal jefe de su país.

En su obra titulada De Dessalines a Duvalier el historiador inglés David Nicholls puntualiza al respecto que:

“La derrota militar en el este, el descontento negro en el norte lidereado por el general Thomas Héctor y Deputé Bazin, y la revuelta militar piquet en el sur, junto con las actividades subversivas de los ex partidarios de Boyer, llevaron a la caída del Gobierno de Hérard”. (Editora Búho, 2021.P179).

Después se produjeron dramáticos acontecimientos políticos, económicos, sociales y militares en los dos países, que deben ser analizados de manera individual, atendiendo a lo que se conoce como la casuística, para que las presentes y futuras generaciones tengan una mejor perspectiva del pasado dominicano.

jpm-am

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7 meses hace

todavía sigo preguntando si está documentado el número de soldados muertos y heridos en ambos bandos en esa sangrienta lucha entre haitianos y dominicanos. quiero datos reales o estimados que estén registrados, no suposiciones.