Danilo, Leonel y la reelección

Aunque la Constitución dominicana prohíbe la reelección presidencial y hay dirigentes del PLD que parecen estar dispuestos a hacerle resistencia a cualquier intento de reforma en este sentido -sobre todo en razón de que se sienten extrañados del poder-, la verdad es que la posibilidad de que se arme un proyecto en tal dirección en el futuro inmediato -a juzgar por las declaraciones sobre el tema de gente muy vinculada al presidente Danilo Medina- no puede descartarse totalmente. Los proyectos reeleccionistas, como es harto sabido, independientemente de que se acaricien o no desde el principio, casi siempre se empiezan a orquestar a partir del segundo año de gobierno tras múltiples expectativas contradictorias, y alcanzan su mayor nivel de organización y beligerancia política básicamente cuando se está en la “curvita de la Paraguay”: en la irreversible e inquietante distancia temporal de doce meses respecto de la fecha de las elecciones en pauta. En otras palabras, el licenciado Medina -que ha dicho que en 2016 aspira a irse para su casa, pero muchos se resisten a creerle dada la experiencia histórica al tenor- tiene tiempo de sobra tanto para “cocinar” la cuestión en el laboratorio íntimo de su propia conciencia como para dirimirla en los engranajes orgánicos del partido y de la sociedad. Y algo, eso sí, es absolutamente ciert si no se sitúa definitivamente en talante de procurar un período más de gestión, establecería en el país -todavía no se sabe si con gloria o sin ella- un precedente histórico. En efecto, si no se decide a buscar la reelección no es simplemente que el licenciado Medina entraría al exclusivísimo “club” de mandatarios que a lo largo de la historia dominicana han hecho caso omiso a los áulicos que “calientan” las orejas presidenciales en el predicamento continuista. Es más que es sería, a la luz de nuestros anales y de lo que dicen las encuestas, el primer gobernante nacional que teniendo posibilidades de reelegirse no lo hiciera o, por lo menos, no lo intentara. Y no nos engañemos: comulguemos o no con sus ideas y ejecutorias, nos sintamos hastiados o no de los gobiernos peledeístas, estemos de acuerdo o no con su repostulación, el licenciado Medina tiene probabilidades reales de convertirse nuevamente en candidato del PLD y hasta de reelegirse, por cinco razones fundamentales, a saber: su alta popularidad, la ausencia de una oposición fuerte y unida, el “espíritu de cuerpo” de la dirigencia y la militancia moradas, la facilidad conque en el país se conquistan los votos congresuales para una reforma constitucional y el demostrado pragmatismo (ahora amamantado por las circunstancias y el calendario) del doctor Leonel Fernández. La popularidad del licenciado Medina todavía tiene más que ver con su estilo como persona y como gobernante que con sus ejecutorias: a la espera de los resultados tangibles y operativos de estas últimas, su excelente valoración ciudadana luce umbilicalmente encadenada al hecho de que para gran parte de la nación se ha revelado como un líder humano, sobrio, conciliador, trabajador, atento a sus funciones, y sin el aparataje de poder, los delirios de sapiencia, el “tigueraje” de cuello blanco o las ínfulas de semidiós que han exhibido muchos de sus antecesores en el “carguito”. Naturalmente, el enfoque quedarían romo si no se machacan las dos matrices de situación política concreta de las que dimana esa singular aceptación popular: por un lado, importantes sectores nacionales ya estaban hartos del estilo filoprovidencialista del doctor Fernández y de las notorias inclinaciones al cohecho y la rapiña de muchos de sus colaboradores; y por el otro lado, las elecciones de 2012 abrieron en el PRD la caja de Pandora de la división y el país se quedó sin una oposición política con suficiente vigor como para representar la alternancia frente al PLD. En tales circunstancias, obviamente, sólo un incompetente o un tonto -y el licenciado Medina está muy lejos de ser cualquiera de las dos cosas- no hubiera estado en el cenit de la popularidad. La inexistencia de una oposición fuerte, unida y coherente ha sido la mejor contrapartida funcional del estilo del licenciado Medina (es el “súmmum” de la buena estrella después de los pésimos augurios inaugurales de 2012), y a pesar de que el fenómeno no fue propiamente de su manufactura (el mérito en este aspecto es del doctor Fernández y su sector, que aplicaron con los grupos del PRD la vieja táctica de azuzar la división dándole apoyo subrepticio a todos los bandos de manera alternativa) vela por él debido a que en estos momentos es su principal beneficiari le permite gobernar con tranquilidad y hasta crear la imagen de que muchos opositores están mas o menos conformes con su gestión administrativa. Y la situación, por otra parte, no parece que vaya a modificarse. Antes al contrario, apunta a pronunciarse: los perredeístas oficializan su división con la formación del PRM (cuya cohesión podría hacer crisis porque está encabezado por personas que aspiran al mismo cargo y presentan parecida fortaleza pero encarnan intereses grupales excesivamente apertrechados) y la realización de una convención institucional que (más allá de su legitimidad moral e independientemente de sus resultados) se encamina a una proclamación de candidatura presidencial contra viento y marea. Hay que reiterarlo, pues: el único conglomerado opositor con capacidad para enfrentar exitosamente al PLD se apresta a concurrir a las próximas elecciones con por lo menos dos candidatos (podrían ser tres, cuatro o más)… La frase es vieja, pero el eco es nuev “La casa pierde y se ríe”. El firme “espíritu de cuerpo” de los peledeístas es resultado, primero, de su primitiva naturaleza orgánica leninista (a despecho de la definición doctrinaria de Bosch como “marxista” a secas, el PLD era es un partido de cuadros que operaba a través de células de estudio y trabajo, con disciplina casi militar, y disponiendo de un periódico que fungía como “organizador colectivo” y fuente basal de orientación ideológica) y, en segundo lugar, de su posterior conversión en una estructura político-económico corporativista al estilo del fascismo europeo de principios de siglo XX (dirigencia elitista, opulenta e inamovible entendida con el alto empresariado; control de los poderes públicos y de la prensa; paternalismo estatal combinado con una adecuada administración de las consignas “anti”; y seducción de una franja de la intelectualidad a través de las prebendas). Ese “espíritu de cuerpo” (que ya no es disciplina ni conciencia partidaria ni nada parecido) es el fundamento más “íntimo” de la fortaleza orgánica del PLD y se compadece con su actual composición interna: “nomenclatura” culta o educada, con buen nivel de inteligencia estratégica y abundantes recursos económicos, que regentea un sólido armazón estructural y abre las puertas (para que entren a sus salas -la de espera y la principal- pero no a los aposentos) a masas pobres e iletradas que quedaron “en el aire” a la muerte de sus líderes históricos. En este caso, la cúpula directiva no tiene vínculo emocional ni doctrinario con “sus” masas sino que la “unidad” se teje alrededor de dos ejes motivacionales básicos: el antiperredeismo -sin importar lo que esto realmente signifique para cada quien- y los intereses económicos cifrados en el clientelismo. En lo atinente a la prohibición constitucional de la reelección, hay que recordar una vez más que es un escollo importante pero no insuperable. Tal y como se demostrara con la reforma del 2012 patrocinada por el grupo perredeísta del ingeniero Hipólito Mejía, no tener los votos suficientes en la Cámara de Diputados no es garantía duradera de que ésta no pase. A la larga, todo es cuestión de saber negociar y de guardar los escrúpulos para “darle al César lo que es del César”. Y es improbable que haya gente en el país que dude de que los peledeístas sean capaces de esto y mucho más: se han revelado como los políticos más duchos en el manejo del pleito entre menudo y papeleta. Por otra parte, conviene no olvidar que cuando se puso en marcha la apuesta reeleccionista del ingeniero Mejía su popularidad estaba por las nubes (la dulzona frase precursora aún resuena en la memoria: “¡Y nos falta mucho por hacer!”) y hasta los más escépticos le atribuían posibilidades de viabilidad luego del cambio constitucional correspondiente. El proyecto reeleccionista del ingeniero Mejía -es “historia patria”, pero hay que rememorarlo- terminó naufragando en el mar embravecido de la crisis bancaria de los años 2003 y 2004, pero demostró dos cosas: que una reforma del texto sustantivo se puede pasar en el país en cuestión de horas si se dispone del “instrumental” necesario (léase: voluntad política, “timbales” y recursos logístico-financieros), y que no es cierto que todo el que aspira a reelegirse tiene las de ganar por el solo hecho de disponer de los resortes del Estado… El asunto es, de todos modos, que en el caso del licenciado Medina no se prefigura una quiebra bancaria ni nada de su guisa que le obstruya el camino. (Quizás no sea ocioso evocar aquí una enseñanza cardinal de la historia política universal: los gobernantes en la posición del licenciado Medina -esto es, con impedimentos constitucionales y políticos para aspirar a una repostulación, pero con una gran popularidad- habitualmente tienden a jugar con el tiempo y a esperar el desenlace de ciertos elementos influyentes de coyuntura -en su partido, la oposición, los poderes fácticos y la sociedad civil- para adoptar una decisión definitiva. Y, comprobado está, sólo consienten en ceder el espacio de principalía política que ocupan en calidad de mandatarios cuando los posibles sustitutos le garantizan irse “en paz”: compromiso de no persecución, una parte del pastel de los poderes públicos y el control total o parcial de su partido). Debido a su conocida inclinación político-emocional talvez no le luzca al autor decirlo, pero la verdad es una sola si nos basamos en los indicadores del actual momento polític el dominicano que está en mejores condiciones para provocar un aborto de la eventual repostulación del presidente Medina o de “cortocicuitar” su liderazgo partidista de cara al futuro cercano es el doctor Fernández, y no porque pueda ganarle a aquel las primarias internas del PLD sino porque tiene en los bolsillos votos -congresuales, partidarios y ciudadanos- que son imprescindibles sea para una reforma constitucional o sea para que esa organización se mantenga en el poder. Esta es la realidad de hoy, valga la insistencia, no necesariamente la de mañana, y como no se está haciendo aquí un ejercicio de agorerismo es fuerza referirse a los hechos como se ven en el presente, y nada más. ¿Es posible que el doctor Fernández se decida a desempeñar el rol de “piedra” en el camino reeleccionista o en la ascendencia política futura del licenciado Medina? Por enésima ocasión hay que decir que en cuanto a esto únicamente es posible una conjetura: no basta conque el ex mandatario haya dicho públicamente que no lo haría (la verdad del político no esta en sus palabras sino en sus actuaciones), pero hasta el momento la experiencia indica que él es lo suficientemente “práctico” como para dejarle el espacio al actual jefe del Estado si se convence -y sólo así- de que es lo que le conviene a su carrera política en el presente y al PLD como vehículo del porvenir de ésta… Cuando se trata del poder, los peledeístas de hoy no se guían por los principios verticales de la ética boschista sino por las ductilidades pragmáticas de la lógica balaguerista. ¿Conclusión? Del mismo modo que en 2012 la victoria o la derrota del licenciado Medina dependía de lo que hiciera o no el doctor Fernández en la campaña electoral (y se comprobó de mala manera con el escalofriante déficit fiscal de ese año), una eventual candidatura reeleccionista del primero para las elecciones de 2016 estará sujeta a lo que haga o deje de hacer el segundo. Y el doctor Fernández -no se debe ignorar “para fines de banca y pool”- graficó bastante bien su postura cuando dijo al inicio de sus actuales correrías políticas que su decisión respecto al asunto dependerá de “cómo sople el viento”… Claro, a muchos dominicanos -sin excluir al licenciado Medina y su gente- talvez les convenga encender velones a San Judas Tadeo -patrono de las causas desesperadas- para que se trate sólo de viento y no de un nuevo huracán. lrdecampsr@hotmail.com

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