Crítica de cine: “Leviathan”

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La composición fílmica de «Leviathan» es eficaz, y no solo certifica a Andréi Zviáguintsev como el cineasta ruso más sobresaliente de la actualidad, sino que pone el lenguaje cinematográfico a hablar en serio con la formulación de un relato túrbido y sosegado que resulta rectilíneo en toda su dirección.

¿A qué me refiero con esto? Pues que Zviáguintsev elabora un laberinto social donde pone por delante la efigie de la crónica de un pueblo ruso dirigido por una burocracia mayorista, pero por detrás, se oculta con la violencia de los actos corroídos por una corrupción que se encuentra jugando ajedrez y tomando vodka.

En otras palabras, esta película es una diatriba que arrastra un cinismo realmente lóbrego de la población rusa. Y así lo manifiesta en la vida de Kolia (Alexei Serebriakov); un hombre pesimista que vive en una localidad desolada con su esposa, Lilia (Elena Lyadova), y el hijo de su primer matrimonio, Roma (Sergey Pokhodaev). Su casa es pequeña pero subsisten. Ellos conforman lo que sería una familia disfuncional con una existencia rota.

Sin embargo, las cosas van de mal a peor cuando un alcalde corrupto, Vadim (Roman Madyanov), pretende adueñarse de la propiedad de Kolia usando todo el poder posible. Y al pasar eso, la situación estallada rompe los límites del estoicismo de Kolia sin este saber responder ante la monstruosidad que se avecina.

Y eso que se acerca no es más que el funcionamiento mecánico de la naturaleza de un individuo cuando reacciona frente al engaño de la moralidad, la incertidumbre de la confianza y la parafernalia de la ética burguesa. Es decir, los asuntos humanos más intrínsecos del círculo civil.

Hasta ese punto la película muestra una tragedia de proporciones shakespeareanas. Porque, así como en «The Return» y «Elena», la poesía visual de la cámara de Zviáguintsev suscita la atmósfera de pesadumbre que rodea a los personajes. Por eso la ejecución de los planos enteros y los grandes planos alude una temperatura de color grisácea para exponer el enmohecido panorama de las escenas. Aparte de que la estética del guion está organizada con concisión.

Esto es cine intelectual. O sea, el tipo de cine que nos pone a pensar más allá de un mero argumento. Todo está dentro de la historia y tenemos que descomponer el embrollo. Por lo que, si no se presta atención puede que no resulte. De hecho, el ritmo de las escenas es lento y pesado, y pondrá a prueba la paciencia de cualquier espectador promedio.

Pero aun siendo así funciona; y gracias a los trasfondos religiosos a los que se enfrenta las dudas de Kolia, enuncia las acciones del hombre posicionadas en la sociedad moderna: el Dios que tanto anhelan no está en la fe, sino en los hechos que ellos mismos realizan. Y esos sucesos residen en un fatalismo tremendista que puede provocar pavor, pero, “Leviathan”, no teme en exhibirlos con autenticidad.

jpm
EL AUTOR es critico de cine. Reside en Santo Domingo.
EL AUTOR es critico de cine. Reside en Santo Domingo.
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