Atacar a Danilo, destruir la marca

Intelectuales, políticos y dirigentes dominicanos concurren en la afirmación de que el PLD es una corporación que piensa, actúa y decide como tal. Opera dentro del marco de una cultura creada por otros y adoptada por ellos. La generalizada convicción de esos mismos intelectuales, políticos y dirigentes respecto a la naturaleza corporativa del PLD, sin embargo, debe merecer un ajuste correspondiente en el discurso y en la práctica política con las cuales se les enfrenta.

Si decimos que el PLD es una corporación como, por ejemplo, Ford Motors, Siemens, Toyota o Coca Cola no deberíamos elaborar solamente un discurso contra el presidente de cada una de esas corporaciones ni contra el Chief Executive Officer (CEO) sino contra la marca que ostentan, la práctica que nos imponen y la cultura que representan. El PLD es la marca de una corporación cuyo producto es una cultura, una práctica y una gestión que no solamente es corrupta sino que procura legitimación y perpetuación.

Los que en el mundo nos oponemos a los transgénicos combatimos a Monsanto, acaso el más agresivo conglomerado dedicado a la manipulación genética de los alimentos, pero nos importa literalmente un pito quien es el presidente de esa corporación. Por lo mismo, no nos importa quién es el presidente de Coca Cola a pesar de que nos dicen que han perdido cuota de mercado. Los conflictos legales en Siemens, el gigante alemán, nos importan por la participación ordinaria de dicha marca en la corrupción de funcionarios en varios países y por lo mismo podemos platicar sobre las dificultades financieras de Ford Motors o por los repetidos fraudes de Toyota obligada a reponer piezas y mecanismos defectuosos en millones de autos fabricados por ellos.

Como presidente de la corporación PLD, Leonel Fernández contrató asesores, utilizó recursos y técnicas de mercadotecnia y laboró por el bien propio y el de su corporación como corresponde a un Chief Executive Officer.  La gestión de Leonel Fernández fue corporativa por la forma en que fue pensada, los acuerdos alcanzados, los criterios empleados, las normas establecidas, los beneficios logrados, la gente involucrada y los resultados obtenidos. Exactamente lo mismo acontece ahora con Danilo Medina quien contrata la edificación de locales y nos hace creer que construye escuelas, quien agita el tema haitiano para ocultar la inflación rampante en los precios de todos los artículos y que enarbola una soberanía con cuya falsa defensa el país se olvida del soborno masivo del congreso para hacer posible la opción de reelegirse. Nos enfrentamos a un equipo no a un individuo. La diferencia entre la corporación y el caudillismo debería también reflejarse en la lucha para recuperar el país perdido.

Podríamos derrotar y destruir al CEO Medina y dejar casi intacta la corporación PLD como marca y como producto si le atribuimos a un individuo cualidades que no tiene, destrezas de las cuales carece y, en cambio, dificultamos el entendimiento de los recursos que emplea la corporación para someternos. Uno de los mas notorios ejemplos es la película de Luis Estrada titulada: “La Dictadura Perfecta”. En México la denominan “La Caja China” y consiste en la disposición de apagar cada denuncia, cada escándalo y cada situación adversa al gobierno o a un funcionario de la corporación creando artificialmente un tema que lo suplante. Justo lo que ha hecho el PLD con éxito espectacular ya denunciado y documentado en mi libro: Enigma.

Aunque intentó parecerlo, Leonel Fernández nunca fue caudillo. Su gestión transcurrió asesorada por profesionales en encuestas, manejo de imagen, trampas electorales, transacciones financieras, tramitación de empréstitos y demás. Nunca fue Leonel el genio solitario que pretendió y que nos hizo creer. Nunca fue ese dictador iluminado ni ese líder político que en vano atacaron sus opositores. Leonel Fernández fue y sigue siendo un individuo talentoso, hechura de circunstancias y de un equipo al que escuchaba; alguien que supo manejarse con su “junta de directores” llamada en este caso Comité Político.

El caudillo seduce y soborna periodistas, la corporación solamente los soborna y los utiliza, los orienta, coordina sus mentiras y les provee dirección y articulación editorial.  El caudillo es ante todo un animal político que, como el marinero experimentado, puede leer los vientos, las mareas, las turbulencias y el mar de fondo; confía en si mismo y con frecuencia ni siquiera admite el trabajo en equipo.

El CEO viene de la banca, la empresa privada, el ejercicio profesional; es un burócrata que depende del instrumental mercadológico y de las encuestas. No guía ni conduce, se acomoda porque vive del consenso entre los suyos.

El personaje de corporación no quiere transformar nada sino usufructuar. Le apetece la gloria y el impacto de ésta en el mercado de valores de sus propias acciones pero carece por completo de una perspectiva histórica. Su visión y su éxito son de corto plazo. Sus debilidades personales no son tan relevantes como en el caso del caudillo porque, lo que le falta como individuo lo suple la maquinaria.

CARENTE DE CARISMA Y ENCANTOS

El mejor ejemplo es el propio señor Medina quien carente de carisma y encantos disfruta sin embargo de la imagen que de él fabrica la maquinaria que lo sustenta. Su ética es la que dicta la conveniencia; la meta de ganar elecciones está subordinada a la finalidad de conservar el poder y este objetivo a su vez suplanta cualquier otra consideración. Para el CEO solamente existe el mercado.  El país, cada país, es solamente un extenso mercado que se moldea y transforma para que los ciudadanos, diluidos como el azúcar en agua, se conviertan en consumidores.

Ver y tratar al señor Danilo Medina al margen de la corporación de la cual es parte no nos ayuda a derrotarlo. Esta gente organiza las noticias, el poder político, las instituciones y los procedimientos antiguamente democráticos de la misma manera que los encargados de mercadeo disponen las mercancías en las góndolas de las tiendas, los publicistas diseñan la empacaduras, y los de finanzas fijan precios y estipulan ofertas.

Para enfrentar con éxito al peledeismo, tenemos primero que rescatar nuestra condición de ciudadanos por sobre la de consumidores.  Cuan cerca o lejos estemos, individual o colectivamente, de esta meta depende, en primer grado, del nivel de endeudamiento personal porque en nuestro tiempo el yugo para uncir los bueyes fue reemplazado por la tarjeta de crédito, toda forma de espiritualidad sucumbió en los escaparates de las tiendas y toda ilusión naufragó en luces, ruidos y sexualidad. No hay rescate sin renuncia. No hay redención sin exorcismo. No habrá democracia sin fajarse a luchar por ella.

 

 

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