Aranceles de Trump: consecuencias
Slogan «America first» para proteger su industria y productos que tienen altos costos laborales y valor agregado, es la razón de Donald Trump para imponer aranceles a toda importación extranjera.
Eso ha sido adoptado por los populistas nacionalistas de todos los rincones del globo. Consiste en la peregrina idea de que una industria con alta mano de obra endeudada hasta el tuétano, necesita ser protegida debido a la mayor experiencia de sus competidores en el exterior “hasta que la industria nativa se ponga en marcha”.
En general los defensores de los aranceles son empresarios prebendarios con el apoyo logístico de intelectuales partidarios de esa contradicción en términos denominada “economía cerrada” (“vivir con lo nuestro” es su triste grito de guerra), pero si se compara con los millones de consumidores perjudicados comprobamos lo que puede hacer una minoría decidida, tal como apuntó Vilfredo Pareto, si genio de economía.
Hay un dèjá vu en todo esto. En la revolución rusa contra el terror blanco de los zares, en lugar de encaminarse al gobierno constitucional tal como se venía prometiendo, Lenin con un grupo reducido, en el escuálido Congreso del Partido Obrero Socialdemócrata de 1903, se apropió del término bolchevique (mayoría) para relegar a segundo término a los mencheviques (minoría).
Este movimiento, en un país que en aquel entonces contaba con ciento cincuenta millones de personas, en sus mejores momentos nunca superó las diez mil (todas intelectuales, salvo en una oportunidad que se confirmó en un cargo a un campesino que resultó ser espía de la policía de Kerenski, antes de desencadenarse el terror rojo).
Habrán cero deportaciones cuando venga guerra con China, ya EE.UU. ha desplegado en la base naval de Guam uno de sus submarinos de ataque rápido de propulsión nuclear más recientes, el USS Minnesota, en un intento por reforzar la posición regional frente a China, quienes irán a cambio de sus papeles a pelear, pues todos esos millones de ilegales, ¿verdad Trump?
Vuelvo al tema arancelario, tal como señala Milton Friedman “La libertad de comercio, tanto dentro como fuera de las fronteras, es la mejor manera de que los países pobres puedan promover el bienestar de sus ciudadanos […]
Hoy, como siempre, hay mucho apoyo para establecer tarifas denominadas eufemísticamente proteccionistas, una buena etiqueta para una mala causa”.
Como hemos dicho antes, parece increíble que a estas alturas del siglo xxi seguimos debatiendo si hay que imponer trabas o no al comercio entre personas ubicadas en diferentes países.
Todavía se siguen empleando los argumentos más retrógrados y cavernarios del mercantilismo que comenzaron a esgrimirse en el siglo xvii al efecto de bloquear transacciones de bienes y servicios a través de las fronteras, como si éstas fueran delimitaciones mágicas que modifican todas las leyes de la economía y todos los principios de sensatez y cordura.
Aun se parlotea de la necesidad de “defenderse” de bienes de mejor calidad de precio y se recurre a terminología bélica para aludir al comercio como cuando es exclama que “nos están invadiendo” productos mejores como si se tratara de ejércitos de ocupación. Esta es la terminología a que recurre Donald Trump y todos los populistas que lo antecedieron.
La base central para derribar las trabas al comercio exterior es que permite el ingreso de mercancías más baratas, de mejor calidad o las dos cosas al mismo tiempo. Es idéntico al fenómeno de incrementos en la productividad: hace menos oneroso las erogaciones por unidad de producto con lo que se liberan recursos humanos y materiales para poder dedicarlos a otros menesteres, lo cual, a su turno, significa estirar la lista de bienes y servicios disponibles que quiere decir mejorar el nivel de vida de los habitantes del país receptor.
Todo aprovechamiento de los siempre escasos recursos se traduce en aumento de salarios e ingresos en términos reales puesto que ello es consecuencia de las tasas de capitalización. El progreso económico se concreta en la antedicha liberación de recursos humanos y materiales para asignarlos a nuevos emprendimientos al efecto de satisfacer nuevas necesidades que no podían atenderse puesto que aquellos recursos estaban esterilizados en otras áreas.
Si te preguntan cuales cosas se podrían fabricar como si estuviéramos en Perú, zona Huancayo y todos estuvieran satisfechos, quiere decir que no hemos entendido nada de nada sobre economía.
En verdad la cuestión arancelaria no es diferente a los efectos que tendrían lugar si se impusieran aduanas interiores en un país o si un productor de cierto bien en el norte de un país descubre un nuevo procedimiento para producirlo y consecuentemente lo puede vender más barato y mejor, pero en el sur lo bloquean debido a que los de la zona lo fabrican más caro y de peor calidad.
Este es el mensaje de los funcionarios de las aduanas de todas partes: “no vaya usted a traer algo mejor y de menor precio porque perjudicará gravemente a sus congéneres”.
Al exportar ingresan divisas que se deprecian en relación a la moneda local, lo cual estimula las importaciones que, a su vez, aprecian la divisa extranjera debido a la salida de las mismas, lo cual frena las importaciones y estimula las exportaciones y así sucesivamente. Todo arancel a las importaciones afecta las exportaciones puesto que disminuye las demandas de divisas que es precisamente lo que incentiva las exportaciones y viceversa.
En el siglo xvi Montaigne escribió sobre el comercio de modo tal que luego lo dicho se conoció como “el dogma Montaigne” que consistía en la peregrina idea de que en toda transacción la parte que hace entrega de dinero pierde mientas que quien la recibe gana, situación que modernamente se denomina “suma cero” en el contexto de la teoría de los juegos.
Pues bien, la miopía de Montaigne y sus seguidores no les permite ver que en toda transacción ambas partes ganan: el que entrega dinero es porque aprecia más el bien o servicio recibido que la suma que entrega a cambio, de lo contrario no hubiera realizado la operación. De aquella falacia deriva la noción la balanza comercial favorable si se exporta más de lo que se importa y la supuesta ventaja de acumular dinero.
En realidad lo ideal para un país sería solamente importar sin exportar nada, es decir arrasar con los bienes y servicios del mundo sin tener que llevar a cabo exportación alguna. Es lo mismo que sucede con cada uno de nosotros: es difícil de imaginar una situación más grata que la de comprar y comprar de todo sin necesidad de vender nada.
Lamentablemente nos vemos obligados a vender bienes o servicios para poder adquirir lo que necesitamos, lo mismo ocurre con un conjunto de personas que viven en un país las cuales deben vender al extranjero para poder comprarles o, de lo contrario, deben ingresar capitales al país para poder financiar dichas adquisiciones.
Debido a las grotescas falacias que rodean al comercio es que Jacques Rueff en The Balance of Payments aconseja que los gobiernos no lleven las estadísticas del comercio exterior ya que constituyen una tentación para intervenir en el mercado que es cuando se suceden los desajustes mencionados, pero quien tiene la imprenta de verdes dólares puede comprar de todo barato y ganar siempre.
Entre otros despropósitos se argumenta que el control arancelario solo debe establecerse para evitar el dumping, lo cual significa venta bajo el costo que se dice exterminaría la industria local sin percatarse que el empresario, si el bien en cuestión es apreciado y la situación no se deba a quebrantos impuestos por el mercado, saca partida de semejante arbitraje comprando a quien vende bajo el costo y revende al precio de mercado.
Pero generalmente nadie se toma siquiera la contabilidad del proveedor en cuestión, lo único que preocupa a comerciantes ineficientes es que se colocan productos y servicios a precios menores que lo que con capaces de hacer ellos.
Lo peligroso es el dumping gubernamental puesto que se realiza forzosamente con los recursos del contribuyente, de todos modos, en este caso, los perjudicados son los residentes en el país que impone esta medida pero son beneficiarios quienes reciben en el exterior regalos a través de bienes más baratos que los que se ofrecen en el mercado.
No es justo el alto subsidio agrícola, fertilizantes y logística gringa para competir con el pollo nativo que no tiene quien lo ayude en países pobres. Piense, yo defiendo a Abinader y su DRCAFTA gradualizado.
jpm-am