Virgilio López Azuán no hizo la tarea
Los premios literarios condicionan la lectura. No es lo mismo enfrentarse a un texto autenticado por un galardón, que a otro huérfano de la bendición de un congreso de jurados contratado para estudiar el discurso y emitir un veredicto, como en los tribunales que administran la Justicia en las sociedades civilizadas.
Un veredicto es, o debe ser, el resultado de deliberaciones sesudas que derivan a su vez del análisis y la reflexión. En el juicio literario de un concurso, la sentencia a favor de un “premio único” es la condena de los demás aspirantes al galardón. De modo que el premiado será siempre el mejor, el texto sin manchas, el que convence a dos de un panel de tres jueces. O en su defecto a todos, que es lo que se llama “por unanimidad”.
Aparte de lo metálico, si se ofrece en las bases del concurso, el beneficio del premio es que el lector se acerque a la obra confiado en el filtro especializado que por lógica representan los miembros del jurado, quienes venden ese servicio basado en sus experiencias, conocimientos, y a veces prestigio, para dar al final una certificación que motive primero el aplauso y la aceptación de la “sociedad intelectual”, y luego el orgullo de la entidad que patrocina el premio.
La sorpresa sin embargo no deja de ser mayúscula cuando se descubre que el jurado ha obrado en “vía contraria” de lo que se espera de él. Y cuando el texto premiado está plagado de “manchas indelebles”, por decirlo de alguna manera, las preguntas son lógicas: ¿habrá hecho el jurado su trabajo? ¿Leyó el texto que premió? ¿A quién se pretende engañar con un veredicto que no se corresponde?
Es el caso del Premio Funglode de Poesía Pedro Mir 2013 otorgado al libro “Sumer (Poética de los números)” del dominicano Virgilio López Azuán. Quizá debo anotar que López Azuán no es un poeta cualquiera, ya que se desempeña como rector de la Universidad Tecnológica del Sur (UTESUR) de la provincia de Azua, en República Dominicana.
Amparada en el veredicto, la contraportada de la obra de López Azuán indica que el libro “recoge en él los orígenes y herencias de la humanidad”. Y luego destaca que “un reconocido jurado integrado por los escritores León Félix Batista, Basilio Belliard y Fernando Cabrera decidió por unanimidad conceder el galardón a esta obra teniendo en cuenta el ejercicio de imaginación, su diversidad y coherencia, su aliento cosmogónico, el despliegue de saberes y sentires, así como los riesgos formales que asume”.
Si el veredicto no fuera tan pretencioso, tal vez el jurado se hubiera salido con la suya. Pero la ambigüedad y la falta de especificidad hace sospechar que los “peritos literarios” solo leyeron el título y el subtítulo de la obra, pues “Sumer” no es ni se asoma a lo que anuncia el título, ni tampoco honra el enunciado del subtítulo “Poética de los números”.
La pretensión apunta desde el principio a la exploración de “la poética de los números”, pero al final es lo que menos hace el poeta. Tal vez la falla principal está en llamar “poética” lo que en este caso solo sería poesía. Pues “poética” sustantivo es muy distinto a “poética” adjetivo. Además, en el subtítulo aparece como un sustantivo seguido de la preposición “de”. Tampoco es lo mismo “Poética de los números” que “Poética [para] los números” (ni “antología poética” que “antología de poética”). De tener que escoger una de esas frases para el libro de López Azuán, creo que la de menor riesgo sería “Poética para los números”.
Los estudiosos definen la poética como una aproximación científica del discurso literario. En otros casos es el estudio de la especificidad de algo. Sellaré el tema del subtítulo subrayando que la palabra se remonta a la “Poética de Aristóteles”, y que se desvirtúa vergonzosamente en el subtítulo del libro premiado de López Azuán.
En cuanto al título “Sumer”, la trampa está en atribuir una profundidad textual que no se trabajó en estos poemas; en hacer creer que el libro se ocupa de la exploración “poética” de los números y sus significados a partir de los sumerios, es decir, del origen de la civilización en la antigua Mesopotamia, en el sur de aquella remota región que hoy incluye Irak y Kuwait.
No hay tal exploración milenaria en el libro premiado de López Azuán. Pero este tema lo dejo para la segunda entrega de este trabajo, que publicaré próximamente.

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