Haití…y nosotros
El último aumento hecho por el gobierno haitiano en los combustibles fue el detonante para que una protesta hiciera de ese pueblo un conglomerado hasta estas horas invivible.
Los medios nacionales e internacionales han reseñado noticias e imágenes de las protestas convertidas en manifestaciones violentas y salvajes que se vive en Haití desde hace tres días.
En ese conglomerado hace falta gerencia y orden estatal, instituciones que respondan a las demandas mínimas de la ciudadanía. El cumplimiento de políticas que lo convierta en un verdadero Estado democrático y de derecho. Por eso, la falta de inversión lo mantiene liderando el mapa estadístico mundial de pobreza.
Entre tormentas y huracanes sin olvidarnos del fatídico terremoto del 2010, además de su particular situación política desde los tiempos de colonización hasta la actualidad, Haití no sale de un desastre tras otro. Casi el 60% de la población vive por debajo del umbral de la pobreza.
Sin embargo, los dominicanos –a pesar de nuestros grandes problemas- hemos aprendido a sentarnos en la mesa de la concertación. Negociamos, consensuamos, gestionamos planes y estrategias que coadyuven a las mejores prácticas de gobernabilidad e institucionalidad.
¿Que todavía nos falta mucho? ¡Por supuesto que si!
Los niveles de delincuencia registran datos nunca vistos. Los delincuentes ya no respetan zonas que antes no les eran permitidas; la violencia se adueñó de hogares cuyo saldo es aterrador, doloroso.
Las redes sociales hacen eco de casos que solo por esa vía se dan a conocer.
El aumento de los precios de los combustibles, de los alimentos de primera necesidad, de la tarifa eléctrica y ni hablar del sutil pero permanente deslizamiento de la tasa del dólar, solo por mencionar algunos, ha provocado la conformación de grupos de protestas.
Pero, sin violencia hasta ahora.
Es decir, nuestros patrones de conducta han evolucionado con el tiempo y han dado a luz movimientos sociales que nos sirven de vehículo para manifestar públicamente nuestras demandas. El uso de la tecnología ha jugado un papel de primer orden en estos afanes sociales.
Pero ojo con esto: al Gobierno le corresponde bajar los niveles de angustia a los que nos ha llevado el cuadro aterrador de violencia e inseguridad que estamos viviendo. El aparato represivo no está para ejercer el rol que les han encomendado. El patrullaje mixto provoca más miedo que confianza.
Urge proponer un plan de seguridad que garantice el ejercicio de los derechos ciudadanos en pro de la tranquilidad social que aún disfrutamos, antes de que esto se les vaya de las manos.

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