Un trato desigual

A la República Dominicana se le ha declarado una guerra psicológica,  capitaneada por un conciliábulo de fuerzas y  de grupos que se han propuesto impugnar la existencia del Estado dominicano. La campaña de descrédito impulsadas por  las  ONG,  apoyada por periodistas nacionales, con el objetivo de sembrar estereotipos, según los cuales, la República Dominicana es una nación sólo comparable con la Alemania nazi. Un Estado paria, al margen de la legalidad internacional. Todas estas circunstancias le han fabricado al país una leyenda negra. Un sentimiento rotundamente negativo.

Los cabilderos de la causa haitiana han llevado la misma política disolvente a las cancillerías del mundo, a los organismos multilaterales y a los foros  internacionales. Han criminalizado el ejercicio de la soberanía dominicana. ¿Cómo se ha destruido la autoestima de la nación? ¿Cómo hemos llegado a la pérdida del sentido de pertenencia, a la destrucción de la confianza en los propósitos nacionales y a olvidarnos de la obligación de mantener la continuidad histórica de un legado que pertenece a las generaciones del presente y del porvenir?

Esas son las circunstancias actuales.  Sin embargo,  en 1844, el pueblo dominicano pudo  distinguir cabalmente la diferencia amigo/ enemigo. En vista de ello, se organizó la nación en armas para lograr independizarse del   enemigo brutal que destruía nuestra sociedad- Pudo, además,  compaginar esa operación  con la  Constitución de San Cristóbal del 6 de noviembre. Es la mayor expresión de la comunidad de intereses entre los dominicanos, la unidad de propósitos.   Porque la soberanía del pueblo es indisociable de la libertad. Todo el espectáculo extraordinario de lo que fueron nuestras guerras de independencia se ha desvanecido.

Todo el esfuerzo  que se  hace para imponer la idea de que el dominicano es un pueblo racista, xenófobo, genocida.  Para presentarnos como porciones de una historia  plagada de vergüenzas y  crímenes atroces. Cosas siniestras. Y esto ha generado un comportamiento de auto insulto.  ¿Lograrán derrumbar la autoestima, lo que queda de amor propio?

En definitiva, se le ha construido  al pueblo dominicano una mala imagen de sí mismo,  que lo presenta como un pueblo que abusa del haitiano.  Los grupos que han llevado a cabo esta bárbaro linchamiento moral  tienen unos objetivos comunes:

  1. a) destruir expeditivamente la soberanía dominicana;
  2. b) manipular a la comunidad internacional en contra de los intereses dominicanos.
  3. c) traspasarle los problemas haitianos al pueblo dominicano.

Los haitianos tienen un enfoque que omite los derechos del dominicano.  Una prueba indiscutible es la falta de reciprocidad jurídica con que se presentan los hechos

  1. a) Los haitianos no le reconocen en ningún caso al descendiente de extranjero en su país los beneficios de jus solis. Sin embargo, pretenden que los dominicanos quebranten su propia Constitución en la aplicación de esta disposición.
  2. b) Para otorgarle un estatus migratorio a un extranjero en Haití se les exigen documentos de identidad (cédula, pasaporte), visado de ingreso al país; cuenta de ahorros en un banco haitiano; certificado de salud, certificado de no delincuencia, carta del empleador y el pago de los impuestos correspondientes por emplear a un extranjero. El Ministerio de lo Interior de ese país se reserva la decisión de aceptar al extranjero de marras, si que esa decisión pueda ser recusada judicialmente como ocurre en nuestro país.

¿Si esas condiciones son buenas para Haití, por qué tienen que ser malas para la República Dominicana? ¿Por que tendrían los haitianos en su territorio, derechos soberanos, de los cuales estaríamos privados,  los dominicanos en el nuestro?  ¿Si al aplicar esas disposiciones, que son muchísimos más severas que las nuestras,  los haitianos no son acusados por nadie ni de fascistas ni de racistas ni de nazi, por qué se nos insultaría a nosotros con esos ultrajes, al aplicar las nuestras?

En las últimas semanas, hemos visto que, sistemáticamente ante circunstancias semejantes se miden los acontecimientos con distinta vara, que se nos aplica la ley del embudo.  Cuando un dominicano resulta asesinado por un haitiano, nadie se  conmueve. Ni siquiera se producen protestas  Un ingeniero dominicano, Domingo Marmolejos, fue asesinado en las calles de Puerto Príncipe (10/2/15) ni  el Gobierno haitiano ni la Cancillería de ese país, tan hipersensible en otras circunstancias,  ofrecieron explicaciones al país. Ningún editorialista de los grandes medios de prensa se ocupo del asunto. Nosotros no existimos.  Se nos menosprecia, sobradamente.

Muy distinta han sido las cosas, cuando se produjo el linchamiento de un limpiabotas haitiano, Henry Jean Harry, en el Parque Ercilia Pepín (11/2/15). Antes de que la Policía esclareciera los acontecimientos, el periodista Jean Michel Caroit, empleo las páginas de  Le Monde para presentar a la República Dominicana como responsable de una campaña de odio contra los haitianos (13/2/15); parejas noticias se produjeron en Londres y en el Centro Kennedy hizo una declaración altisonante. El periodista Juan Bolívar Díaz envió un correo  a más de un centenar personas, acusando a los nacionalistas de esa muerte aberrante.

Durante las investigaciones hechas por la Policía se determinó  que  el haitiano ahorcado en Santiago, fue ultimado por otros  dos haitianos. Que estos y la víctima, se habían confabulado antes  para robar y asesinar  a la señora dominicana,  Minerva Díaz Ventura.  Por esa  victima dominicana no doblan las campanas. Al parecer, las víctimas dominicanas: soldados asesinados en la frontera, comerciantes asaltados y masacrados, dominicanos decapitados por la delincuencia de los malhechores haitianos, carecen de derechos humanos. No tienen dolientes. La Cancillería haitiana retiró a consultas a su embajador por la muerte del limpiabotas, el Gobierno haitiano envió una nota de protesta. Esa muerte ha servido para alimentar su fábrica de odio y propaganda,  para exhibir  su agresiva victimización. La sociedad civil haitiana ha condenado internacionalmente a nuestro país; le han  enviado una comunicación al ex Presidente Leonel Fernández. Al parecer, la conmoción por la muerte del limpiabotas en Santiago ha sido muy superior a los dieciocho muertos electrocutados durante las fiestas del carnaval haitiano. . Doña Minerva, la dominicana asesinada por estos truhanes no tiene quien escriba. Ningún diplomático usará su nombre como acaece con los haitianos para llevarla al CIDH, ni a la ACNUR, ni a Amnistía Internacional  ni a los organismos de las Naciones Unidas. Nuestro Gobierno tampoco le pedirá cuenta al haitiano, por una persona ilegal, que ha penetrado a nuestro país, para robar, matar e intranquilizar a sus ciudadanos.

Son muchas las víctimas dominicanas asesinadas con la indiferencia odiosa de la prensa, de un  Gobierno que no defiende a sus ciudadanos y de un mundo que desconoce qué nos pasa. Los haitianos que asesinaron  en Hatillo Palma,  a  Maritza Núñez, madre de tres niñas,  quedaron impunes. El que decapitó a Pascual Ramírez,  en Buenos Aires de Herrera,  impune.   Los haitianos que le cercenaron la cabeza a José Dolores de los Santos en Valverde Mao  (11/5/09), impunes; los que decapitaron al agricultor Manuel Martínez, en La Vega, impunes. ¿Es que estas víctimas no tienen derechos humanos? ¿Es que no tenemos quién nos defienda? ¿Es que no merecemos que alguna autoridad, algún periodista se indigne cuando un ciudadano dominicano resulta secuestrado, asesinado o asaltado por un haitiano?

El resentimiento haitiano

Los haitianos observan  el bienestar de la República Dominicana  como un agravio, como una herida a su amor propio. Prevalece en ellos, el sentimiento de envidia y frustración.  El sentimiento de que han sido privados del debido respeto, los convierte en una nación resentida, plagada de odio, que trata por todos los medios de envolver al vecino  en su desastre. Para equilibrar su falta de autoestima, se refugian en la victimización. Una vez que son reconocidos como víctimas internacionales, las ONG y   los jesuitas organizan toda esa industria del odio y del resentimiento. La indignación priva a la sociedad haitiana de la tranquilidad. La vuelve agresiva. El resentimiento desempeña un papel político y religioso,  casi mesiánico, todos esos haitianos que se presentan ante el mundo como víctimas de abuso de los dominicanos, han designado con esta operación a  un culpable internacional de su ruina y  de su miseria.

El resentimiento de los haitianos se convierte en una fuerza difusa. Su incapacidad para acceder al bienestar en su propio territorio genera irritabilidad. Las montañas de denuncias en la OIT contra la República Dominicana, donde los haitianos han logrado desnacionalizar el empleo, muestra  claramente que cualquier circunstancia  se emplea como mecanismo de inculpación, para fraguar entre los dominicanos la conciencia de una falta, de una deuda, con el agresor. No tenemos,  en verdad,  obligaciones extra nacionales con Haití. Y sin embargo, se nos considera culpable  de todos los males de esa sociedad.

Al dominicano que piense, que ha sido privado de su derecho al trabajo cuando se le entregan los empleos que el país genera a extranjeros ilegales, se le califica de racista, xenófobo y de otros improperios. Al juez o al legislador que dictaminen disposiciones que protejan  a la población del Estado dominicano en su frontera jurídica, se le tilda inmediatamente de genocidas. La irritación de esas víctimas las lleva a acusarnos, a degradarnos, a suponer que no tenemos derecho alguno que defender. La miseria haitiana, las tremendas frustraciones de su pueblo,  al parecer  les da derecho a expoliar, a humillar y a arrasar al vecino.

El chantaje, la inculpación de los dominicanos, el descrédito de nuestro país, han llevado al Gobierno a una indecisión crónica y a una falta de compromiso con el Estado y con la nación. Asaltan los consulados dominicanos; queman  la bandera dominicana; organizan manifestaciones colectivas de odio contra nuestro país,  y el Gobierno responde autoimponiéndose limitaciones  en el ejercicio de la soberanía nacional; prohíbe las deportaciones;  suspende la aplicación de las leyes de migración. Se olvida del respeto a los ciudadanos dominicanos. Se parte del principio absurdo de que todas esas concesiones (que no ha hecho ningún Estado en el mundo) contribuirán a la comprensión y pondrán punto final a las reclamaciones desproporcionadas  de los haitianos y de sus socios de las ONG. Todo lo contrario. Al sentir que el Gobierno cede por chantaje, por miedo, por presión internacional, por campaña de descrédito; al sentir que cada vez ganan más terreno, se vuelven más insolentes; se envalentonan. La sociedad dominicana sólo podrá sobrevivir si se impone como obligación  su continuidad como tal, si renuncian a su responsabilidad, si mira para otro lado, se impondrán resultados adversos a nuestra sociedad.

 

 

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