Reconfiguración división internacional del trabajo demanda nueva visión continental

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EL AUTOR es diplomático. Reside en Santo Domingo.

Una nueva Era nos asalta en un momento en que el sistema de las Naciones Unidas, a más de media centuria, continúa con notables carencias de respuestas apropiadas a los problemas globales, no solo en temas cruciales para la existencia humana, como es el mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales; sino, en el respaldo al desarrollo y la sostenibilidad global.

La debilidad de la política de asistencia oficial para el desarrollo, reflejado en el hecho de que, salvo honrosas excepciones, como es el caso de los países nórdicos, más Holanda, Luxemburgo y el Reino Unido, la inmensa mayoría de naciones ricas no cumplen con el mandato de aportar el 0,7% de su producto nacional bruto, (PNB), para el desarrollo.

Lo que impacta negativamente en la tarea de alcanzar los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenibles, particularmente, en el tema de la reducción del hambre y la pobreza, que en la región se disparó a 230 millones de personas, en el 2021.

Sus agencias especializadas como La OMC, sigue siendo un mecanismo esencial, para equilibrar las asimetrías en el comercio mundial, pero no ha podido asumir temas como el impuesto distorsionado a las exportaciones, donde los países en vías de desarrollo pagan más aranceles por la exportación de productos manufacturados, que, por productos primarios, lo que constituye una desmotivación a la industrialización.

El Banco Mundial con méritos razonables en materia de su asistencia técnica  y financiera a los gobiernos. Sin embargo, a principio del nuevo siglo XXI, adoptó una nueva metodología de clasificación de los países conforme el nivel de ingreso bruto per cápita, llegando a catalogar un número considerable de países como de economía de ingresos medios; lo que ha afectado sensiblemente la asignación de recursos para el bienestar de los pueblos que sobreviven en condiciones precarias, no reflejada en la nueva política del alto organismo.

No decir de La OMS, cuya imagen se quebró ante la terrible pandemia. Ausencia total de la cooperación internacional en un tema de sobrevivencia de la humanidad. Todo ello, sumado al hecho de que, se han reducidos los presupuestos a la UNESCO, FAO y otros organismos del sistema de las Naciones Unidas,  nos revelan la falta de comprensión de la importancia trascendental de los organismos multilaterales, ante el hecho de que los problemas globales demandan respuestas integrales.

El escenario regional e internacional nos convoca a concretar el sueño de una reforma integral del sistema de la ONU, que bien podría iniciarse con la organización de una conferencia internacional, para la refundación del sistema multilateral, como lo ha planteado el gurú de la diplomacia latinoamericana, Celso Amorim, a fin de garantizar una gobernanza realmente democrática.

Vale decir, que un latino o caribeño puede ser presidente del BM, o Director del FMI, como han invocados en los foros internacionales algunos líderes latinoamericanos, particularmente, dos de ellos dominicanos.

Es así, como la complejidad de la división internacional del trabajo emplaza a nuestra región latinoamericana y caribeña, a pensar en la imperiosa necesidad de completar su dilatado proceso de integración regional, como una alta expresión del multilateralismo.

Aspiración que ha tenido su dificultad frente a la implementación en la región de la doctrina Spykman, que ha utilizado exitosamente el principio de Julio Cesar: “Divide y vencerá”, en cuya visión los EEUU ha jugado un rol de supremacía hegemónica.

Sin embargo, actualmente una nueva realidad en el contexto global mandata al coloso del norte a repensarse. Por un lado, La nación norteamericana cuenta con una economía que a pesar, de sus extraordinarios avances, y de constituirse post II Guerra Mundial, en la nación más rica del planeta, ha sufrido un marcado retroceso; y no ha sido capaz de frenar el auge de la pobreza en su propio territorio, misma que alcanza a no menos de 40 millones de personas. Sumado, al agravante problema inmigratorio exacerbado por la carencia de promoción de desarrollo en América Latina y El Caribe.

Por otro lado, el desarrollo irreversible de China con su ruta de la seda en Eurasia, Europa y África,  y su incursión en América Latina y el Caribe; cuyo comercio con la región ya sobrepasa los 300 mil millones de dólares, con promesa del líder chino Xi Jinping de alcanzar los 500 mil millones en los próximo años; y finalmente,  la conformación del mayor bloque comercial en el mundo, con naciones asiáticas y oceánicas en el corazón del pacifico, con 3 mil 400 millones de personas, sin la inclusión de los EEUU,  el cual abarca el 30% de la economía mundial.

Además, de que a futuro el mercado europeo de hidrocarburos podría seguir siendo de Rusia, dado el impacto de la energía barata, para la sostenibilidad y el desarrollo económico de viejo continente.

De modo, que ante la nueva reconfiguración de la división internacional del trabajo, y el inminente avance del coloso del dragón azul, con pasos firmes hacia la superación del siglo de las humillaciones, pautado para el 2049, a un siglo de distancia de su gran revolución maoísta.

Su presencia procura ser dominante en el comercio internacional, y es lo que explica su gran incidencia en la esfera mundial. Realidad insoslayable que convoca a los EEUU,  a mirar hacia sus vecinos de América Latina y el Caribe; los olvidados.

A 200 años de distancia América Latina no ha podido integrarse, por factores  internos y exógenos,  como el sesgo ideológico inducido por el conservadurismo local y fuerzas foráneas.

Ante ello, lo que manda es abogar por una integración continental, así ambos bloques económicos se pueden beneficiar  capitalizando lo mejor de sí; por un lado, EEUU se beneficiará de estar integrado a una región prometedora con inmensos recursos naturales y científicos, pero sin instituciones capaz de preservar un estado de derecho y carente de suficiente capital para echar andar su desarrollo, y, por otro lado,

La región podrá capitalizar las extraordinarias ventajas de estar integrado a la primera economía del mundo, con un sistema de respeto a las instituciones públicas prometedor,  lo que impactará notablemente en el desarrollo regional.

Y por consiguiente, constituye una alianza económica que se traducirá en grandes beneficios, para ambas regiones económicas, como para los pueblos que sustentan sus existencias. Amén de que además, ambas regiones podrán compartir sus bastas riquezas culturales y espirituales, después de todo, el calendario gregoriano que usamos fue adoptado por primera vez en tierra latinoamericana.

Ante la nueva realidad, y muy a pesar, de que los países hegemónicos se rigen por doctrinas, es evidente que la doctrina Spykman, de incentivar los problemas de la región y vivir de espalda a ésta, ha perdido su vigencia. Y, frente a la complejidad de una economía globalizada con ciertas dificultades en las líneas de provisión de sus cadenas de valores y la pérdida de influencia de sus empresas transnacionales en el mercado mundial.

Es el momento para que nuestra región bajo el liderazgo de la CELAC, se proponga con los EEUU, replantearse el camino hacia un nuevo ALCA, más equilibrado en función de los intereses de ambas regiones económicas. Procurando ganar espacio en una integración continental, lo que beneficiará ampliamente a todos los pueblos del hemisferio occidental americano. Es preferible pactar la paz económica, a los fines de evitar que más de 75 millones de niños sigan muriendo por inanición en nuestra región.

“Solo le pido a Dios que la injusticia no me sea indiferente”

jpm-am

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j manuel
j manuel
1 Año hace

muy Buen articulo