OPINION: Una digresión inoportuna

Y una
advertencia en primera línea al lector. Este artículo debe leerse como
complemento a una publicación anterior a la firma de Felipe Ciprián titulada: “Las mesnadas de Leonel atacan”. Debo
consignar además que, ese artículo de Felipe, trajo hasta mí, una pieza de
información, un eslabón contextual que durante mucho tiempo había buscado sin
encontrar. Me refiero a la herencia
legada a los dominicanos por Juan Bosch. Adicionalmente, aunque en menor
medida, recomiendo al lector, repasar otro artículo, esta vez de mi autoría
titulad “De lo que estamos hablando”. Finalmente, pido excusas por entrar a
este tema, en cierto modo en desmedro de otros de mayor urgencia y actualidad.

Tengo sabido,
escrito y publicado tanto en artículos como libros que don Juan Bosch era un
hombre austero en lo personal, serio en su conducta, pulcro en el manejo de los
recursos, exigente en el comportamiento propio y ajeno, apegado a una ética por
todos conocida, educador y maestro por vocación tanto como por necesidad. Como todos los dominicanos que saben algo de
la historia de su país, he sabido que cuando fue presidente, después tampoco,
don Juan no robó, no mató, no abusó. También tengo sabido que don Juan fue un
excelente narrador y más de una vez he leído todos sus cuentos y disfrutado sus
ensayos y de todos estos ángulos de Juan Bosch he dicho, compartido, escrito y
educado también.

Pero había
otro Juan Bosch soberbio, intolerante, caprichoso si se me permite usar la
palabra, cuya existencia se me asomaba ocasionalmente sin que hubiera yo podido
armar el rompecabezas poniendo esas piezas en el contexto apropiado. De hecho,
ese acercamiento a la personalidad de don Juan y por ende a su legado me vino
original y reiteradamente por vía del coronel Caamaño en Cuba y posteriormente
a través de oficiales constitucionalistas y uno que otro dirigente de izquierda
o intelectual independiente. Tres Caamañ Francisco Alberto, que no necesita
presentación; Claudio, que tampoco la necesita y Álvaro, quien fuera escolta de
Francis durante toda la contienda de abril, dieron ante mí testimonio de
inconformidad y disgusto profundo con Juan Bosch y tres veces estuve yo en
desacuerdo con ellos. Ahora ya no lo estoy, en gran medida, gracias a los
trabajos de Felipe Ciprián, algunos de cuyos párrafos cito íntegros a
continuación:

“La llegada del PLD al gobierno no fue, para
nada, el resultado de su heroísmo, sino un regalo obligado de Joaquín Balaguer
en 1996 para detener a Fernando Álvarez Bogaert, que como candidato a la
Vicepresidencia de la República sería el seguro Presidente con la muerte del
doctor José Francisco Peña Gómez, que medio país sabía que estaba en “artículo
de muerte” y aun así era el favorito para ganar las elecciones presidenciales
postulado por el PRD.

Viví la rebelión del país entero contra los
efectos perversos de la receta del FMI aplicada por Salvador Jorge Blanco en
abril de 1984 donde más de 300 personas fueron asesinadas por tropas militares
y de la Policía Nacional por orden directa y expresa del gobernante, 5,000
quedaron heridas de bala y 18,000 fueron llevadas a la cárcel.

En el cementerio, en los hospitales y en la
cárcel se juntaron principalmente personas humildes de los barrios, militantes
de izquierda, algunos perredeístas, reformistas que desafiaban al gobierno del
PRD que les arrebató el poder, pero no peledeístas. Ese no era su estilo. Era
un partido –definido así por el mismo líder Juan Bosch- de “gente seria” que no
participaba en “pobladas”, que no invadía terrenos para que los campesinos sin
tierra pudieran trabajar y que no se manifestaba en las calles.

El PLD aplicó tan bien esa directriz que cuando
se vinculó, finalmente, al movimiento obrero, dividió la Central General de
Trabajadores (CGT) que lideraba Francisco Antonio Santos y creó la
CGT-Mayoritaria (morada) de Nélsida Marmolejos. En el caso de la zona rural, el
vigoroso Movimiento Campesino Independiente (MCI) que tanto esfuerzo nos costó
forjar y echar a luchar, fue ocupado por su cúpula, diezmado y finalmente
destruido por el PLD para aplastar cualquier lucha reivindicativa en el campo.

En más de una ocasión, luego de la rebelión
popular de 1984 y cuando la continuidad de las protestas desencadenaba paros
generales, el propio Bosch -para justificar la ausencia del PLD al lado de las
protestas- dijo que esos paros no eran generales, porque si bien la
industria, el comercio, el transporte y la docencia se paralizaban, los
“guardias y policías” estaban trabajando en la represión de la manifestación
contra el FMI y el gobierno de Jorge Blanco.

Todo lo anterior está suficientemente
documentado como para concluir que cuando se trataba de luchar contra las
arbitrariedades, defender la libertad y reivindicar el derecho de la gente a una
vida digna, los peledeístas se limitaban a hacerlo por su periódico “Vanguardia
del Pueblo” y en reuniones internas, mientras a otros nos correspondía ir a
batirnos en los caminos y campos del país para defender los derechos.

Pero todo cambió cuando llegaron al poder. El
gobierno Leonel abandonó todo lo bueno de Bosch y copió y amplió lo malo de los
gobiernos de Balaguer y su “anillo palaciego”.

El valor que les faltó para enfrentarse a Jorge
Blanco-FMI en abril de 1984 y las jornadas subsiguientes, ahora les sobra para
encubrir la corrupción y el desparpajo en el ejercicio de la política desde el
partido que fundara Juan Bosch desde la más extrema honradez personal y
humildad en su estilo de vida”.

Felipe
Ciprián, quien vivió los hechos relatados mientras yo mismo estuve muchos de
esos años en el exilio me ha permitido ensamblar esa crítica con la de los
Caamaño. En su repudio, y quizás debiera decir su horror a la violencia, don
Juan incurrió en otros errores al patrocinar e impulsar políticas que tuvieron
un efecto desmovilizador. Como suele
decirme Álvaro Caamañ “Nosotros moríamos por restaurar en el poder a un
hombre que no quería ser Presidente”. Nunca fue exactamente así pero ayuda a
entender y sobre todo a completar el rompecabezas. Como consignaba en un
artículo anterior, ya citado más arriba, la campaña electoral de 1962 fue la
época del “borrón y cuenta nueva” que le dio a Bosch los votos de los
trujillistas y que al final, por una ventaja política transitoria, consagró la
impunidad como práctica esencial de convivencia. Fue una solución que
nunca ha sido bien analizada y cuyas consecuencias todavía lamentamos porque
muchas de estas impunidades recientes arrancan de esa matriz. Muchas de las
complicidades entretejidas por la impunidad que se alimenta del olvido en el
cuerpo social, se alimentaron de este precedente reforzando el componente
histórico.

El amor y
el respeto a la paz no deberían ser confundidos con la resistencia pacífica. La
lucha de Ghandi en la India siempre fue extremadamente violenta dentro del
reclamo propio de rechazar la violencia. Esa aparente paradoja se explica por
las agallas, el temple y el coraje que exige la resistencia pacífica; la
violencia infinita a la que expone a quienes la sufren y la extraordinaria
violencia de quienes la imponen, la practican y viven de ella..

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