Nessun dorma
Como
en la ópera Turandot, un príncipe persa ha logrado cruzar los laberintos que
blindaban la mano de la princesa. Todo el pueblo debe ahora hallar el nombre
del intruso para protegerla del porvenir incierto que le espera. Son las horas
decisivas. Si no logran detenerlo, si bajan la guardia, todo estará perdido. Nessun dorma ha ordenado la princesa
desde su palacio de encajes chinos.
Al
igual que en el drama de Puccini,
nosotros estamos viviendo el momento más
difícil, cuando amanezca saldrá pato o gallareta. La Corte
Interamericana de los derechos humanos (CIDH) ha planteado la disolución de nuestra
Constitución. Los jueces se han llevado de encuentro toda la doctrina jurídica
que reconocía que la nacionalidad era un
dominio reservado de los Estados. En los
momentos en que la Corte Internacional se propone suplantar el derecho interno
del Estado dominicano, todos los actores se
quitan la máscara. Entran al escenario. Haití plantea una veda radical a
la importación de pollos y huevos. Martelly inicia sus diligencias diplomáticas
ante el CARICOM. Convoca a todos sus aliados. Las ONG pro haitianas, sus
abogadillos, sus trovadores, el gran grupo de prensa que los apoya, nos anuncian
grandes catástrofes. Que
destruirán el turismo. Que nos harán un
gran embargo comercial. Que nos juzgarán como a un Estado paria. Que patatín,
que patatán. Que nadie duerma ¡Nessun dorma! Es el momento del monólogo dramático que
solía cantar Lucciano Pavarotti, el aria de los grandes tenores.
En
los días finales de abril de 1965, una facción que se oponía al esfuerzo de
restablecer la Constitución burlada por el Gobierno ilegal del
Triunvirato, llamó a
la intervención extranjera. Por más dialéctica que emplearon posteriormente
para justificar esa ignominia, la correspondencia del coronel Bartolomé Benoit
pidiéndole al poder extranjero que se inmiscuyera en los asuntos internos del
país, queda como uno de los documentos más oprobiosos de la historia
dominicana. El propio militar al cabo
del tiempo, recordaba con lágrimas en ojos, el episodio espantoso que lo hizo
aparecer como un traidor a la lealtad de los que sólo combaten bajo nuestra
bandera y nuestro Estado. Era, desde luego, un hombre de paja. Hubo otros que
lo emplearon como instrumento para llevar a término ese acto infamante.
Tras
la Sentencia del Tribunal Constitucional 256/14 que establece que en el
reconocimiento de las competencia de la Corte Interamericana de los Derechos
Humanos no cumplió con las normas del derecho interno—exigencia de todos los
Estados del continente–, y, que, en consecuencia, ese instrumento no vincula
al Estado dominicano con esa Corte, Todos los abogados de la CIDH y de las ONG
han clamado para que prevalezca la norma dictada por la CIDH sobre la
disposición de nuestra Constitución. Cabe preguntarse, si las normas de nuestro
derecho nos convierten en una isla jurídica en el continente. Desde México
hasta Chile las características del jus solis que se dispone para los descendientes de extranjeros son las
mismas que obran en nuestro país. Las normas que obligan a los Estados se basan
en la igualdad. Ninguno de estos países ha renunciado a determinar quiénes son
sus nacionales, ¿Por qué tendría la República Dominicana que hacerlo?
Todos
se preguntan ahora, ¿qué hará el Gobierno? ¿Seguirá practicando la ambigüedad, la impotencia, el abandono de
nuestros intereses, la carencia de proyectos y de ideales? El Gobierno no
acierta a comprender que si persiste en la desnacionalización del trabajo, en
la demolición de las conquistas sociales, en la suplantación del pueblo
dominicano en los registros civiles, terminará desbaratando la nación. La
independencia dominicana costó muchísimo esfuerzo; fue necesario ganar la
guerra con Haití; vencer el pesimismo y la traición, y levantarnos de una larga
noche de escombros y sacrificios; desmantelar los resultados históricos con
trapacerías jurídicas es relativamente fácil.
Aquellos
que plantean que se coloque al Estado dominicano en manos de poderes supra
nacionales, que predican en sus articulejos y sus comparecencias el odio a la
patria y a todo lo que la representa, y la servidumbre a cualquier poder
extranjero, aquellos que soñaron con la victoria de la CIDH sobre el Tribunal
Constitucional, que se están empleando a fondo en la revocación de la soberanía
nacional dominicana, y que ya han dado sobradas muestras de alta traición y de
falta de lealtad a la sociedad, a la nación y al Estado, debería aplicársele
las previsiones del artículo 23 de la Constitución.
Los
derechos de ciudadanía se pierden por condenación irrevocable, en los casos de
traición, espionaje, conspiración; así como tomar las armas y por prestar ayuda
o participar en atentados o daños deliberados contra los intereses de la nación
Nuestra
Constitución ha de convertirse en un organismo viviente. En un ejercicio
permanente que arrope a todos los poderes y las decisiones del Estado.
Vivimos,
sin duda, una época de episodios espectaculares. El procurador general de la
República, metido en la refriega de un conflicto, se presentó en la embajada
estadounidense para solicitar la intervención del poder extranjero en los
asuntos internos de la Justicia dominicana. Que la máxima autoridad judicial
designada por el Poder Ejecutivo, en pleno ejercicio de sus altas atribuciones,
haga semejante solicitud y proponga despojar de un visado a un senador, que, aún no ha sido condenado
por la Justicia dominicana, constituyen
faltas gravísimas a la Constitución y a las leyes, y han de figurar como unas
de las páginas de más triste recordación de toda nuestra historia judicial.
¿Cuál
es el sentido de las graves faltas que hemos puesto de relieve? Apoyarse en el
poder extranjero para destruir la soberanía nacional dominicana se considera un
acto de traición a la patria, y permanece como una actividad sancionada por el
Código Penal en su artículo 76.
Art.
76.- Toda
persona que, desde el territorio de la República, se ponga o trate de ponerse
de acuerdo con Estados extranjeros o con sus agentes, o con cualesquiera
institución o simples personas extranjeras, para tratar de que se emprenda
alguna guerra contra la República o contra el Gobierno que la represente, o que
se les hostilice en alguna forma, o que, contra las disposiciones del Gobierno,
se intervenga de cualquier modo en la vida del Estado o en la de cualquiera
institución del mismo, o que se preste ayuda para dichos fines, será castigada
con la pena de treinta años de trabajos públicos. La sanción susodicha alcanza
a todo dominicano que desarrolle las actuaciones mencionadas aunque ello se
realice desde territorio extranjero.
Examinemos las características de estas
infracciones:
a)La falta de fidelidad
debida al Gobierno y al Estado dominicano
quebranta el art. 77 del Código Penal;
b)El facilitarles la
intervención en los asuntos internos a agentes extranjeros, entregándoles
documentación o haciéndose cómplice de
su intervención contraviene la Constitución ;
c)Ponerse en conciliábulo
con poderes supranacionales para atentar contra la Independencia nacional vulneran los art. 73,75, 76,77,78 del Código
Penal
Todas
esas maquinaciones que de algún modo tratan de legitimar el intervencionismo
internacional, o peor aún: convierten a los propios funcionarios en pieza y agentes de la intervención que introducen
el caos, la incertidumbre, la violencia y deshacen la soberanía
Refiriéndose
a los personajes de este teatro, un maestro olvidado, don Juan Bosch, escribió
lo siguiente:
Causa
pena oír a la mayoría de los dominicanos de clase media hablar de su pueblo y
causa pesar oírla comentar las crisis
nacionales. Para esa gente, el
dominicano es haragán, es cobarde, es ladrón; y cuando hay un momento crítico
en la vida del país, en los hogares, en las esquinas, en los cafés, unos y
otros se preguntan cuándo van los americanos a actuar; inventan noticias de que
ya llega la flota, de que el Presidente dijo tal cosa o tal otra—y se refieren
no al Presidente de la República Dominicana sino de los Estados Unidos–. (…) Con las excepciones lógicas,
comerciantes, profesionales, militares, sacerdotes, periodistas, hombres y
mujeres carecen de dignidad patriótica porque les falta ese ingrediente
estabilizador y creador que se llama amor; amor a lo suyo, a su tierra, a su
historia, a su destino.
Como
consecuencia de esa actitud, los dominicanos medios no han establecido todavía
una escala de valores morales; no tienen lealtad a nada, ni a un amigo ni a un
partido ni un principio ni a una idea ni a un gobierno. El único valor
importante es el dinero porque con él pueden vivir en el nivel que les
pertenece desde el punto de vista social y cultural; y para ganar dinero se desconocen todas las
lealtades.
Desgraciadamente, hay mucho de verdad en
estas desoladoras descripciones del grande y humano Juan Bosch.
Que nadie duerma. Nessun dorma.