Las huellas que dejé

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EL AUTOR es investigador y empresario de agronegocios. Reside en Santo Domingo.

Antes no le daba importancia al legado que uno deja después de morir, porque al final, todo se olvida con el tiempo, mueren los que te conocían, también poco a poco muere tu recuerdo. Por eso me parecía vanidad preocuparse por lo que uno dejará después de morir.

Y esto vale para todos, para las personas que han hecho grandes cosas, buenas o malas, y que por ello su memoria permanece en la historia de la humanidad, al final, ellas también desaparecen, porque esta dimensión en la que nos desenvolvemos, es finita, si es finita es pasajera, quiere decir que un día dejará de ser.

Lógicamente, eso es así cuando no se tiene un sentido trascendente de la vida, cuando vemos, pero no vemos y oímos, pero no oímos, cuando creemos que solo aquellos que podemos percibir con los sentidos, es  decir, con el cuerpo, existe.

Cuando tenemos esa visión, entonces toda nuestra vida y nuestro ser se encierra en ella, nuestra libertad se ve totalmente limitada, nuestras acciones predecibles, iniciando un proceso de muerte prematura, de vida sin vida y existencia efímera.

Me viene a la mente y adquiere aún más sentido aquella exhortación de Jesús al joven que quería seguirle, pero primero quería enterrar a su padre: “Deja que los muertos entierren a sus muertos; y tú ve, y  anunciar el Reino de los Cielos (Lc., 9-60)”

Es decir, anuncia la trascendencia de la vida, la buena noticia, el sentido de la vida no es morir, pues sería entonces un sin sentido, es vivir, vivir sin límites y sin tiempo: la vida trasciende el tiempo, es eterna: para eso fuimos creados, para vivir eternamente.

Pero nuestras acciones inciden en el desenvolvimiento de esa vida que iniciamos en esta dimensión y que está destinada a trascender la misma. No solo nuestras acciones, sino también nuestros pensamientos. Nuestros pensamientos y nuestras acciones dejan huellas en el universo.

Tus huellas, las que tú dejas después que mueres, son huellas que quedan en el universo, y este se ve influido por ellas todo el tiempo. Si dejas huellas de odio, de violencia, de malas energías, entonces el universo estará respondiendo de igual manera mientras esas huellas existan.

Esas respuestas afectarán a los que se quedaron después de ti. Lo mismo, si dejas huellas de amor, misericordia, esperanza, paz, bondad, alegría, etc., esas huellas también quedarán en el universo y el universo responderá de igual manera mientras existan las huellas.

¿Puedes imaginar cuánta energía negativa y huellas de odio, dolor, injusticia, violencia, etc., han dejado nuestros antepasados en el universo, en la historia de la humanidad? Esas energías no desaparecen solas, están ahí, y actúan permanentemente, se revierten contra la misma humanidad.

Pero también han quedado huellas en el universo de alegría, paz, construcción, justicia, sonrisas, solidaridad,  misericordia, amor, etc. Esas energías positivas tienden a neutralizar las energías negativas que también han sido dejadas por la humanidad durante su historia.

Ahora, si hacemos una revisión crítica de la historia, podremos contactar que las energías negativas de nuestras acciones han dejado mucho más huellas en el universo que las energías positivas, como ejemplo, si vemos solo el siglo veinte: dos guerras mundiales, millones de muertos producto de las mismas, sin contar las muchas guerras individuales y civiles que sucedieron.

Toda acción trae consigo una reacción. La incoherente violencia de los seres humanos en contra de la creación, trae también una reacción. Si le entregas violencia y destrucción al universo, el universo te devolverá violencia y destrucción, y todo en su tiempo.

Igual, si le entregas paz, justicia, construcción, benevolencia, solidaridad, compasión, sonrisas, armonía, convivencia, amor y misericordia, el universo te devolverá igual, también todo en su tiempo. Pero esas son las consecuencias, no solo individuales, sino y principalmente colectivas que recibimos del universo, producto de nuestros pensamientos y acciones.

Pero si hay trascendencia, es decir, si la vida trasciende esta dimensión y este universo caracterizado por el espacio-tiempo, también nuestras acciones han de tener consecuencias que trascienden, pero estas son fundamentalmente individuales.

Significa que después de la muerte física, ese fenómeno que nos saca de esta dimensión, pasamos a otra dimensión desconocida para nosotros, pero donde, de acuerdo a Jesucristo, el tiempo allí no existe, es decir, todo es eterno.

En esta nueva realidad, lo que hicimos no pasa desapercibido, porque “con la misma medida que midan, serán medidos (Marcos 4, 21-25)” Lo que hagas en esta dimensión en la que vivimos, será tomado en cuenta en la próxima, porque tus acciones aquí no te afectan solo a ti, sino que afectan a muchos.

Pero hay una muy buena noticia, podemos contribuir a que la humanidad tenga un futuro más promisorio, y con ello también a tener nosotros una trascendencia en paz cuando nos toque partir de este mundo.

Basta actuar con amor,  erradicar el egoísmo destructivo de dentro de nosotros, y abrir el espacio al amor, para que entre y nos llene, y con ese mismo amor transformador, amar al prójimo y a la creación misma; de ese modo dejaremos huellas de amor en el universo, cuando nos toque partir.

Mientras más huellas de amor dejemos, más huellas de odio, guerras y destrucción que dejaron otros antes que nosotros, neutralizamos, disminuyendo las consecuencias negativas de la reacción del universo respecto de la tierra, nuestro hogar, y además, las consecuencias negativa individuales cuando nos toque partir.

Entonces sí vale la pena pensar en el legado que dejamos después de muertos. Por eso dijo Jesús: “Por lo cual te digo que sus muchos pecados son perdonados puesto que amó mucho. Pero al que se le perdona poco, poco ama”, porque las huellas de mucho amor tienen la capacidad de borrar las huellas de odio y violencia que tú y otros han dejado alguna vez en el universo después de morir. (El autor es investigador y empresario de agronegocios)

 

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