La corrupción administrativa, un modelo del pasado

Repasando el récord innoble de nuestros antepasados fundamentado en el comportamiento del desarrollo de gestiones en la administración pública, concluimos en que la misma historia le da méritos más que sustentables al país para que esté imbuido en el réquiem atemorizador que se encuentra actualmente, donde el presente es el gendarme de todo lo que sucedió en el pasado con los gobiernos corruptos desde antes de la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo Molina.

Quizás por esta y otras razones es que algunos versados en materia de corrupción administrativa se remontan al pasado haciendo clasificaciones relacionadas con el panorama que vivimos hoy día, casi en todos los países latinoamericanos donde apoderarse de los recursos públicos sin ser cuestionado por la justicia es el modelo sin precedente a seguir por las presente y futuras generaciones cuando se llega a un cargo público.

Sustentado en estos principios sicosociales del individuo, debemos colegir que el ser humano es indeleble cuando se trata de imitar a sujetos que socialmente están colocados en una categoría superior, por ejemplo:

  1. Los niños imitan a sus padres cuando éstos se dejan dirigir por modelos cuando están próximo a la adolescencia.
  1. El joven muestra una alta propensión a tomar como modelo de conducta al maestro, si éste es poseedor de atributos.
  1. Ese mismo modelo de conducta lo será el joven de mayor de edad, que por lo general se constituye en el núcleo de una pandilla y esa cadena de imitación va formando al joven que en el futuro será la copia fiel de lo que vio y prendió durante su niñez y adolescencia.

Las referidas valoraciones dejan claro que en la actualidad estamos desvencijados y en frente a un llamado proceso cuestionado por la inversión de valores donde se les quiere imponer al dominicano que acepte el modelo impuesto por un sistema descompuesto y contrario a los modelos de cambios que demanda el ciudadano común.

En tal sentido, la corrupción de nuestros funcionarios es una conducta generadora de efectos, imitación y un comportamiento delictivo de carácter casi colectivo, afirmación esta que no admite discusión porque las evidencias más diáfanas y elementales las encontramos en el angustioso empeño de los dominicanos por conseguir un puesto en la administración pública, con los argumentos de que “voy al gobierno a buscarme lo mío”, razón por la cual la corrupción pública siempre está ausente de toda persecución, visto que el autor del delito sabiendo que la justicia es débil, flexible y permisible siempre recibe respecto y admiración.

Nuestra historia de vida colonial y republicana se fundamenta, tristemente, por “plaga de gatos sueltos”, especialmente los gatos alzaos, barcinos, monteros y otros que en el entorno de algunas familias se consideran hogareños, pero con ciertas malas mañas, comenzando por Cristóbal Colon y los ex prisioneros que les “regaló” La Reina Isabel, primeros “Europeos” que conformaron nuestra sociedad.

Más tarde llegaron a nuestro país los denominados Filibusteros, Bucaneros, Vikingos, Piratas, entre otros; hasta formar “castas criollas” tales como salteadores,  gavilleros, macuteros, (Lilís-Chapita) y sus corruptelas, El Muñequito de Papel y sus 300 ladrones que “nunca entraron al despacho” donde estaba la silla de alfileres”.

Con esta denominación y dentro de la corriente del “desguañangue” siguen su curso imperecedero, el “Huacal y el Huacalito” y finalmente, “los tres que echaron a Pedro entre el Pozo”, convirtiéndose en el síndrome generador de secuelas delincuenciales que han servido como fuente de sustento de la lides que sucumbe en los partidos.

En definitiva el destino político-administrativo de la República Dominicana es incierto y siempre ha sido así. Tenemos una inagotable historia de “pesimismo dominicano” que corre en nuestros genes. Siempre nos quejamos y de algo sufrimos, necesidades que les abren las puertas a los políticos para desplazarse a los lugares más recónditos en busca de auxilio electoral ante los necesitados, lo hacen con burla y después que reciben el favor se convierten en figuras irreconocibles que se olvidan del camino por donde entraron.

En nuestras aduanas y puertos; en y miles de ocasiones alguien dijo: ¡Zape, Gato…y lo que quedó fue el pelerío! Y acuérdense, amigos lectores, que no es por falta de gato que el tajo está en el garabato, como reza el dicho popular de nuestros antepasados.

Ante tantos desaciertos registrado, vislumbrados e imitados en la historia de nuestro país, abrigamos la esperanza de que las instituciones se moralicen y que el futuro no siga siendo incierto y sustentado por el bochorno, la desesperanza y el descalabro del pasado y el presente.

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