Gustavo Cisneros en: “amores que matan”
Después del feudalismo, la historia da cuenta de la existencia de un régimen esclavista, donde los colonos poseedores de esclavos, tenían una profunda fe religiosa cristiana. En aquellos aciagos tiempos, los esclavistas tenían cientos de negros en sus haciendas a los que hacían trabajar hasta la extenuación total, conjuntamente con azotarlos, castrarlos, mutilarles otras partes del cuerpo, matarlos, violarles sus mujeres, esclavizarles sus hijos, hacerlos vivir en sucias barracas y mal alimentarlos, lo que llevaba a que estos seres humanos murieran en su mayoría, en no más de siete años, llevando ese obligado e infame modo de vida. Entre las muchas historias macabras que se cuentan de ese periodo de la esclavitud, destaca el contraste entre esa práctica de trato cruel dispensado a los negros y la práctica religiosa de los esclavistas, principalmente la de los cristianos presbiterianos establecidos en el sur de los Estados Unidos, y luego, la llevada a cabo por los “colonizadores y evangelizadores” de América. Estos esclavistas solían encadenar o amarrar al tronco a sus esclavos, ya fuese al aire libre o en los sótanos creados como una versión de las barracas, lugares estos, que dependiendo de la estación del año, podían ser extremadamente fríos o calurosos. En esas condiciones, el hombre esclavizado era azotado hasta sangrar. Sin darles alimentos, los dejaban allí, hasta que la voluntad del amo decidiera. El contraste referido se hacía carne, porque teniendo a lo mejor veinte negros con ese castigo de tormento inhumano, “el amo” se iba a su iglesia generalmente los domingos a adorar a su Dios bíblico, para cumplir con los sagrados dogmas y preceptos de su fe, sin que contra esas prácticas, interfiriesen sentimientos de conmiseración o de perturbación alguna, puesto que estos “cristianos” no sentían en ningún momento, que estaban haciendo algo malo, injusto o reprochable contra esa gente, sino que al contrario, en las ejecuciones de estas abominaciones, se sentían “consentidos y aprobados por su dios”. Después de que nominalmente fue abolida esta esclavitud, le siguió una modalidad de ella, la semiesclavitud; iniciada en 1750 con la Revolución Industrial, etapa ésta, en la cual, hombres, mujeres y niños era forzados a trabajar para subsistir con duras jornadas laborales de hasta 16 horas diarias por salarios de miseria. Lo penoso de esta situación es, que 264 años después, en cuyo transcurrir a nivel mundial se han dado numerosas guerras y jornadas sangrientas de luchas que han ocasionado millones de muertos y mutilados y otras desgracias inherentes a estas trágicas contiendas, no se haya podido erradicar por completo esta indigna e indignante usanza, que en el momento actual, pese a las luchas precedentes, está muy presente, principalmente en China y los países del Tercer Mundo, hoy por hoy receptores de las Zonas Francas, es decir, lugares, donde los inversores norteamericanos y europeos han establecidos sus fábricas buscando mano de obra barata y paraísos fiscales, y donde además, se da el fenómeno laboral, de que una persona, con el exiguo salario que gana como empleado de una fábrica de éstas, no puede disfrutar de un nivel de vida, más allá de comer arroz con sal y ser objeto del poder apabullante de sus empleadores, que con cuyo poder, son dueños hasta de sus vidas. Esta explotación del hombre por el hombre y la acumulación de poder y riquezas por parte de una clase desaprensiva y egoísta, dueña de los medios de producción, ha generado un mundo de riquezas inmensas para unos pocos, y de pobreza infinita para la mayoría de los habitantes del planeta. En nuestra Republica Dominicana, ésta es una situación documentada y constatable a simple vista. De esta especie, el caso extremo se ha venido dando en los bateyes desde cien años atrás, con la explotación inmisericorde de la mano de obra de los braceros dominicanos y haitianos, y de los dominicos-haitianos y cocolos, pese a que hasta nuestro cardenal y los colonos azucareros la han negado, con argumentos que no resisten el testimonio de gente como yo, que vio con sus propios ojos las condiciones de vida y de trabajo, y las injusticias a que eran sometidos aquellos trabajadores de la caña, especialmente los cortadores. Actualmente, no sólo atenta contra la justicia social y la felicidad humana, la rémora de la explotación del hombre por el hombre, sino también, el precio desmesurado a pagar por los bienes y servicios imprescindibles para la vida, que no guardan relación con la ecuación costo-beneficio. En este contexto, también conspiran contra la paz mundial y por ende, contra la felicidad de los hombres en general, el saqueo de los recursos naturales por parte de las naciones desarrolladas a las menos prosperas y vulnerables, como también los grandes gastos en que incurren las potencias imperialistas en la fabricación de armamentos, tanto para defensa, como para la venta, en lo que también se promueven guerras y se imponen modelos económicos, que como el neoliberalismo, destruyen las economías y sistemas políticos y sociales de otras naciones, pero que dejan grandes beneficios a los complejos militares industriales norteamericanos y europeos y a las demás transnacionales. En fin, producto de todas las abominables acciones referidas, el mundo se ha tornado un lugar inseguro, hostil y hasta cruel para la vida, donde la Venezuela de Gustavo Cisneros, no ha sido la excepción, como tampoco es excepción, el protagonismo de su clase y su persona en los hechos que han llevado a ese país, a que haya tenido que revelarse al sistema político al que era sometido antes de la llegada de Chávez al poder, porque los venezolanos en su mayoría, eran excluidos y menospreciados por los sectores gobernantes de los cuales Gustavo Cisneros fue y sigue siendo ficha importante. Nadie que se precie de serio, puede desmentir la miseria en que vivía el 80% de los venezolanos, y que los mismos, con todas sus penurias, eran invisibles, inexistentes y marginados socialmente para los poderes fácticos de aquel país; sólo un charlatán, con mentiras, podría negarlo. Ningún amante de la verdad, puede negar la pasada existencia de aquellos cerros con ranchos de cartón, donde había hambre, analfabetismo, drogas, pandillas y enfermedades crónicas y curables sin tratamientos y deficiencias terribles en los servicios de agua electricidad, transporte y otros. Nadie con moral puede negar, que la riqueza petrolera de aquel país sólo beneficiaba a unos pocos y que el imperio a través de sus transnacionales, y con el apoyo de la oligarquía venezolana, se llevaba ese recurso prácticamente regalado. Nadie con conocimientos políticos e históricos, puede negar en ese país andino, la existencia de explotados y explotadores, y que el señor Gustavo Cisneros pertenecía y aún pertenece al selecto grupo de los explotadores, que llevaron a ese nación a la miseria y a las injusticias que detonó el chavismo, tal como en algún momento y por la mismas razones, tendrá que ocurrir en la Republica Dominicana y en otras partes del mundo. Como es bien sabido, el señor Cisneros, se exilió voluntariamente en la Republica Dominicana después del fracasado golpe de estado en febrero de 2002, contra el presidente Chávez. El señor Cisneros abandonó su país, huyéndole a esa “chusma” que comenzaba a hacerse presente en la vida política de su patria, y por no soportar un sistema político que aboga por precios justos, salud, educación e inclusión social para todos y respecto a la soberanía, pero que restringía sus privilegios y modos de vida, que para ellos es coerción, dictadura, golpeo a la democracia, restricción de la libertad, violación y concusión de los derechos humanos. En esa convulsión existencial suya, vino a parar a la Republica Dominicana, un país, donde los de su clase, las elites mundiales de poder y las mafias globalizadas, han hecho y hacen lo que le da la gana. En Quisqueya, el señor Cisneros ha dado rienda suelta a sus angurrias comprando muchas tierras, y haciéndose socio de industrias turísticas y de otras empresas como la Barrick Gold, en la forma ventajosamente leonina que acostumbraba en su propia patria. En su villa ha recibido a personalidades del neoliberalismo, como la señora Hillary Clinton, y mantiene estrechas relaciones con los de su clase que aspiran a recuperar a su querida Venezuela, a como sea. Hoy día, el señor Cisneros esta nostálgico de su lar nativo. En esos estadios expresa su dolor por una Venezuela que sufre, manifestando además, su confianza, de que el amor que los venezolanos sentimos por la patria, nos permitirá superar la intolerancia que ha dominado el escenario político en los últimos años, para dar paso al debate democrático y a la recuperación de la confianza en las instituciones. De las declaraciones anteriores del señor Cisneros, se puede inferir, que aún él cree, que antes de Chávez, Venezuela no sufría, y que sólo después de Chávez es que ha reinado la intolerancia en el escenario político, y que esa situación hay que superarla para volver a lo de antes, donde sí había, debate democrático, confianza en las instituciones y unión entre los venezolanos. Ante estas declaraciones, por corolario, podemos deducir, que al igual que los esclavistas cristianos establecidos en el sur de los Estados Unidos y el resto del Caribe, que sentían, que no hacían nada malo con esclavizar a los negros de la manera brutal que acostumbraban, de igual manera, el señor Cisneros cree, que no hizo nada que merezca la reprobación divina o terrenal en los hechos que llevaron a Venezuela a la detonación del chavismo. Aquellos esclavistas, tal como expusimos, se iban impertérritos a su iglesia, dejando amarrados o encadenados en el tronco para tormento, a tantos o a cuales seres humanos, hasta que les viniera en ganas liberarlos, después de haberlos azotados o mutilados. Con igual tranquilidad de espíritu, el señor Cisneros- deduzco por sus declaraciones- se arrodilla ante su dios, sin sentir la más mínima culpabilidad, por los sangrientos incidentes que están ocurriendo en su “querida Venezuela”. En este punto es importante cuestionar, la propuesta del señor Cisneros, en cuanto a que, para resolver la problemática de Venezuela, se necesita de un mediador creíble como el papa Francisco. De esta petición he de señalarle, que la solución a esta problemática, no es cuestión de intermediarios, sino de hacer meas culpas y de que se opere un cambio de mentalidad y consciencia en las clases que han generado las condiciones que han llevado a ese país a la conflagración social actual. En cuanto al confeso amor del señor Cisneros por Venezuela, y la falta que le hace estar en ella, son sentimientos comprensibles. Pero…díganos señor Cisneros ¿de qué clase de amor usted nos habla? porque también Trujillo, Duvalier, Strossener, Somoza, Hitler, Stalin, Pol pot, Idi Amín, Juan Vicente Gómez y cuanto dictadores han existido han manifestado amar a su tierra y a los suyos. Es decir hay amores que matan. Ante este dilema, y frente al hecho consumado de que usted ha vivido de espalda a su pueblo, díganos ¿Cuál es la clase de amor que usted profesa por su “querida Venezuela”? ¿El que profesaban los esclavistas por sus tierras, o la que tenía Simón Bolívar por la suya? Por último quiero saber, si la conducta suya como empresario, usted la entiende como el modo correcto para buscar del reino de Dios y su justicia. De esta situación, a usted señor Cisneros, le dejo la palabra.

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