Generar riquezas ¿para qué?
POR CÉSAR AYBAR
No importa lo que piensen los que no están de acuerdo; pero todas nuestras acciones deben estar dirigidas hacia una meta: el bien común. Eso es amor, saber que mi bien no es bien, sino está relacionado con el bien común.
Entender que es locura destructiva el desmedido afán de acumular riquezas, y que las riquezas que se acumulan, generan pobreza en todos los sentidos.
Sabemos que por alguna razón, no todos somos capaces de accionar el intelecto y la fuerza física para emprender acciones que lleven a generar riquezas, pero aún esa capacidad y las oportunidades de poner esa capacidad en acción, son dones gratuitos, que se reciben por gracia.
Nosotros sólo ponemos el esfuerzo y el trabajo para poner a producir esas capacidades aprovechando las oportunidades. Por lo tanto, el resultado de tal esfuerzo se debe usufructuar, pero no generando pobreza, sino, multiplicando riquezas.
Haciendo que la plusvalía, el valor extra que se genera producto del trabajo empleado en la acción de generar riquezas, llegue de manera equitativa a todos aquellos que han participado en ese trabajo, de acuerdo al esfuerzo y al valor mismo intrínseco de ese trabajo.
Tomando como premisa, que ese valor llamado salario, permita como mínimo, que quien lo perciba, aún el nivel más bajo del escalafón, pueda llevar una vida humanamente digna. Si no es con esa visión, para mí, no tiene sentido generar riquezas, mucho menos acumularla.
Todo lo dicho va en el sentido de entender que no es válido creerse merecedor de acumular y/o usufructuar riquezas generadas de manera egoísta, aún haya sido producto de acciones emprendedoras meritorias y esfuerzos loables de inversión en dinero, tiempo y conocimiento, que es lo que hacemos los empresarios, sin mencionar los riesgos.
Ni hablar del accionar político, para aquellos que se dedican a la política, solamente el gozar de privilegios suntuosos por encima de la media de la población, ya es vergonzoso, no digo yo, acumular riquezas producto de sustraer de cualquier forma que sea, los dineros que pertenecen al pueblo.
Se necesita un cambio de visión, o, mejor dicho, se necesita abrir la conciencia a la verdad, para que entre la luz verdadera a nuestro interior y que esa luz nos permita ver con claridad la necedad de nuestras acciones.
Si seguimos esa carrera loca por el tener en sentido general, desde dinero, hasta poder, sin un criterio que permita establecer en qué punto se llega al equilibrio, y sin unos valores que reconozcan y pongan en un lugar preponderante la vida y la dignidad humana, vamos aceleradamente hacia la destrucción de nuestro mundo.
Creo que el primer paso debe consistir en dirigir una mirada crítica a nuestro interior, tratar de conocernos un poco más para descubrir que nuestra esencia no está en el exterior, que todos esencialmente procedemos de un mismo origen, de un mismo ser, de una misma Vida.
Comprender que no nacimos para morir, sino para vivir en plenitud y eternamente. Si encontramos nuestro origen y volvemos a Él, no será difícil encontrar la interconexión que hay entre todos los seres humanos, ver que nos une un lazo de hermandad superior al de la carne.
Entonces será fácil cambiar de rumbo, y reconocer que de verdad todas nuestras acciones deben estar dirigidas hacia una meta: el bien común. Que la vida en este mundo, así es como adquiere sentido, que es así como se vive la realidad del amor y es así como se alcanza la felicidad.
No soy de los que espera que el cambio sea brusco, tampoco necesariamente colectivo, pienso que si uno solo de mis hermanos comprende, cambia y a la vez se convierte en precursor de ese cambio, ya se ha iniciado el proceso y ha renacido la esperanza.

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