Fumar la “pipa de la paz”

Confieso que de la denominada “pipa de la paz” o “pipa ceremonial”, su intención, contenido y consecuencias, ha sido uno de los temas que desde niño me ha cautivado. Y no es que me interesara fumar, de hecho, jamás he fumado nada; pero puedo asegurarles, que no es por el prurito de seguir los pasos de mi Viejo, que tampoco fumó; ni porque lo considerara algo pecaminoso.

Yo no fumé, ni fumo, ni fumaré, porque sencillamente nunca sentí ganas de hacerlo. Como tampoco me importó si mis amigos lo hacían.

 

Lo que siempre he querido saber es ¿qué le ponían adentro a la famosa pipa?, porque su intención y consecuencias son de todos conocidas. Lo preocupante para mi es entender cómo esa sustancia, al quemarse, producía ese estado de éxtasis tan profundo, que le permitía a las partes en conflicto llegar a acuerdos de conveniencia propia; y ¿de donde diablos sacaron los indígenas ese prodigio de la diplomacia?

 

También he conectado esa antiquísima práctica de “fumar para entenderse mejor”, con el eterno deseo del hombre de comunicarse con su dios; no importa la región del planeta donde vivan ni qué o a quién, identifican ellos como tal. Y sabemos muy bien que en la América precolombina se trató siempre de contactar a los dioses y demandar directamente de ellos sus instrucciones y favores.

 

Desde el estrecho de Bering hasta la Tierra del Fuego, los primitivos chamanes y sacerdotes, usaron el poder de esas maravillas de la naturaleza para -desde la santidad de los altares y bajo los especiales efluvios de sus celestiales vapores- transmitir los designios y veleidades de los dioses.

 

Algo similar a lo que sucedía en el Viejo Mundo; y que se demuestra en los relatos bíblicos sobre las “visiones” de los profetas y augures, cuando trataban de “hablar o recibir instrucciones de Dios”. Por lo general, ellos se “elevaban” en un sueño, y al subir hasta “las alturas”, conectaban con el hacedor del universo, entendiéndose como “universo” la parte de la tierra que se conocía hasta ese momento. En algunos casos se afirma, que Dios por sí mismo se dirigió a ellos, pero siempre lo hizo en singular.

 

El coronel Freddy Díaz, un irreverente libre pensador y asesor mío para asuntos de índole histórico-trujillista, me asegura que no era simple tabaco, eso tenía que ser algo así como el Hachís asiático -o alguna otra droga alucinante- porque “yo fumé cigarrillos de joven y nunca cogí nota alguna que me pusiera a ver las estrellas”.

 

Ahora, todos sabemos que esas “especialidades” del Mundo Antiguo llegaron a América después del descubrimiento y que los nativos fumaron “la pipa de la paz” desde tiempos inmemoriales. Pero además, se sabe también que invocaron y trataron de conseguir “conexión” con el “mas allá” y con sus espíritus y dioses. De esto se infiere que por acá ya existían los medios para “elevarse” y llegar -si se quiere- hasta las estrellas.

 

El asunto es identificar esas plantas y sustancias -que al quemarse en las pipas- sus vapores producen esa sensación de tranquilidad y paz que irremediablemente conducía a los fumadores a llegar a acuerdos sobre las discrepancias y a “enterrar el hacha de guerra”, además de “conectar”, en otros escenarios, a los “elegidos” con el poder supremo.

 

Los botánicos han establecido varias plantas endémicas del Nuevo Mundo que muy posiblemente hayan sido las responsables de esos acuerdos de paz de las tribus de pieles rojas en lucha, entre ellas primero y mas luego contra los europeos. Aunque a decir verdad, contra los invasores blancos no les sirvió de mucho la dichosa pipa, porque la paz conseguida solo les garantizó el aniquilamiento o la vil confinación en las reservas.

 

Sin embargo, en México, Centro y Sur América -donde es evidente que la comunicación con los dioses se hizo mas patente que en lo que hoy es Canadá y Estados Unidos- se registra una diferencia sustancial en los resultados de esa relación de acercamiento divino. El nivel cultural en la zona del boreal es claramente inferior al registrado en la austral, a pesar de que las guerras entre nativos fueron mas cruentas y de exterminio total.

 

En una interpretación superficial de la historia, podría creerse que la ayuda que esas “medicinas naturales” aportaron a los aztecas, mayas e incas, les permitió una proximidad a los dioses que redundó en un mayor desarrollo. Pero lo mismo no sucedió con los apaches, siux o mohawks, entre otras tribus del Norte, ni tampoco con los caribes, tainos y siboneyes del Caribe antillano.

 

Otra interpretación, también frívola como la anterior, nos conduce quizás a una incongruencia que conlleva algunas preguntas también incongruentes y de carácter histórico. ¿Cómo es que los indígenas del Norte fueron exterminados o confinados en las mal llamadas “reservas”, mientras que hacia el Sur, los nativos pudieron resistir y hasta preservar su cultura, mas allá de la cruenta colonización europea?

 

¿Qué influyó mas en el tratamiento final que tuvieron los nativos del Nuevo Mundo, el nivel cultural logrado antes del descubrimiento o la diferencia en la agresividad criminal mostrada por los colonizadores anglosajones y los colonizadores latinos? Cualesquiera que sean las respuestas, remiten

nuestro razonamiento a las relaciones que tuvieron los amerindios con sus dioses y a esa forma peculiar de comunicarse con ellos y de pactar la paz.

 

Hay unas doce o quince plantas, propias de América, de características enteogénicas, que significa literalmente: “que puede ser inspirado por los dioses”. Debido a la región del continente donde crecen, mencionaremos solo cuatro de ellas, las cuales, al secarse podían perfectamente ser el material combustible de nuestra afamada y muy local, “pipa de la paz”.

  1. La “amanita jacksonii”, que es un hongo de la familia Amanitaceaes, de color rojo naranja, que crece desde la región de Quebec en Canadá, hasta el estado de Hidalgo en México y es un potente estupefaciente.
  2. La “heimia”, un arbusto nativo de América, que se da desde Argentina hasta Texas, de gran contenido alcaloide, y que era de uso medicinal en varias culturas pre-colombinas.
  3. La “nicotiana rustica”, conocida en México como “tabaco azteca” o “mapacho” en Sur América, tiene un alto contenido de nicotina en sus hojas.
  4. La “Papaver somniferum” o adormidera, es la conocida “amapola”, base del opio, de donde a su vez vienen la morfina y otros fuertes alcaloides. Se la encuentra en todo México y en Colombia, además de Asia.

 

De estos cuatro “milagrosos” vegetales, personalmente opino -por razones de simple geografía- que el alimento básico de la muy honorable y tan bien recordada, pero aún desconocida “pipa de la paz”, era uno de los dos primeros o talvez una combinación de ambos. ¡Vaya usted a saber!

 

¡Vivimos, seguiremos disparando!

elrumbodenuevayork@gmail.com

jpm

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