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El relajo de la bipolaridad
La falta de conocimiento sobre la bipolaridad, un
trastorno mental que acarrea graves sufrimientos al afectado y a su familia,
reduce esa terrible enfermedad a una simple definición de persona medalaganaria,
egocentrísta.
Por esto, los estragos que causa ese mal pierden
impacto en frases como que los bipolares
son gente que un día están complacientes y al otro no saludan.
Es así como el comportamiento banal de un ser
humano llega a ser comparado con un malestar terrible, con el que nada tiene que ver.
Es probable que la igualación surja porque los
bipolares tienen dos etapas, euforia y depresión, que no duran momentos, sino
meses y hasta años.
Las estadísticas de la Asociación Mundial de
Siquiatría arrojan que de cada cinco bipolares uno se suicida.
No resultan frases como pon de tu parte, no te dejes
acabar de esa tontería. Al contrario, agravan el problema, porque hacen sentir
al enfermo que es culpable de esa terrible situación, que no hace el esfuerzo
necesario para reponerse.
Por incomprendida, la bipolaridad trae más
dificultades que cualquier otra enfermedad mental.
Basta estar cerca de un enfermo y observar sus
síntomas. La euforia lo vuelve la persona más adorable, solidaria y activa. Incansable,
ningún oficio les queda grande.
Esos seres son los dueños de las fiestas, para gozar y
para organizar antes y después de la parranda.
Cuando baja la marea,
la depresión los hunde en la profunda tempestad. Hibernan por largo
tiempo, sin fuerzas, sin ganas de echar las batallas que siempre ganaban.
Agobiados por la gente que no comprende su enfermedad,
la crisis se hace eterna y en la desesperación por sacar fuerzas se maltratan
de forma física y emocional.
Todo para no parecer
acomodados que buscan “echarse” y dejar que otros les resuelvan la
existencia.
Los estragos les nublan los ojos y vuelven mustios sus
rostros, hasta que poco a poco el letargo termina y vuelven a brillar soles
nuevos.
Sin embargo, las crisis dejan secuelas fatales. Cada
episodio es siempre peor que el anterior y sus neuronas pagan el ensañamiento
de la vida con esos entes maravillosos
hasta en la tristeza.