El Club del Poder Mundial

Los
del siete más uno, que antes era G-8 (Alemania, Canadá, Estados Unidos,
Francia, Italia, Reino Unido y Rusia) hubieron de reconocer luego del último
desmadre de la economía mundial que la pava había expandido los nidales, que
otros gallos cantaban por lo que ocho no podían pensar y decidir por el
universo, y ampliaron el club para llevarlo a 20 socios. Los nuevos: Arabia
Saudí, Argentina, Austria, Brasil, Corea del Sur, India, Indonesia, México,
Sudáfrica y Turquía, más la Unión Europea.

Recién
acaban de sesionar en Brisbane, Australia,
y aunque como siempre resolutaron compromisos para un mundo con menor
inequidad y mayor compromiso medioambiental,
pero no creo que hayan sembrado esperanza reales de mejoría en ninguna
de las más de 7,300 millones de almas que pueblan el globo terráqueo.

El
encuentro ni siquiera puede reivindicar el pequeño logro de haber disuadido a
Rusia a comportarse de forma menos belicosa, por el contrario, su presidente,
Vladimir Putin, fue a demostrar que le importa un comino lo que
piensen sus colegas de las economías poderosas, a pesar de que el derribo de un
avión comercial repleto de pasajeros a cargo de radicales alentados por Rusia,
debió haber producido motivo suficiente de compasión por una humanidad que
termina pagando las consecuencias de la irracionalidad.

A
los mandatarios que atravesaron el Pacifico desde América no les podría haber
ido peor, al del país más poderoso del mundo, que viajó adolorido por una
derrota electoral, al retorno le guardaron una nueva decapitación, la de un
joven de 26 años de edad que se había consagrado al servicio humanitario, un
ejército fantasmal que no puede ser enfrentado con métodos convencionales le ha
dado por trascender con actos de barbarie con los que pretenden humillar y
hacer hundir en la impotencia a sus adversarios.

A
la presidenta de Brasil, recién reelecta en contienda reñida, la colmaron de
nervios pendientes a los mensajes que le llevaban de su país con reportes de
las movilizaciones en seis ciudades con la petición de que se le sometiera a un
juicio político por presunta complicidad en el escándalo de Petrobras.

Y
nadie habría deseado estar en los zapatos del presidente de México, porque ese
sí que andaba atareado. Hizo lo correcto
en participar en una cumbre esencial para las cosas que aspira a legar, pero su
país entendía lo contrario, que era un indolente que dejaba una situación
ardiente para salir a evadirse, para colmo, por vía de la esposa le manejaron
una denuncia que a los ojos de la gente es corrupción, aunque él contrajo
nupcias con separación de bienes y ha tratado de demostrar que no tiene afanes
de riqueza.

La
de Argentina tiene problemas de salud y
cuestionamientos de corrupción junto a su difunto esposo, a los que se les
atribuye un exorbitante crecimiento de patrimonio, para nada porque no se han
inventado ataúdes con bolsillos.

Desde
el derribo de Lehman Brothers en 2008, no hay teoría que haya probado resultado
para revertir lo que todos sabemos: la economía mundial no está generando los
empleos que se requieren, y el mundo se torna cada vez más desigual.

El
G-20 le disparará a las nubes para que llueva prosperidad, pero nada de lo que
aprobaron es vinculante y la mayoría de
los que estaban allí, tendrán como prioridad su propia supervivencia.

El
cuadro exterior no es halagüeño, pero dicen que de las crisis salen las
oportunidades.

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