El Buen Imperio

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El autor es economista. Reside en Santo Domingo.

Durante la crisis de seguridad surgida a raíz del atentado a las Torres Gemelas me tocó quedar varado en el aeropuerto de Barajas. El fastidio era insoportable por lo que un ciudadano español estalla despotricando contra los Estados Unidos por su foja de abusos y crímenes bien esparcidos por todo el mundo. Asentí en silencio. Pero quedaba con una espinita en el dedo. No me pude aguantar, por lo que le pregunto: ¿conoce usted la historia de la colonización de América? Claro, el tipo se la lleva y en algo se refrena: “- ¡Sí, sí, todos los imperios son lo mismo…”

Ya quisiera uno que los protagonistas se dividieran nítidamente entre buenos y malos. Y nos colocaríamos, por supuesto, del lado de los buenos. Una amiga me decía –española también- que los problemas se resuelven sacando del escenario a los políticos. ¿Anjá? ¿Y de dónde salen los políticos? Porque no los importamos de Marte, salen de entre nosotros.

Esto me recuerda otra forma de la misma falacia, ésta en la que se encuentra embebida la economía política: los ricos de la Tierra vienen del espacio estelar con el macabro objetivo de explotar a los pobres. Quizás el mejor ejemplo sea el de los carteles de las drogas: mataron a Escobar, encarcelaron al Chapo. ¿Asunto resuelto? El problema es más complejo, mucho más complejo…

A ver si logro plantearlo: un fenómeno cualquiera –la crisis en Venezuela- no tiene un único nivel sino varios, muchos. Está la cuestión del descalabro económico, que ha derrumbado el nivel de vida de los venezolanos y ha obligado a cientos de miles a emigrar. Está la cuestión de la democracia representativa, de si el gobierno de Maduro es legítimo, surgido de unas elecciones verdaderamente libres y democráticas. Está la cuestión de la legitimidad de una acción militar por parte de otros países, lo que ha estado gestando los Estados Unidos. Una situación con distintas dimensiones.

En economía, más de una vez hemos chocado con paradojas, con contradicciones aparentemente insalvables. El tirano benevolente: para desenvolverse con éxito, una economía de mercado necesita de un garante y gestor de los principios y las leyes del sistema. Un Estado que se encargue celosamente de imponer el contrato social y hacer cumplir los contratos privados pero que, a la vez, no tenga intereses económicos. Un soberano disparate, una contradicción de términos: no existe quien no tenga intereses.

Otra forma de lo mismo es el llamado rey economista, el profesional de los intereses que sabe cómo, quién y dónde, pero quiere que todo el dinero se lo quede otro.  Y en vez de aceptar que en la realidad no hay soluciones de óptimo (en la fantasía de la pseudo ciencia todo es posible) -aunque sí del mejor subóptimo-, nos quedamos dando vueltas denunciando la alevosía de… de la realidad.

Llamo falacia de la razón binaria a la transportación del juego suma cero al debate argumental. Recordaremos que en aquel lo que gana un jugador lo pierde el otro, y viceversa. No hay ganancias o pérdidas conjuntas, o ganancia (o pérdida) que no esté exactamente compensada por una pérdida (o ganancia) del otro. La enemistad perfecta. Así, digamos de paso, es que el marxismo piensa de la lucha de clases. Bien… De forma paralela, en el debate argumental tendemos a pensar que si A “está mal”: tiene intereses mercuriales, es amoral, abusador, etc., B, su contrincante en algún aspecto, “está bien”. Si A “está mal”, B “está bien”, y viceversa. En particular, no es posible que ambos “estén mal”, que sean igualmente mercuriales, amorales, abusadores, etc. Esto para decir que en la geopolítica mundial, Estados Unidos no es ni más ni menos mercurial, amoral, abusador, etc., que todos y cada uno de los otros imperios, Rusia y China.

¿Es el de Maduro un gobierno legítimo? Ya sé, el año pasado se hicieron elecciones “libres”. Pero, ¿qué son elecciones libres? ¿Por qué para algunos fraude electoral es si lo hace la derecha –como Balaguer-, pero si lo hace la izquierda le buscamos otro nombre? (Cuba no ha hecho nunca una elección presidencial. Y, por favor, no salgan con el chiste de Díaz Canel) Libertad política, al menos como la conocemos por estos lares, es que uno y el que quiera pueda expresarse libremente sobre cualquier tópico. Que pueda conversar, asociarse. Criticar, proponer, preguntar. Denunciar. Sin ser censurado, perseguido. Hostigado. Amenazado. O muerto. Esto es lo que entendemos por libertad política, y así es que se deben montar unas elecciones y ser votado el mejor candidato.

Fraudes ha habido en todas partes, cuando el fraude no se restringe al conteo de votos. Más fraude es impedir el pronunciamiento de los opositores. Perseguirlos, encarcelarlos. Si Maduro hubiera sido electo libremente Venezuela no estaría padeciendo el descalabro económico actual por una razón elemental: lo que le da estabilidad a la economía es la legitimidad política. No tuviera una devaluación de un millón por ciento (difícil hasta de calcular), y otras expresiones de la crisis que sería prolijo enumerar.

Hay otro elemento de la práctica política que es importante analizar para comprender la actitud general ante esta situación. Viene de la psicología, le llaman proyección, o transportación. Sucede cuando, por ejemplo, un violador o asesino serial de mujeres se venga con desconocidas de un daño profundo sufrido en la infancia. Odia a quien le hizo el daño –la madre, digamos-, pero hace pagar a una perfecta desconocida. Para él no hace diferencia, justamente porque ha transportado al autor del daño recibido a la persona a quien él castiga.

¿Algún símil en política? Fácil, ante el fracaso estrepitoso del socialismo real y su teoría, la izquierda se ha constituido en la defensora de algunas minorías: homosexuales, ateos, etc., siempre dando a entender que su vocación es la liberación de las masas. La transportación: quien defiende a los oprimidos que son menos es porque defiende a los oprimidos que son más. Totalmente falso. En la práctica, a la mayoría ciudadana les tiene bastante sin cuidado el rollo de las minorías, además de que muchas veces lo que beneficia a las minorías va en detrimento de la mayoría. Con todo, insisten en la transportación: trabajo “para el pueblo”, aunque cobre del imperio. O de los monopolios. O de la burguesía. O del gobierno corrupto. Al parecer la buena intención lava los crímenes del dinero que tanto denuncian. La izquierda está convencida y jura que es propietaria única de la razón moral. Por lo que los demás, mecánicamente, son cuando menos unos impíos. De esta manera, si Maduro es “de izquierda”, pues todo el que se le oponga es un fascista.

Finalmente, ¿cómo se puede justificar una intervención militar de los Estados Unidos en Venezuela? De ninguna manera, viola el principio de autodeterminación y soberanía, y el derecho internacional. Por no hablar de las secuelas de muerte y dolor que siempre han dejado las intervenciones norteamericanas donde quiera que han tenido lugar, incluido este país. ¿Y entonces? El de Maduro es un gobierno ilegítimo resultado de unas elecciones restringidas y, por ello, fraudulentas. Es no sólo un derecho sino un deber el de los venezolanos salir de Maduro. Pero, ¿cómo, si es un tirano? Es decir, las vías institucionales están cortadas, capturadas o simplemente suprimidas. La oposición –interna y externa, partidaria y no partidaria, que es la verdadera mayoría abrumadora- no tiene la fuerza fáctica para desalojar el régimen. Me parece que el dilema está claro: Maduro para siempre o una intervención armada de los Estados Unidos, ¿cuál es peor? Porque no hay una salida “buena”.

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