El Algebra Cubana
Por Osvaldo R. Montalvo Cossío
En otro artículo hablo del álgebra canadiense según la cual 0 + 1 = 5, que se lee: la unión económica de Haití (un Estado fallido) y la República Dominicana (un Estado fallando) nos resulta en un país desarrollado (España, por ejemplo). Pero no es el único sistema de operadores absurdos posible. Tenemos otro (de hecho, hay varios) igual de fascinante: el álgebra cubana. Según ésta, 10 (- 5) + 5 = 15, que se lee: si a los ricos, que tienen 10, les quitamos 5 para dárselos a los pobres, sumando lo uno y lo otro obtenemos un total de 15. Los 10 que los ricos tienen al principio más los 5 que obtuvieron los pobres (quién sabe de dónde).
Lo paradójico del caso (mayor paradoja es que el álgebra no sabe de paradojas) es que el mejor libro de álgebra básica lo escribió un cubano: Aurelio Ángel Baldor (1906-1978). Planteamientos claros, explicaciones perfectamente lógicas. De lo simple a lo complejo, de un ángulo a otro hasta cerrar el círculo. Y mucha práctica: dicen los que saben que las matemáticas entran por los dedos. ¿Cómo, entonces, puede el álgebra cubana plantear semejante disparate? Bueno, es que en realidad no es la lógica cubana sino la economía política del socialismo recientemente adoptada por los marxistas culturales y sus retoños locales, nuestros flamantes izquierdo liberales fusionistas.
La “paradoja lógica” de nuestros cultos culturales no es difícil de plantear. En economía existen cuatro momentos (lógicos) fundamentales: producción, distribución, cambio y consumo. Estos momentos no son conceptualmente seriales. De hecho pueden ser simultáneos, además de acompañados de momentos subalternos. El proceso es recursivo: producción termina en nueva producción. Dinámico: la producción puede mantenerse igual, aumentar o disminuir (lo mismo que los otros momentos). Y, lo más importante –justamente lo que no mira el álgebra cubana- están vinculados: producción está vinculado a consumo, y viceversa.
No tenemos espacio para explicar el tema a satisfacción, pero digamos lo mínimo. No hay producción sin consumo ni –obviamente- consumo sin producción. Esto último es bastante evidente, por lo que en los discursos de la izquierda populista se reparte lo que se puede tomar a manos llenas del aire: el “triunfo” de la revolución, la “dignidad” de los dirigentes, el “heroísmo” de los líderes. Repartir arroz, carne, leche, automóviles… pues eso es otra cosa, esos son los horrores del capitalismo injusto y explotador.
En cuanto al nexo anterior, no hay producción sin consumo por cuanto el propósito de la producción es el consumo. Esto es claro en la producción para el consumo propio (auto consumo), pero no es diferente en el mercado capitalista. La diferencia es que en el capitalismo la producción es siempre una apuesta: no todo lo que se produce se vende (y consume) por necesidad, siempre hay el riesgo (para el productor) de encontrarse con producción no vendida (lo que se constituye en pérdidas).
La producción es a la vez distribución: del pastel que contribuyen a crear el capital y el trabajo, a cada uno toca una parte. A los trabajadores una proporción, al terrateniente (al arrendatario) otra, al financiero otra más. El empresario (que no es necesariamente el dueño de todo el capital) se queda con el residuo. El residuo puede ser grande, enorme, como el de Bill Gates. Simplemente grande. Mediano. Pequeño. Hasta llegar a las pérdidas, justo donde ninguno de los otros protagonistas quieren asomarse a ver: a los empleados les interesa sus sueldos y nada más. Si el empresario se hace millonario con su producción o pierde la casa, eso es su asunto. Y lo mismo al arrendatario, al financiero (si no, vayan a un banco a ver qué piensan de esto).
El capitalismo es un sistema de oportunidades. De creaciones, innovación. Aventura, conquista. Explotación, beneficio. Un sistema de proyectos riesgosos, pocos muy grandes, muchísimos pequeños. Pocos triunfadores, muchísimos fracasados. Ciertamente, inhumanamente competitivo (la gente se suicida por penurias económicas de distinto tipo, incluyendo las pérdidas aún dentro de la riqueza), incansable. Amoral, calculador, frío. A la vez, inmensamente productivo y versátil. Como dice Keynes, no es bello, no es justo. Pero no tenemos con qué cambiarlo. El peor de todos los sistemas económicos, después de los demás (esto lo dijo Churchill).
Entonces los economistas se inventaron aquello de que el producto se agota en el pago a los factores según el producto marginal. Esto es, a cada protagonista (trabajador, arrendatario, etc.) se le paga exactamente su contribución al producto (el pastel). Ni más, ni menos. Si su paga (los salarios, por ejemplo) es escasa, es porque su contribución fue reducida. No es que el empresario (o el capitalista, etc.) abusa o explota a uno o varios de los factores. De hecho, quien se sienta abusado en un proceso productivo siempre puede abandonarlo e incursionar en otro: existe movilidad de los factores, lo que políticamente se conoce como libertad de movimiento.
Pero el talento, el carácter o la perseverancia, como la suerte, no están homogéneamente repartidos: el sistema ciertamente tiene una tendencia marcada hacia la concentración de la riqueza (y de su forma fluida, que es el ingreso). Por lo que en cada momento encontraremos, de un lado, a los triunfadores: los ricos, del otro, a los perdedores: los pobres. Una desigual, polar, injusta distribución del ingreso (y la riqueza): de un lado pocos ricos muy ricos y, del otro, muchos pobres muy pobres. El escenario de ensueño para nuestros rutilantes marxistas culturales.
Empiezan por denunciar al sistema, sus abusos e injusticia, aunque ya no claman por el socialismo. Piden gravar más a los ricos para dárselo a los pobres (la figura de Robin Hood siempre ha sido simpática) aunque en esto hay un rasgo característico: nunca piden que tributen más quienes los financian a ellos. Es decir, en un sistema económico de competencia no hay dinero para las asesorías, las consultorías y los discursos. Todo se dedica a la eficiencia en el mercado. Entonces, ¿cómo pagar a los neo izquierdistas? Y si algo tienen estos claro es que quieren beber vino y comer queso, es decir, denunciar los pecados del sistema pero viviendo como viven los más acomodados. Esto, por supuesto, sin tener que asumir ningún tipo de compromiso. En menos palabras, usted nunca verá a un neo izquierdista despachando en una ferretería de barrio. Lo de él es discurso: universidades, onegés, consultorías, seminarios, artículos en el periódico, radio…
Bien, bien… Entre el cambio y el consumo se abre un momento adicional: la re-distribución. Esa es la guarida de los neo izquierdistas. Ahí se denuncian todos los males del capitalismo sin nunca llegar a clamar por la revolución. Cobrando a sus mayores beneficiarios. Ese es el juego que siempre les ha permitido vivir lo mejor de lo bueno denunciando lo peor de lo peor. Repartir lo que ha producido otro y cobrar por ello, el mejor negocio del mundo.
Ahora sucede lo siguiente: ¿puede recuperar lo que le quitan a quien le quitan? Por ejemplo, si aumentan el impuesto sobre la renta, ¿pueden los pequeños productores y comerciantes recuperar mediante ventas el incremento impositivo? La respuesta: no. Quienes sí pueden hacerlo son los sectores concentrados que, resultado de la rigidez en la demanda por sus productos, pueden trasladar el aumento impositivo a mayores precios. Y son exactamente estos los sectores –nacionales o extranjeros- quienes financian el discurso de los neo izquierdistas.
Ninguna sorpresa, esto lo había planteado desde hace tiempo un economista de apellido Laffer: el esfuerzo productivo (de todos: grandes, pequeños, medianos) presupone una rentabilidad. Y dentro de ésta, una rentabilidad mínima (la máxima la establece la oportunidad dentro del sistema). Si la actividad no alcanza la rentabilidad mínima, se abandona. En dominicano, no se trabaja para estar cansado. Por otro lado, si el productor no puede trasladar a precios la mayor presión fiscal, disminuye su rentabilidad. Si la presión fiscal sigue aumentando, a partir de un punto la producción se abandona: si vamos a pasar penurias, es mejor hacerlo sin las penurias del esfuerzo. La economía socializante, socialista, totalitarista, centralmente dirigida, cae en una picada productiva, en una recesión sin control. ¿Un espejo donde ver esto? Cuba, Venezuela…
Nuestro neo izquierdista ha triunfado: la distribución ha mejorado… hacia abajo. El modelo es Cuba donde la distribución del ingreso y la riqueza es horizontal: todo el mundo es igualmente pobre y nadie tiene nada. ¡Asunto resuelto! Y ha cobrado doblemente por ello: el dinero y en discurso. Defiende a los pobres –es innegable- haciendo a todos más pobres, que es la parte que ni siquiera entiende. Pero ¿qué se le puede pedir a alguien que nunca ha salido a vender nada en un mercado competitivo? Ni medicinas, ni seguros, ni bienes raíces. Porque, según él mismo, todo el dinero que proviene de ventas es sucio y está contaminado. El financiamiento público a las onegés de donde cobra un cómodo y jugoso sueldo, pues no, eso es otra cosa. Ese dinero tiene la bendición de los dioses del Olimpo comunista.
Queda Baldor perplejo ante los juegos de manos dialécticos de sus pupilos cuando su álgebra, es decir, el álgebra, simplemente no admite la contradicción. Pero, ¿qué saben los neo marxistas de contradicción?

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