Aterradora violencia
Vivimos otro de esos picos de violencia que cotidianamente nos azota y que, lejos de convertirse en una ‘norma de costumbre’ como ha ocurrido en otros países de la zona y del mundo, a los dominicanos nos asombra y nos aterra.
Esta nueva oleada de violencia –la hemos padecido en muchas otras ocasiones- parece haberse abierto con el episodio de Baní, un caso sin conclusión y con muchas aristas que provocan y mueven a justificadas suspicacias, donde fue asesinado un coronel de la Policía, en medio de situaciones relacionadas con el narcotráfico, con la venta de drogas, con el microtráfico.
A esto le siguieron los casos de los tres hombres muertos a tiros en una balacera que según las primeras informaciones de las autoridades daban cuenta de un enfrentamiento entre ‘bandas’, ocurrida en un centro público en el barrio Simón Bolívar, de la Capital, y de dos muertos a tiros en Haina en un enfrentamiento con la Policía. En ambos casos hubo varios heridos.
Más adelante en esta semana las autoridades de La Romana anuncian el asesinato de tres personas, dos de ellos encontrados carbonizados dentro de una jipeta incendiada, y un tercer cuerpo a pocos metros, en un apartado de la carretera entre los bateyes Cacata e Higueral. En el entorno se encontraron casquillos de pistola, lo que indica fueron asesinados a tiros.
Y en medio de estos casos, la Policía difundió este lunes las fichas policiales de seis hombres que tipifican de prófugos, buscados por crímenes y quienes dice están ‘fuertemente armados’ y que son ‘altamente peligrosos’.
Lo más agudo es lo que parece ser un ‘dime que diretes’ entre la Dirección Nacional de Control de Drogas y la Policía en torno a las acciones del organismo anti narcóticos en Baní, donde la DNCD informa que en el lugar donde fue asesinado el coronel de la Policía, en tres meses había ‘intervenido’, incautado drogas y arrestado a los ‘vendedores’ pero que luego estos lograban su libertad y volvían a operar, en el mismo lugar, como un desafío claro a las autoridades.
Estos y otros detalles, de casos de violencia cotidiana que no llegan a los medios de comunicación formales, pero que si se reproducen –con efectos especiales, muchas veces- como la verdolaga por las emblemáticas redes sociales.
En este escenario, la gente respuestas contundentes de las autoridades, más allá de las declaraciones de ‘buena voluntad’, dirigidas muchas veces para bajar la presión social y tratar de tranquilizar a las familias, que ven con temor cada día la salida del hogar de uno de sus componentes y viven con la incertidumbre de su regreso.
Estamos hartos de planes, programas, declaraciones.
La sociedad demanda acciones sin más dilaciones, eufemismos ni endilgando culpas. Necesitamos parar esta ola de violencia.

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