Arístides Incháustegui, galán que fascinó a una generación

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LA AUTORA es escritora. Reside en Santo Domingo.

Antes de presentir que sería cercano, conocí el mito. Desde su inicio deslumbrante, presidido por su precoz participación en el coro del convento de los Dominicos, la calidad y la tenacidad fueron sus compañeros. Todavía está en la memoria de sus contemporáneos, habitantes de aquella capital bucólica, atrapada, con una actividad artística insospechada, el despliegue de talento vocal, con apenas 11 años, al lado del músico y siempre amigo, el erudito sacerdote Bello Peguero.

Galán que fascinó a una generación, atravesó décadas ofreciendo sus destrezas y arrojo, a una comunidad cumbanchera sin Camerata Florentina. El tenor que estuvo en escenarios internacionales de prestigio encantó con su estilo a exigentes públicos. Fue aplaudido en el Carnegie Hall de Nueva York, en la Casa de América Latina en París. Grabó en el 1953 su primer disco, Rafael -Fello- Solano, otro de sus inseparables y el Trío los Juglares, le acompañaron.

Su constante afán abrió caminos y dejó huellas. Creador de Ópera Dominicana, miembro fundador del Coro Nacional, su paso por la Dirección de Bellas Artes aún es recordado. Su tienda de discos marcó un hito memorable.

Exigente, en ocasiones implacable. A contrapelo de la medianía conjuró la asfixia isleña. Cómplice del inmenso Manuel Rueda, sus colaboraciones en Isla Abierta eran esperadas para el disfrute. De la medicina a la Historia su dedicación lo convirtió en un renacentista que jamás envejeció ni intuyó la despedida.

A pesar del desaliento que provocan algunos pérfidos mecenazgos, ahítos de fortuna, carentes de ingenio, el hijo de Marino Incháustegui y Teresa Reynoso, nunca hizo del desánimo consigna. Enfrentó la mediocridad con trabajo y resultados. Soberbio, austero, creyente en la dominicanidad que cada día se escapa.

Arístides Incháustegui

Apostó a la bibliografía como acta notarial para subrayar el orgullo patrio. Hurgaba en los rincones del Archivo General de la Nación -AGN- cuando la polilla destruía folios. El AGN fue casa y refugio para Blanca Delgado Malagón y para él. Jornadas interminables cumplían, para saciar sus ansias de búsqueda y rescate de las grafías fundacionales de nuestro ethos. Quizás por eso ahí está su biblioteca.
Conversador exquisito, mezclaba picaresca con evocación de Caruso, Sadel, Luis Carbonel y la sempiterna mención reverente del Trío Reynoso integrado por sus tíos y su madre. Con elegancia desacralizaba. Educador por vocación descubrió en la radio un medio para compartir conocimientos.

Su constancia venció adversidad y los cambios en la radiodifusión criolla. Radio Clarín y RTVD, cada domingo, durante 20 años, sirvieron para difundir su pasión por los clásicos. Luego “Raíces” acogió aquel despliegue cotidiano de información, preparado junto al denuedo de Blanca, tan acuciosa como él.

Burló la medianía aldeana circundante que se trastorna cuando alguien conoce la ruta hacia las cumbres y se atreve a escalar sin pausa. Observaba, esperaba, presentía. Construyó una relación emocional intelectual inexpugnable, con Blanca, conyugalidad omitida por el desconocimiento que garabatea panegíricos urgentes y aviesos.

Inclemente con quien se atrevía a cuestionar su vida privada, el anecdotario es sabroso cuando alguien pretendía respuestas a insinuaciones maliciosas sobre su intimidad. Detallar sus obras no sería ejercicio vano, sin embargo, tantas son y tantos lo han hecho con premura que mejor es remitir la curiosidad al AGN.

Decir que ahora será ponderada su dimensión, irrita. Mientras, bastaría reconocer que compartimos época con un grande. Procede invitar a escuchar sus estupendas recopilaciones de Canciones Dominicanas, tratar de recuperar sus cátedras radiales.

En la Introducción a una de sus recopilaciones, ratifica que una frase resume su filosofía de vida: “Por Amor al Arte.” Arístides nunca hubiera consentido una elegía o un agravio post mortem. Desafiante como fue, preferiría el reto por el agravio o por el placer del elogio, pero se fue sin avisar, dejó como tarea la evocación.

Sin necesidad de excusas tardías o descubrimientos extemporáneos, cada noche, Fello, Fabito, la imprescindible Blanca y los más jóvenes que lo quisieron y admiraron, como Víctor y Carlos Manuel, acudirán a una cita ineludible. Mirarán el reloj para saber que está y sabrán cómo escucharlo.

JPM

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