De fundas y planes sociales
El individuo llegó acalorado al barrio. No hallaba la dirección (aunque la tenía en su guasá escrita y en un mapa). Luego empezó a bajar (perdón, a tirar) las fundas unas sobre otras y a quejarse de que desmontarlas del camión no era trabajo suyo.
Yo, que critiqué y criticaré las dádivas, acepté la propuesta de que tomara para mi empobrecido barrio unas cuantas cajas que por arte de magia llegaron a mi convertidas en fundas “reforzadas”.
Yo, que escuché a mi amigo y compadre Miguel Ángel Aza decirme que era incisiva cuando criticaba esos repartos, pensé que podría estar equivocada, que podría ser diferente y que quizás no era tan malo que esa gente tuviera algunos artículos alimenticios sin interminables filas ni bochornos.
Sí, sí, les daban una migaja de todo lo que les han quitado. No está en discusión.
Mi madre, la mujer más noble del mundo, me dijo que como me las llevarían a mi casa, las repartiría de acuerdo con una lista a las familias más necesitadas, sin atropellos, sin empujones, sin insultos, sin daños mayores a su dignidad.
Cuando el vehículo llegó había personas en la calle pero nadie intentó acercarse a pedir.
«El pobre es lobo del pobre», le dije a mi compadre, al contarle la forma despectiva en la que actuó el personaje que llevó las fundas y que para colmo contó mal, porque me dijo que me entregaba un monto cuando en realidad era inferior y de hecho el documento que firmé tenía la cantidad acordada, no la entregada.
¿Qué por qué no conté? Porque lo creí innecesario, de mal gusto. Puesto que las recibí sin solicitarlas, no tenía motivos para dudar.
Después del incidente, mi primera reacción fue agradecerle a la persona que me sugirió esa entrega por pensar en mi sector y dejarle claro, pese a su insistencia en completar lo faltante, que jamás me involucrara en eso.
Cuando le comentó al brazo operativo, le contestó que me habían dejado menos de lo pactado porque no alcanzaron. Bien, eso lo podría entender. Lo que no entiendo es por qué la persona que me entregó insistió en que me dejó la suma convenida. ¡?
-Eso te hace ver -me dijo mi compadre- que no estabas equivocada.
Solo atiné a decir, sí, quise creer
-Quite esas fundas de esa galería para que no le armen un lío, me dijo el ayudante del camión, pero qué equivocado estaba.
Qué altura, qué dignidad la que exhibió la gente de mi barrio. Una verdadera cátedra de civismo que muchos debieran tomar.
JPM

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