La suplantación orgánica-institucional de los partidos políticos
El primer síntoma -post dictadura trujillista- fue las dos escuelas política-ideológica que protagonizaron-rivalizaron todo el interregno histórico-político 1961-1996: a) la herencia trujillista que el Dr. Joaquín Balaguer redefinió-ensambló en el bonapartismo-autoritarismo que ensayó a sangre y fuego 1966-78, bajo el telón-contexto de la Guerra fría y la sumisión absoluta, pero autónoma, a la estrategia contra-insurgente de los Estados Unidos para Latinoamérica y El Caribe, en la línea geopolítica de desarticular-diezmar los cuadros-líderes de los partidos progresista, de izquierda-marxistas y movimientos contestatarios; y b) la liberal-democrática que encarnó JuanBosch con su constitución de 1963 y el malogrado ensayo democrático (su gobierno sietemesino) que encabezó, pero, además, y como aporte político-conceptual- metodológico sus ensayos socio-histórico a la luz del prisma marxista, la nueva pedagogía política que inauguró -1962-63- y la fundación de un nuevo partido político -PLD-1973- en donde estableció-impuso una verdadera escuela política sobre la base del estudio -metódico y sistemático- de la realidad nacional e internacional y, sobre todo, del sustento orgánico-disciplinario de un partido de cuadros.
En mi opinión, esos dos antecedentes (¿o antípodas?) histórico-políticos con sus matices humanístico-ideológicos -de ambos líderes- marcó el derrotero político-electoral y, al mismo tiempo, los avances y retrocesos en la construcción de una democracia -la dominicana- que no pocas veces se debatió-colapsó entre una semi-dictadura y unos ensayos democráticos -la inflexión histórica PRD-1978, el Balaguer pseudo democrático aunque tramposo y enclaustrado-86-96; y el relevo político-generacional: Leonel–Danilo, porque Hipólito fue un catastrófico accidente.
A esa ruptura política-doctrinaria -relego de la escuela política de Bosch-, siguió, en el interior de los partidos políticos, una lucha feroz por el control y la hegemonía de esos ‘aparatos´ que se bifurcó en dos líneas: a) el secuestro político-personal del líder por una élite que, de pose, imitación y recitación memorística de sus postulados doctrinarios, lo aisló-retiró; y b) la que bebió-auscultó en el pensamiento y la pedagogía política -de Bosch (que en el caso de Balaguer se resumía en chicana, fraude y ambición de poder)- para, desde el partido y el poder, apuntalar liderazgo y control partidario. Por ello, por esa negación política-doctrinaria, en los partidos políticos tradicionales jamás cuajo -con la excepción quizás de Peña-Gómez y el BIS, en una coyuntura política-electoral especifica- una auténtica corriente o tendencia política-ideológica o doctrinaria -para el fortalecimiento-orientación doctrinario-institucional de algún partido político- mas allá de grupismo o, de lo que predomina hoy: claques subalternas que operan y actúan orientados por interés corporativo o de simple supervivencia en obediencia ciega a un determinado cacique-líder o a un tinglado de ellos. Y esa falencia histórica-política y estructural, es, quizá, o sin quizá, la evidencia más fehaciente de que, en el país, no existe una verdadera cultura democrática ni mucho menos la concreción-impostura de una impronta impostergable: alianza programática (sino, alianzas política-electorales que en la práctica política y ejercicio del poder deviene en simple repartición del organigrama estatal).
Esa ausencia de una cultura democrática y el abandono doctrinario-ideológico, en el fondo y en la superficie, es lo que explica que no se haya aprobado una Ley de partidos políticos, una reforma a la Ley electoral, ni mucho menos construir una ética pública compromisaria a todos los actores políticos en el ejercicio de la política y de la dirección de los poderes públicos.
Y algo más: esa suplantación del sistema de partido por unas jerarquías monopolizadoras de la vida orgánica-institucional de los partidos políticos -sin excepción ni siquiera en las “izquierdas”- es lo que explica la ausencia de los partidos (como instituciones políticas) del debate de la agenda nacional, la quiebra y desaparición de la relación partido-gobierno (en su esencia clásica) que debe darse en una simbiosis acompañamiento-defensa- diferenciación temática-orgánica, cuando estos están en el poder; y finalmente, el secuestro de sus democracias internas que entre otros indicios se evidencia con la excesiva reserva -por parte de sus cúpulas- de candidaturas, ninguna rendición de cuentas -sobre sus finanzas y administración de las asignaciones presupuestarias vía JCE, cotizaciones y de otras índoles- a sus miembros y organismos y los cada vez mas ostensibles subterfugios baladíes para posponer los procesos eleccionarios internos en abierto interés político-antidemocrático de perpetuarse en el control-hegemonía de los partidos políticos fosilizando y anquilosando a las organizaciones políticas y castrando, de paso, a sus liderazgos en ciernes.
Pero, ¿en dónde nos encontramos?
Honestamente, en un punto de inflexión, y quizás sin retorno, que se sintetiza: por un lado, en el éxito-predominio de las claques políticas que, en el interior del sistema de partidos tradicionales del país, suplantó, primero, al líder ético-doctrinario, y luego, al partido, entendido como totalidad orgánica-institucional, y su democracia interna; y por otro lado, el momento exacto en que las cabezas de esas claques despuntó presidenciable. Cierto que en ese trayecto-construcción no poco -cabeza-líderes- fracasaron (Augusto Lora, Jacobo Majluta, Jacinto Peinado,Hatuey de Camps, y una retahíla que aún no se entera), pero ello no impidió que el producto final no se impusiera: el líder redentor e insustituible -en otras palabras, la escuela política de Balaguer– que el relevo no es otro que él mismo, aunque procure e imponga a otro, o peor; el relevo castrador, de coyuntura en coyuntura electoral, de dos o tres que se turnan y se ponen de acuerdo para administrar bolsones de crisis o desavenencias, internas o externas, entre ellos mismos.
Y ese triunfo de esas claque-jerárquicas, en el fondo, excluyentes y antidemocráticas, tiene un degradante correlato interno: a) el control absoluto-burocrático del partido (o de lo que en su nombre se cobra -vía la JCE y el financiamiento externo- y promociona); b) la imposibilidad de la crítica y la autocritica; y c) el momento electoral a que ha sido reducido lo que fue partido: ¡a pura maquinaria electoral!
Esto último, es una desgracia-aberración porque, a esas alturas, el partido –o lo que se entiende por ello en el actual esquema-, y lo que queda de él, es entendido como una empresa, como una fábrica, o peor, como un feudo-colmado -por ciertas jerarquías y sus segundones satélites internos-, pero jamás como una vía-espacio -para la discusión, la elaboración de ideas y el debate- plural-democrática para empujar cambios y reformas en una sociedad democrática.
En consecuencia, los pocos bichos raros -porque elaboran ideas- que aún militan en los partidos políticos y que elevan criticas-sugerencias casi siempre son relegados por dos razones básicas: primero, no son narigoneables, y segundo, porque hablan y escriben lo que piensan, y eso, al menos en política, es un pecado capital. Por supuesto, para aquellos carentes de ética y honestidad intelectual.
¿Qué hacer?
En el contexto de una coyuntura política -y más si tu “partido” esta en el poder, como sucede en mi caso- es harto difícil, y quizás inoportuno asumir postura crítica con posibilidades de ser escuchada. Por ello, este desahogo, no deja de ser un interés, ingenuo quizás, en que, por lo menos y en medio del carnaval, se preste atención al inmediatismo en que algunos espacios orgánicos-internos son reducidos -por subalternos-segundones- en aras de que, inconfesablemente, no se logren resultados orgánicos-institucionales, sino, la impostura-ambición de satisfacer principalías partidarias o estatales-regionales imaginarias que no toleran criticas ni sugerencias, de un centralismo nocivo y excluyente y, sobre todo, de inquinas personales-políticas (cimentadas en chismes) porque uno no se deja narigonear ni renuncia a la crítica y al debido respeto.
Sin embargo y a pesar de los riesgos, sabremos adaptarnos -¡y aguantar!- sin dejar de hacer nuestras críticas-sugerencias en el entendido irrenunciable de empujar cambios y redefiniciones que el partido demanda y exige: ¡un Congreso Extraordinario!
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