Las enseñanzas de un peregrino por la paz
Tan cerca como la marejada humana lo permite, tan preciso y contundente como se puede percibir en su elocuente discurso y el brillo luminoso que destila su mirada, tan convincente y sincero como postula su cruzada esperanzadora en el logro de la paz, la justicia y la reconciliación entre todos los miembros de la raza humana, así le vi en su recorrido por esta parte de América en la que coincidimos todos, ostentando su papel de profeta, que asume posturas claras y definitorias en pro de desterrar sentimientos de odio, venganza y rencor.
A su paso por las atestadas calles, los significativos lugares y los emblemáticos monumentos que fueron tocados en la histórica visita papal a la ciudad de New York, Francisco I ha ido dejando marcado el trayecto con millones de pétalos de flores multicolores que simbolizan la coincidencia de intenciones y la profunda empatía lograda entre este grande hombre, la grey católica que le sigue con devoción y los cientos de miles de seguidores de otras sectas que le escuchan con atención y respeto.
Esta visita del Papa ha traído consigo altas dosis de esperanza y alegría a una ciudad como Nueva York que tanto las necesita.
Con ello, es de suponer que con sus palabras, sus acciones y el decidido enfoque a los álgidos asuntos abordados en presencia de influyentes dignatarios, diplomáticos y representativos de las organizaciones más poderosas del mundo, ha de contribuir a moderar comportamientos, facilitar el entendimiento y permitir que se imponga la ecuanimidad, la justicia y la razón en la toma de decisiones, principalmente en aspectos nodales de nuestro presente tales como el manejo de los temas de inmigración, la supresión de la pena de muerte, la inequidad en el mundo y los abusos flagrantes a que se somete a diario a la naturaleza y el medioambiente, entre otros temas fundamentales que afectan el día a día de la humanidad.
Algunos acontecimientos, no precisamente casuales, producidos con posterioridad a la visita del Papa a esta parte de América, apuntan en esa dirección y se estima que otros con igual o mayor relevancia se produzcan en los días por venir, en beneficio de los pobres y los desamparados, que han unido sus esfuerzos e ilusiones al futuro y engrandecimiento de esta gran Nación.
Como testigo de excepción de esta significativa visita de Francisco I a la Gran Manzana, hago mis votos para que los destellos luminosos del trajinar del peregrino de la paz por estos lares también lleguen al entorno del lugar de donde provengo, una atribulada isla bañada a la vez por las aguas del Atlántico y el Caribe, que requiere de manera urgente de la minuciosa atención del Creador.
Ojala que, además del fulgor y las bendiciones que a su paso va repartiendo Francisco a manos llenas, también nos deje un poquito del milagro que su atinado mensaje de fe y amor puede lograr en beneficio de nuestra República Dominicana, que hoy por hoy se encuentra acogotada, padeciendo el flagelo de una delincuencia sin control y un manejo grosero de los poderes públicos en manos de una claque corruptora y voraz que aspira a perpetuarse en la conducción de la cosa pública tal si fuese una entidad privada.
Que así sea!

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