¿Quo vadis Bahía de las Águilas?

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EL AUTOR es economista y consultor. Reside en Santo Domingo.

La reciente entrega al Estado del título de propiedad de los 362 millones de metros cuadrados que circundan a Bahía de las Águilas debe recibirse con cierta reserva. De nada serviría esto si los aprestos gubernamentales para desarrollar el turismo en esa comarca no son bien encaminados. Si no se adopta un concepto de desarrollo correcto para ese valioso recurso podríamos estar prolongando la espera de “la hora del sur” y perpetuando la pobreza ancestral que hoy lo arropa.

Las condiciones socioeconómicas de su población determinan la trascendencia del asunto. Un reciente reporte de la FAO sobre el hambre en America Latina sugiere que “hay territorios dentro de cada uno de los países en los que el hambre y la pobreza extrema persisten, y las distancias entre ellos y el resto de los territorios se ha mantenido o acrecentado.” Al respecto nuestro país ha acordado con la FAO “priorizar territorios en la región Suroeste del país”, la cual comprende las provincias de San Juan, Bahoruco, Independencia, Pedernales, Barahona y Azua y muestra los indicadores sociales menos halagadores.

Al ser fundamentalmente agrícola, el destino de la región está gravemente amenazado por la apertura comercial a que obliga el DR-CAFTA. Los recursos mineros abundan en San Juan y Azua, pero los pruritos ambientales y la falta de inversión condicionan su explotación. De ahí que el potencial turístico sea su más plausible tesoro. Pero contrario a lo que se ha propalado por mucho tiempo, el potencial turístico de la región no lo determinan sus paisajes y áreas protegidas. Contando con una excelente red vial, el más valioso recurso es precisamente los 7 kms de playa de Bahía de las Águilas. No sería exagerado decir que el destino de la región depende de la estrategia de desarrollo turístico que se elabore para ella.

Desde que en el 1986 la GTZ produjera el Plan de Manejo del Parque Nacional Jaragua, donde está enclavada la playa, se ha venido proponiendo al segmento del ecoturismo como la clave del desarrollo turístico. Sucesivos estudios y evaluaciones ratificaron el concepto y la comunidad ambientalista se encargó de elevarlo a un olimpo sacrosanto. Ese concepto se consolidó con la creación de una Reserva de la Biosfera en el 2002 y la inclusión en ella de tres parques nacionales, además de que el 68% de la provincia de Pedernales clasifica como área protegida.

Afortunadamente, con la elaboración por el MITUR del Plan de Ordenamiento Territorial Turistico en el 2012, se cambio el concepto al de “turismo de naturaleza”, uno más abarcador y menos restrictivo. El Cluster Turistico de Pedernales endosó ese concepto en su Plan Estratégico del 2014 y el MEPyD también en un subsecuente Plan para el Desarrollo Económico Local de Pedernales del 2918. Este último abogó por un turismo ecológico y de naturaleza. Los señalamientos anteriores vienen al caso porque, por licitación internacional, el gobierno contrató una empresa canadiense para elaborar el Plan Maestro de Desarrollo de Bahía de las Águilas. Por trasmano se conoce que el Plan se basa en el concepto de “turismo ecológico”.

Las razones de que el ecoturismo no se haya adoptado como el concepto guía son contundentes.  La primera tiene que ver con la dotación de recursos “ecoturísticos” de la zona. A pesar de sus maravillosos paisajes, interesante flora y algunas aves endémicas, la región no puede competir favorablemente en el mercado ecoturístico internacional con países tales como Costa Rica, Panamá, Venezuela, Colombia y otros de nuestra vecindad.  (Costa Rica, por ejemplo, tiene monos, cocodrilos, jaguares, papagayos, volcanes, etc.) Una segunda razón es que los ecoturistas tienden a viajar en pequeños grupos y, aunque son de alto gasto, no representan el voluminoso flujo que requiere el suroeste para su desarrollo. En tercer lugar, los ecoturistas requieren servicios de guía muy sofisticados y la región carece de ellos. En consecuencia, es preferible visualizar el aprovechamiento de las playas de la región para un desarrollo turístico de mediana densidad.

Esto último no implica una subordinación de los requisitos de sostenibilidad ambiental. Tampoco debe significar un turismo de masas. Aquí debemos interpretar el carácter “ecológico” del desarrollo como aquel que respeta el medio ambiente y, lejos de degradarlo, contribuye a su consolidación y sostenibilidad. El reto entonces consiste en prescribir la ubicación y densidad adecuadas de las edificaciones hoteleras y de otra índole, el de identificar claramente las restricciones de uso de los recursos naturales y el de proponer las regulaciones que garanticen la salud de los ecosistemas a ser aprovechados.

Los ambientalistas aborrecen la idea de que se erijan grandes hoteles en las inmediaciones de la misma playa. Ni siquiera favorecen ese tipo de edificación sobre el enorme farallón que dista a menos de 500 metros. Su visión del desarrollo turístico en el área esta contenida en una propuesta de la Academia de Ciencias del 2002 donde especificaron que los hoteles deben plantarse en Cabo Rojo para dejar a Bahía intocable e impoluta. Esa propuesta fue reiterada en el 2017 y la empresa canadiense que hoy elabora el Plan Maestro deberá tomarla en cuenta. En su contra existe el precedente de que todos los inversionistas que han explorado la posibilidad de invertir en el área han preferido siempre a Bahía sobre otras playas cercanas.

Al persistir el desinterés en Cabo Rojo, una playa que hoy está lastrada por un puerto y una fabrica de cemento, la opción de permitir hoteles en Bahía deberá examinarse seriamente. Esto así porque a existen tecnologías y prácticas ambientales que permitirían la conservación del ecosistema a la vez que se aprovecha su playa. Por ejemplo, si se teme perjudicar el anidamiento de las tortugas solo se requeriría cerrar los dos kms del sur de la playa durante los cuatro meses del verano donde y cuando sucede. (Hace años que el Ministerio de Medio Ambiente retira los huevos y los incuba en un banco de incubadoras surto en la Laguna de Oviedo.) Si se quiere proteger las praderas marinas, bastaría con una planta de potabilización de aguas residuales que las descontamine en un 90% y las vierta a cinco millas de la costa mediante un emisor marino (como sucede en Cartagena).

Por supuesto, esas medidas podrían no prevenir lo suficiente si los residuos sólidos andan al garate. Habrá entonces que establecer instalaciones que los clasifiquen y que transformen aquellos que puedan ser usados como abono o como material de relleno para las numerosas cavernas del procurrente de Barahona. Existe de sobra tecnología moderna y buenas prácticas para que los residuos sólidos y los lixiviados no contaminen ni estorben. Por eso el principal reto respecto a ellos será el cumplimiento de las regulaciones al respecto. Habrá que admitir que la debilidad institucional es un reto bronco. Pero ha habido propuestas para la cogestión ambiental con organismos internacionales que podrían apuntalar adecuadamente la gestión local.

El Plan Maestro de los canadienses constituirá un hito en la planificación del desarrollo turístico que de seguro intentará conciliar los imperativos de conservación ambiental con las preferencias de los inversionistas. Un desarrollo de mediana densidad sería lo ideal, pero habrá que esperar hasta mediados del presente mes para saber por dónde le entraría el agua al coco.

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