Por LUIS M. GUZMAN
La diáspora dominicana es uno de los fenómenos socioculturales y económicos más relevantes para la República Dominicana en el siglo XXI. Se estima que más de 2.5 millones de dominicanos viven en el extranjero, cifra que representa más del 20% de la población nacional.
Estados Unidos, España, Puerto Rico e Italia concentran la mayoría, y sus aportes trascienden lo económico. Su influencia se extiende a la política, la cultura y la proyección internacional del país, convirtiéndola en un actor estratégico.
El flujo migratorio dominicano se intensificó a partir de la década de 1960, con el fin de la dictadura de Trujillo y la posterior inestabilidad política. La intervención militar de 1965 y las crisis económicas de los años 80 y 90 impulsaron olas migratorias hacia América del Norte y Europa.
Factores como la reunificación familiar, el acceso a empleos mejor remunerados y las redes comunitarias en el exterior consolidaron un patrón migratorio estable. Hoy, esa trayectoria histórica ha dado lugar a una diáspora madura y organizada.
Aporte economico
Las remesas son el pilar más visible de la relación económica con la diáspora. En 2024, según el Banco Central, superaron los 10,756 millones de dólares, equivalentes a cerca del 9% del PIB. Estos envíos financian consumo, vivienda, educación y emprendimientos, sosteniendo a cientos de miles de hogares.
No obstante, esta dependencia crea vulnerabilidad: una crisis económica en Estados Unidos o España podría impactar de forma inmediata en la economía dominicana.
Más allá de las remesas, la diáspora canaliza inversiones en bienes raíces, negocios familiares y proyectos productivos. Profesionales en áreas como salud, tecnología y educación también transfieren conocimientos mediante convenios, capacitaciones y asesorías.
Sin embargo, gran parte de estas contribuciones ocurre de manera dispersa y sin coordinación institucional, lo que limita su potencial para integrarse en estrategias nacionales de desarrollo sostenible.
Impacto electoral
Desde 2004, los dominicanos en el exterior ejercen el derecho al voto y eligen diputados de ultramar. En 2024, más de 800,000 electores estaban inscritos en el padrón exterior, conformando un bloque con peso creciente.
Asociaciones y medios comunitarios ejercen presión sobre las autoridades, mientras que líderes emergentes han comenzado a ocupar espacios políticos. El reto sigue siendo ampliar la representación y canalizar esa fuerza hacia políticas de largo plazo.
En elecciones cerradas, el voto de la diáspora puede inclinar resultados, especialmente en las circunscripciones del exterior. Sus preferencias suelen reflejar experiencias y comparaciones con sistemas en los países de acogida, lo que introduce nuevas perspectivas en el debate político nacional.
Aun así, persisten críticas por la desproporción entre el número de electores y los escaños asignados, que muchos consideran insuficientes.
La diáspora también ejerce un papel de embajadora cultural. Festivales, actividades deportivas, ferias gastronómicas y campañas solidarias en ciudades como Nueva York, Madrid y San Juan proyectan una imagen positiva del país.
Estas acciones fortalecen la identidad nacional y abren oportunidades comerciales y turísticas. Con el respaldo institucional adecuado, esta diplomacia ciudadana podría tener un impacto aún mayor.
La comunidad migrante enfrenta problemas de integración en los países receptores, incluyendo discriminación, barreras idiomáticas y precariedad laboral. Internamente, la falta de coordinación entre organizaciones y la politización de sus espacios de representación reducen su capacidad de incidencia. Se requiere una estrategia de unidad y liderazgo que maximice su fuerza colectiva y evite la dispersión de esfuerzos.
Los descendientes de dominicanos nacidos en el exterior constituyen un segmento clave para el futuro. Mientras algunos mantienen vínculos sólidos con la isla a través de la cultura, otros se sienten más identificados con sus países de nacimiento. Programas educativos y culturales dirigidos a esta población serían esenciales para preservar la identidad y garantizar la continuidad del vínculo transnacional.
Integrar a la diáspora en el desarrollo
Incorporar a la diáspora en los planes nacionales exige un cambio de paradigma. No basta con verla como fuente de remesas, debe participar en la formulación y ejecución de políticas públicas. Esto implica consejos consultivos, participación en planes estratégicos sectoriales, proyectos de infraestructura y energías renovables, y alianzas para la exportación usando sus redes comerciales. El Estado debe facilitar canales claros y transparentes para estas colaboraciones.
El gobierno podría implementar una ventanilla única para inversiones de la diáspora, incentivos fiscales para proyectos productivos y mecanismos para canalizar aportes en áreas prioritarias. También sería útil fortalecer la representación legislativa exterior y coordinar acciones con gobiernos locales de países receptores. La meta es integrar estas contribuciones en un proyecto nacional coherente, donde la diáspora sea un socio estratégico y no un actor periférico
La diáspora dominicana es mucho más que una red de envíos monetarios, es un capital humano, económico y cultural con enorme potencial. Su integración en el desarrollo nacional requiere visión política, voluntad de cooperación y mecanismos institucionales sólidos.
Si se logra este vínculo, la República Dominicana podrá transformar el aporte de su diáspora en una fuerza decisiva para el progreso sostenido y compartido del país.
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