Las máscaras del claustro

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Por un momento hago un aparte de los temas literarios que predominan en estos días mi interés para encontrarme con la juventud y las máscaras del claustro. Ojalá que en este trabajo no vaya por «El laberinto de la soledad», la obra de Octavio Paz, como tal vez podría ir, creyendo en la palabra de un expresidente, la figura presidencial más joven de un partido que quiso llevar en su traje el nombre de Moderno con un anciano detrás jugando trampas. Tal vez el más joven de los dos que arrean la mula, ese hermoso animal tan necesario en una época en California, y en la cercanía de Santiago camino al pico Duarte, no se deje hacer el cuento y el arrebato que le hiciera a una ex secretaria de Educación que aspiró al solio presidencial. El concepto juventud y la juventud como conjunto de persona joven ha sido utilizado por los partidos políticos dominicanos y también en América Latina se da el mismo caso, como simulación de una existencia y no como una verdad realmente dinámica con sentido de ocupación política. Raras veces la juventud en los partidos políticos tradicionales es escogida en función de sus valores sino como factor nominal de carácter electoral y en ningún caso como una verdadera expresión social. El liderazgo dentro de los partidos políticos no es extraído del núcleo de la llamada juventud de ideas liberales, por el contrario, la llamada «juventud» sólo se enuncia como algo que está en esas organizaciones de manera nominal o imprecisa. Cuando el concepto juventud es tratado con subjetividad o como una aspiración lejana de la realidad objetiva de los partidos políticos y de la sociedad se produce dentro del conjunto una desilusión que se va agrandando en la medida que sus aspiraciones de ascenso social no son satisfechas plenamente. La juventud en los partidos políticos dominicanos esta allí como una multitud subordinada y no como una realidad gravitacional, con derecho de participación en los debates ideológicos fundamentales de los partidos cuya disputación o disentimiento conduce a un ejercicio lógico donde los intereses de la juventud pueden ser oídos, ponderados y aceptados por el liderazgo partidario en igualdad de beneficio. Las estructuras de los partidos exigen que dentro de ella exista y viva una calificación de juventud que no tiene existencia real en término de su intervención en cargos de elección popular. Cuando el partido llega al poder el liderazgo tradicional asume todas las funciones directivas del Gobierno, quedando la llamada juventud fuera de las preferencias de oportunidades y, en el menor de los casos, colocada en un escritorio ministerial de segunda sin recursos y con escasa actividad operativa dentro del estamento administrativo de gobierno. En otras palabras, la juventud en los partidos políticos dominicanos viene siendo algo así como una parodia política. Su utilización en el partido y luego en el gobierno es simplemente el de una célula sin muchas trascendencias en las tareas políticas y sociales de la organización. Por tanto, los jóvenes militantes quedan atrapados en dos situaciones: por un lado, todo posible crecimiento está supeditado a una simpatía personal con alguien de la cúspide de la organización o del Gobierno y, segundo, su propio nivel de agresividad intelectual y política intrapartidaria del joven militante podría posibilitar su movilidad. Ambas cosas son relativas y, por lo mismo, no representan propósitos firmes de ascenso de la juventud en la escalera partidaria. Los partidos políticos dominicanos están estructurados de tal manera que la juventud no tiene espacios suficientes ni verdaderos de poder ascender a niveles de dirección superior, ello así porque en esos partidos existe una especie de claustros o monasterios de «ancianos» que siempre están aspirando a puestos electivos y a cargos en los ministerios para controlar los ascensos de la juventud y así mantener su hegemonía o dominio partidario. Existe en los partidos una segunda y tercera generación que también crean un claustro con iguales propósitos que el claustro de ancianos. La juventud dominicana que participa en los partidos políticos, su débil o escaso accionar demuestra que tiene una carga enorme de frustración social y de desilusión partidaria; parecería si quienes dominan y dirigen el claustro o monasterio de ancianos actuaran dentro de sus organizaciones básicamente con objetivos preestablecidos de mantener estancada la llamada «juventud emergente». Hay casos actualmente en algunos partidos políticos del sistema donde jóvenes se ven obligados a claudicar o ceder sus aspiraciones electivas por coacción interna de un liderazgo que está en camino de extinción y teme perder su posición o espacio. Cuando ya ese claustro agotó a personajes como Bosch, Peña Gómez, Caamaño y Balaguer y efemérides patrias, parecería una caricatura la exuberancia de los miembros del club del claustro, se entretienen en las máscaras e intereses europeos y como modelo de la abundancia monetaria, como aquel señor de apellido Del Tiempo Ese mismo liderazgo mantiene vivas en la mente de la actual juventud determinados mensajes, como por ejemplo la Revolución de Abril contra los Estados Unidos (falso heroísmo=patriotismo tardío), glorificación de Francis Caamaño, de Juan Bosch, Peña Gómez y Balaguer (arcaísmo vs. modernismo); bajo este pretendido enaltecimiento a estos líderes del pasado se busca fundamentalmente seguir alimentando asuntos (sentimiento antiyanqui) y liderazgos agotados que ya no representan el interés ni las expectativas de la juventud moderna. Sin embargo, ese sentimiento de glorificación de viejos caudillos militares y civiles contribuye con los objetivos políticos del «claustro» y, al mismo tiempo, atomiza o fragmenta las aspiraciones políticas de la juventud. Además, tiene otro ingrediente todavía peor y es que ahuyenta o espanta al grupo social y político emergente haciendo que tenga que optar por salir del país (sensación de fracaso) o pasar a formar parte del segmento de los llamados «resignados» o «caravaneros», permitiendo con esto último la perpetuación del claustro de ancianos en los partidos políticos. Por otro lado, a la juventud hay que presentarle un Duarte moderno y ese proyecto se consigue introduciendo al patricio vestido de joven y estudiando su verdadero pensamiento político, moral y social de juventud para conectarlo con el desarrollo tecnológico de esta época; esto se puede lograr con suma facilidad. El modelo de liderazgo actual ni responde a los ideales de Duarte ni tampoco le interesa exaltar la moralidad del expresidente Espaillat. Desgraciadamente, la juventud ha sido conducida a imitar el reinado de Ramsés IX (1100 a. C.), en Egipto, o a Demóstenes (324 a. C.), en Grecia, quien fue acusado de haberse apoderado de las sumas depositadas en la Acrópolis por el tesorero de Alejandro. Y en último caso, los políticos dominicanos han emulado a Pericles, conocido como «El incorruptible», quien fue acusado de haber sobre valuado los trabajos de construcción del Partenón. Esa falsificación de la honradez ha funcionado desde el Estado y los partidos políticos como el modelo a copiar por la juventud y, como derivación absurda, esa cátedra impúdica ha devenido al mismo tiempo en la deformación ética de la juventud, sobre todo, esa juventud ha llegado a aceptar la corrupción, la delincuencia, el robo de los bienes del Estado y el sicariato, como un acto moral institucionalizado, aceptado ampliamente por los partidos políticos y el propio Estado. A todo lo anterior se suma la ausencia de castigo a quienes delinquen desde el Estado, actitud que crea en la juventud una tendencia a contravenir y, sobre todo, a entender falsamente que el crimen organizado, el pandillerismo, las drogas y la corrupción son las vías para obtener riquezas rápidas y con impunidad. El peor ejemplo lo recibe la juventud de los políticos de profesión, sobretodo, de aquellos que viniendo de los extractos bajos de la pirámide social se destacan hoy día por sus grandes riquezas o fortunas logradas en tiempo record y sin sacrificios. Lo peor de todas estas alteraciones de la moral y la ética en el país es que está bien lejos de aparecer en la sociedad dominicana un gobernante que esté dispuesto a subir al monte Cileno, como hizo Apolo, quien en un momento de duda de Maya recurrió a Zeus para que Hermes, su hijo, restituyese lo robado, pese a sus protestas de inocencia.

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