La fuerza del poder entre Hilary y Trump

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EL AUTOR es abogado. Reside en Santiago de los Caballeros.

 

«El gobierno no es una razón, tampoco es elocuencia, es fuerza. Opera como el fuego; es un sirviente peligroso y un amo temible; en ningún momento se debe permitir que manos irresponsables lo controlen«. George Washington

Quienes un día tomamos la espontanea e independiente decisión de hacernos ciudadanos de la nación más poderosa del mundo: Los Estados Unidos de América, no lo hicimos, por lo menos en mi caso, por su enorme poder armado ni por su  gran capacidad económica. Lo hicimos por su reconocida sensibilidad, por la nobleza de alma de su población,  la grandeza de su humanitarismo, por su enorme solidaridad frente a quienes ansían salir de sus estados tradicionales de subdesarrollo tanto educativo como económico vividos en sus naciones de origen.

Los Estados Unidos, sin lugar a dudas, ha sido y todavía continua siendo visto como tierra maravillosa de promisión y de grandes esperanzas, para los que han caído lamentablemente en los peores precipicios de desesperación psicológica y social o hayan sentido, aun en sus propios territorios, alguna frustrazcion porque los sueños y aspiraciones que pudieron haber albergado vieron apagarse en sus respectivas sociedades, como se difuminan los entusiasmos en los corazones de aquellas criaturas que han sufridos grandes devastaciones espirituales, sociales y materiales.

Podrían existir otros países, pero ninguno como los Estados Unidos donde los seres humanos quienes en algún momento de sus grandes sueños se han sentido enajenados de sus derechos de progreso y de bienestar, han  encontrado en suelo norteamericano lo que sus propias tierras le negaba o se convertía en tan solos meros anhelos o simples ilusiones inalcanzables.

Cualquier idea que se tuviera de éxito o de prosperidad se convertía en cualquier otro país en una penosa desilusión.  En los Estados Unidos, por el contrario, el trabajo arduo, la perseverancia, el estudio y el conocimiento, el deseo de auto superación, individual o familiar, pueden proyectar al individuo a los más elevados niveles de desarrollo y de prosperidad. Para los más exceptivos, la ilusión de prosperidad podría ser un mito y algo mas en la perspectiva de un tal Borges.

Por eso y no por otra cosa, es que los Estados Unidos ha  sido o es para muchos, el emplazamiento geográfico más propicio y el lugar más  generoso para que nuestros sueños puedan concretarse.

Creo firmemente que para los ciudadanos americanos, mayormente de descendencia hispana, una presidencia de Hilary Clinton y el Partido Demócrata no sera la perfecta opción pero nos permitiría continuar haciendo posible el ideal americano sin mucha dificultad y sin mayores incertidumbres, a diferencia de lo que significaría un Donald Trump en la Casa Blanca, salvo que Dios obrase en este candidato y produzca su arrepentimiento y luego su conversión.

Sería lógico si uno de los asesores de Donald Trump pudiera decirme que el exitoso magnate no va como pastor a administrar almas a la Casa Blanca.

No existe peor desdicha para un pueblo—cualquiera que éste sea—que la incertidumbre. El escritor francés Víctor Hugo, autor de la magnífica obra: Los miserables, expresó con sobrada razón que: «No hay nada más eminente  que lo imposible; lo que debemos prevenir siempre es lo  imprevisto«.

Ese aparente cambio político brusco al que pretende llevar el señor Trump al pueblo norteamericano, es de lo  que debemos cuidarnos, puesto que a todas luces, si nos equivocáramos y nos dejáramos confundir no sería un salto al vacío pero si una dolorosa  frustración contra  históricos principios de aperturas.

Ciertamente, el Partido Republicano es una organización política cuyas esencias están ancladas en el totalitarismo sin dejar de defender su propia visión de democracia; ese partido es el resultado de un desprendimiento del viejo Partido Whig, que tenía una línea fundamentalmente de izquierda y la cual abandonó al paso de los años; quizás por aquellas viejas ideas políticas es que Donald Trump ha tratado en un reciente discurso durante la Convención de ese partido en Ohio, de coquetear con Rusia, desde luego, Rusia no es aquella Unión Soviética.

La oposición de Trump contra la inmigración particularmente la mexicana tiene su base en los orígenes mismos de ese partido, cuyos líderes acuñaron la expresión hispano para diferenciarlo de lo que ellos consideraban verdaderos estadounidenses.

A pesar de que los tiempos han debido modificar posiciones ideológicas recalcitrantes dentro del Partido Republicano, hemos podido observar que todavía la fiera oposición de los republicanos, incluyendo a Trump, de  boicotear las políticas de bienestar público, como son el seguro médico, la asistencia social, el salario mínimo y los derechos laborales sigues como los peores tiempos del Partido Whig.

El presidente Barack Obama trató de establecer desde la Casa Blanca el mismo estilo político y social implantado por Franklin Delano Rooseveld, con el New Deal, quien, vale decir, era de tendencia socialista o más bien progresista, como Bernie Sanders, cuyas políticas beneficiaban abiertamente a los más pobres y de igual modo a John F. Kennedy que impulsaba políticas en favor de los negros.

Si le damos un vistazo a la historia moderna podríamos decir que la caída del muro de Berlín ha impactado a líderes republicanos hasta perder de perspectiva el consenso del bienestar.

Como se ha podido observar, los republicanos se han opuesto a todas  clases de reformas introducidas  por el Partido Demócrata, como son los derechos civiles para los negros y el final de la segregación racial. Recuerdo haber marchado en 1963 junto al excongresista del entonces Distrito 18 de Harlem, el también pastor de la Iglesia Abisinia, Adam Clayton Powell Jr, para tratar de impulsar legislación a favor de los derechos civiles y promover políticas sociales importantes para la comunidad afroamericana. En ese entonces la comunidad dominicana, particularmente, era casi imperceptible en Washington Heights  y mucho menos en los estados Unidos.

A Powell le sucedió como Congresista del Partido Demócrata, Charles Rangel, con quien sostuve por muchos años una amistad política en mi condición de miembro de esa organización.

Después de haber observado el importante trabajo social y político realizado por Rangel en Harlem, me permito expresar, con toda franqueza, que no se puede asegurar, hasta tanto suceda realmente, si con un triunfo en ese Distrito habrá ganado la comunidad dominicana y afroamericana o, si por el contrario, la victoria será exclusivamente para Adriano Espaillat, a pesar de la promoción publicitaria suelta al viento entre el Alto Manhattan y el Palacio Nacional de una media república.

De vuelta a la altura del tema, me tocó ser testigo de excepción durante mi tiempo de estudiante y luego como profesional del derecho, cómo lentamente los negros migraban masivamente hacia el Partido Demócrata mientras el Ku Klux Klan lo hacía hacia el Partido Republicano.

Mis lectores, tanto en los Estados Unidos como en República Dominicana y otros países que le dan seguimiento a mis escritos literarios, saben que el Ku Klux Klan es una organización xenófoba, homofóbica, de extrema derecha que plantea como principio la supremacía de la raza blanca.

¿Qué es lo que  está proponiendo el señor Donald Trump a través de sus discursos y su accionar en la televisión norteamericana?  La respuesta seria única: reivindicar ese viejo pensamiento absurdo del Ku Klux Klan perteneciente al siglo XIX.

Como vemos, Trump se desvía de las ideas del otrora Partido de Suelo Libre, de ideología abolicionista o antiesclavistas, del cual también se nutrió el Partido Republicano en su principio, cuya objetivo era oponerse a la expansión en los territorios occidentales, bajo la creencia de que: “Los hombres libres en suelo libre componen un sistema moral y económicamente superior al de la esclavitud”.

¿Por qué el Partido Republicano y el propio Trump escogieron a Ohio para celebrar su Convención? Porque fue precisamente en esa ciudad donde con mayor fuerza se discriminó contra los afroamericanos que eran liberados del sistema esclavista y donde con mayor saña se le hizo oposición a la llamada Enmienda Wilmot, que “prohibía la esclavitud en cualquier territorio adquirido de México durante la guerra mexicana”. O sea, que las cosas no ocurren de manera espontaneas sino que obedecen a una actitud previamente concebida o fundamentada.

Cuestiones viejas de carácter histórico  me motivan a hacerme la misma pregunta que me hice anteriormente pero enfocada a lo que ha sido la práctica del Partido Demócrata de los Estados Unidos:

¿Por qué el Partido Demócrata y Hilary Clinton escogen a Philadelfia para su Convención? Como al parecer Hilary no tiene un pensamiento esclavista, como lo tiene marcadamente Trump, sino que ella ha dado connotaciones de pretender revivir el discurso y la idea del ex congresista demócrata,  David Wilnot, quien propuso en 1787 como condición para la aprobación  de la adquisición de cualquier territorio de la República de México por los Estados Unidos que: “…ni la esclavitud ni la servidumbre involuntaria existirán nunca en ninguna parte de dicho territorio, excepto por delito, lo cual, las partes primero deberán ser condenados”.

En estas ideas antiesclavistas y anti hispanas descansa el mensaje ofrecido en la Convención del Partido Demócrata por la señora Hilary Clinton, motivada quizás por la fuerza del ala progresista de ese partido encabezada por Sanders.

Por lo que me propongo concluir exhortando a los ciudadanos americano que votemos demócrata en las próximas elecciones de noviembre, porque la otra opción no nos deja otra alternativa, si no lo hacemos quizás terminaremos cayendo con Donald Trump en una trampa similar a la que le tendieron a Eduardo Chibás en Cuba, quien frente al hecho no tuvo otra elección que darse un tiro en la ingle. Este último aspecto simbólico no significa de modo alguno la repetición de una escena real en ninguna parte de los Estados Unidos.

JPM

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