Haití: Una historia oscura

Desde que el pueblo haitiano se independizó en el año 1804, todo lo que le pudo haber salido mal a esa nación, al final le ha salido peor. En poco más de dos siglos, desde su independencia hasta la fecha, los haitianos nunca han sido capaces de mantener una estabilidad política razonable, no han tenido una economía viable y mucho menos, un nivel mínimo de desarrollo sustentable.

A partir de 1804, Haití, se transformó en la primera república de esclavos negros que logró su independencia de los franceses, cuando unos quinientos mil haitianos se rebelaron en contra de la minoría blanca que los dirigía, la cual fue aniquilada casi en su totalidad, sin que Francia, lograra retomar el control sobre esa parte de la isla, lo que facilitó la consumación de aquel hecho. No obstante, esa independencia trajo como resultado uno de los primeros embargos a un país en la historia, lo que minó el desarrollo de la joven República.

Asimismo, como Haití, era un país de negros –gobernado por negros– algo intolerable para la época, Estados Unidos, no lo reconoció sino, hasta que su propio régimen esclavista se derrumbó en la década del 1860. Mientras que Francia, a pesar de los ideales de su propia revolución, del año 1789, tampoco lo reconoció hasta que éste tuvo que cumplir con el pago de varios millones de dólares por concepto de una indemnización que desangró su economía hasta la década de los años 40, del siglo pasado.

Luego, al legado francés, se sumó la ocupación de Estados Unidos, desde el 1915, hasta 1934. Y, posteriormente, desde el 1957, hasta 1986, la empobrecida nación fue dirigida por una dictadura liderada por el tristemente célebre, François Duvalier, mejor conocido como «Papa Doc», y después, por su hijo Jean-Claude Duvalier, o «Baby Doc», que saquearon lo poco que tenía el Estado. Pero tras la caída del régimen de los Duvalier, continuó la violencia, vinieron más golpes de Estado, la corrupción se había enquistado en la idiosincrasia de la gente, y la pobreza nunca pudo ser disminuida. Esos hechos, trasformaron a  Haití, en el más pobre del continente.

Actualmente, con una población de más de diez millones de habitantes (10, 415, 874), y un producto interno bruto (PIB) per cápita que sobrepasa levemente los mil doscientos dólares (US$ 1,200) según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), el 70% de los haitianos está por debajo del umbral de la pobreza. El 40,6% no tiene trabajo. El Estado, no provee servicios básicos como agua potable, energía ni seguridad social. Además, es el único país de la región que no garantiza enseñanza primaria a su población infantil.

En ese sentido, el último informe de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), donde se calcula el Índice de Desarrollo Humano, situó a Haití, en el puesto número 161, de 186 países evaluados, ocupando el último lugar entre las naciones de América.

La ONU, aseguró que esa debilidad institucional ha sido el gran problema que frena el despegue de la nación caribeña, significando que sin un Estado de Derecho, no hay fórmula que pueda hacer que los inversores extranjeros se interesen en ese país.

En consecuencia, los hechos históricos y estadísticos, desde su nacimiento como país independiente hasta el desmantelamiento de sus instituciones, han sido el factor primordial para que ese pueblo cumpla con el requisito que lo denomina: Estado Fallido, como resultado de un fracaso total en lo social, en lo político y en lo económico. Así también, por su alto índice de corrupción, de criminalización, de desplazados, de deslegitimación del Estado, por su deterioro en los servicios públicos, de Derechos Humanos, y del abolido rol de los aparatos de seguridad estatales.

Sin embargo, pese a la adversidad que ha acompañado a ese pueblo durante todo el trayecto de su historia, los dominicanos hemos sido solidarios con las causas que procuran alivianar la carga de los haitianos. Incluso, aun cuando existe en los anales de nuestra historia, la mancha de una invasión –el 9 de febrero de 1822– cuyos remanentes permanecen latentes en las mentes retorcidas de algunos de nuestros agresores, nuestro pueblo siempre ha mantenido la disposición de colaboración irrestricta con el saneamiento de las debilidades de ese sistema fallido.

Empero, a pesar de haber sido una culpa ajena, la que sumergió despiadadamente a ese pueblo hasta las mismas simientes de la desgracia, han querido sancionarnos con alegatos baladíes que en nada guarda relación con nuestro proceder frente a la historia, y mucho menos, con nuestra conducta cívica frente al vecino país. Por el contrario, ha sido esa culpa ajena que ayer asfixió toda posibilidad de avance y desarrollo de los haitianos, la que hoy pretende enmendar un error con otro peor, al procurar una fusión entre dos pueblos con distintos y marcados rasgos culturales.

Es esa culpa ajena –de países poderosos– que actualmente avanza hacia un propósito incierto, procurando un absurdo que puede acarrear imprevisibles consecuencias, la que debe buscar una solución viable a un problema que fue originado por la ambición desmedida de controlarlo todo.  

La sociedad dominicana, los hijos de Duarte, Sánchez, Mella y Luperón, hemos demostrados durante nuestra corta historia republicana, que somos un pueblo generoso y siempre estaremos dispuestos a colaborar con los demás. Pero también, hemos demostrado al mundo, que estamos dispuestos a luchar por nuestra soberanía e independencia. La cual, a través de distintas hazañas, hemos defendido con el corazón. Por consiguiente, nada ni nadie nos va a quitar lo que tanta sangre le ha costado a nuestra nación.

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