Estadofobia

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El autor es abogado. Reside en Santiago

POR LUIS EDUARDO GUTIÉRREZ

Hace unas noches, y en medio de un aburrimiento terrible, decidí ver el debate de los candidatos a diputados de la circunscripción núm. 1 del Distrito Nacional. Hubo algo que me llamó poderosamente la atención: las constantes declaraciones (a veces obsesivas) del candidato Fernando Abreu sobre lo malo que es el Estado y cómo éste debería dejarse de lado para dejar que el mercado actúe libremente.

De las declaraciones del candidato en cuestión en el referido debate se pone en evidencia una idea maniquea que tienen algunas personas, a saber: que el Estado representa el mal absoluto y el mercado lo contrario. Y por supuesto, esta idea ha ido calando paulatinamente por una razón sencilla: ofrece soluciones simples a problemas complejos.

¿Hay mucha pobreza? El culpable es el Estado. ¿Hay corrupción? El Estado es el responsable. ¿Hay un problema medioambiental? El Estado. Pues bien, como éste es el mal absoluto la solución es muy simple: eliminarlo o reducirlo al mínimo.

Por supuesto que todo ello es una exageración y está fuera de la realidad, pero precisamente de eso se tratan las fobias. Veamos lo que dice la RAE al respecto: «Fobia. Aversión exagerada a alguien o a algo. Temor angustioso e incontrolable ante ciertos actos, ideas, objetos o situaciones que se sabe absurdo y se aproxima a la obsesión».

Esta Estadofobia ha contagiado con gran facilidad a varios jóvenes profesionales desencantados de la política tradicional y ávidos de ideas que ven a personajes como Javier Milei o a su alter ego criollo, Fernando Abreu, como la solución a los problemas fundamentales de la sociedad. Algunos dicen: ¡Por fin hay políticos con ideas! Efectivamente, pero cuidado con el tipo de ideas que tienen.

Las ideas tienen consecuencias en el día a día de la gente, y las ideas del señor Abreu son perniciosas, y lo son porque parten de un error fundamental, a saber: que el Estado es el problema y el mercado la solución. Eso es falo, ya que el mercado no puede funcionar sin el Estado, es decir, sin una institución coactiva que lo proteja cuando está en aprietos.

Algo que entendieron muy bien los anarquistas como Bukunin, cuando abogaron primero por la destrucción del Estado como garantía del fin del sistema capitalista, porque vieron en aquel la máquina que protege al mercado y a la propiedad privada.

Otro que entendió perfectamente esa relación entre Estado y mercado fue el teórico alemán Carl Schmmit, quien pronunció una famosa conferencia ante un grupo de grandes empresarios titulada «Estado fuerte y economía sana» en 1932. Lo que propuso Schmitt fue algo bastante realista: solamente a través de un Estado fuerte puede el empresariado hacer frente a los elementos subversivos que desean un cambio en el statu quo.

Sin embargo, no es necesario acudir a los grandes teóricos de las ciencias políticas, ni tampoco hacer grandes esfuerzos intelectuales para darse cuenta del error del señor Abreu, sólo basta observar de manera simple cómo funcionan las sociedades, y de inmediato caeremos en cuenta que Estado y mercado no son antagónicos, sino que se necesitan mutuamente en una especie de matrimonio en el cual a veces hay discusiones, pero al final todas las noches se van a dormir abrazados.

De manera que, si el señor Abreu y sus acólitos desean proteger al mercado y la propiedad privada, que empiecen por defender un Estado fuerte que garantice la existencia de estos. De lo contrario que sigan, como el Quijote, luchando contra molinos de viento.

 lgutierrez@legaes.com

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