En el noroeste
Ese día, el sol despertó temprano y el pozuelo de café negro quitó el ayuno antes de desaparecer la madrugada. El berrido de los caprinos armonizaba con el silbido de la brisa fría, mientras el ordeñador arreciaba para terminar a tiempo la jornada matutina.
Las vejigas de esperanza decoraban la enramada del traspatio y los “buenos días” se repetían una y otra vez en la sonrisa de cada hombre y de cada mujer. Las empresas, los predios agrícolas y las fincas ganaderas se quedaron sin la cabeza porque era tiempo de hablar con aquel que escucha y aprende de la gente del pueblo.
Y él, cuarenta y cinco años después se sentó en la misma silla y en el mismo lugar donde se sembraron las huellas que se multiplican día a día. Se detuvo a escuchar cada palabra y con toda paciencia se atrevió a interpretar los sueños de quienes mantienen la fe en el mañana.
El olor a pescado y a mariscos empujaba las manecillas del viejo reloj y El Morro se dejaba acariciar por las olas blancas y azules que besaban la playa. La multitud dejó su habitad y abarrotó el espacioso y emblemático club donde el dictador no pudo entrar.
Horas después, el calor de la tarde se mezcló con las aguas del Masacre y bajo la sombra de pinos, laureles y caobas centenarias, los aplausos se repitieron hasta despertar la frontera.
Entre dulces y cajuiles, ascendió a la loma donde Cabrera empuñó el machete, y ya en El Salto, pudo abrazar entusiastas motivos. Con la noche, Inaje y Guayubin le abrieron sus brazos y lo condujeron hasta el tronco de un Almácigo cubierto de yuca amarga.
Con “Dime”, la novel saxofonista abrió las puertas de la nostalgia y la ternura en la misma tierra donde germinó la semilla de la gesta que restauró la República. Allí le despertó el canto de gallos que cortejaban la aurora a orillas del Yaguajay.
Entre ganado, leche y casabe, él decide la siembra de conocimientos y sueños y a la vez explica la razón de la sequía y el calentamiento global. La gente que abarrota el gran salón le abraza y le demuestra su adhesión en la Sabaneta que se sublevó por la anexión santanista.
El bello atardecer se refleja en el rostro de las damas con las que comparte el almuerzo de vegetales, bananos y arroz. Al final, el centro deportivo resultó pequeño para el multitudinario encuentro.
Es en el noroeste donde Leonel, “sin marcha atrás”, abrazó la estrella amarilla, para elevarse al infinito y surcar los cielos de la República Dominicana.

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