El poder

El poder por lo regular resulta embriagador y quien lo ejerce suele encariñarse con él, a tal grado que a veces pierde la sensibilidad y abandona toda humildad asumiendo ciertos matices de altivez que le transforma en un hombre o mujer de características muy distintas a las que tenia antes de asumir el cargo de que se trate.
Pero como toda regla tiene su excepción, no siempre quien ostenta el poder, se deja arropar por completo del acostumbrado cortejo que le acompaña, a veces tan adulador y lisonjero que le hace creer que sus decisiones son inequívocas, situándole por encima del bien y del mal.
Por cuanto quien ejerce el poder, debe estar revestido de la sabiduría, la cordura, la ecuanimidad y la prudencia necesaria, para cumplir  con las funciones atinentes a su investidura, sean estas políticas, religiosas, empresariales, militares, gremiales o de otra índole, puesto que sus decisiones repercutirán de un lado u otro de la balanza sobre el conglomerado que dirige.
De hecho no todos los mortales tienen el privilegio de llegar al poder, cuyo ejercicio precisa de una vocación intrínseca, que le configura de ese aura especial que le dota del don de mando y el carácter de líder necesarios para provocar en los demás un delirio reverencial que los convierte en súbditos y adláteres de sus deseos llegando al fanatismo y hasta cierta idolatría
No obstante, quien ostenta el poder, se debe a todos sus gobernados, y no solo a quienes mediante acuerdos o estratagemas convenidas le llevaron a él. Nunca debe ignorar ni obviar la disidencia, oposición o ideas contrarias a sus decisiones y ejecutorias, porque un poder sin equilibrio ni contrapeso es proclive al totalitarismo con rasgos muy pronunciados de absolutismo y eso huele a peligro.
A sabiendas de que muchos solo buscan el poder, por el poder, y de paso, engolar su ego, y que otros, van tras el poder, no solo por el poder, sino tratando de alcanzar la gloria, tocará siempre al gobernado elegir con sabiduría a quien dirigirá su destino, para que luego no tenga que darse golpes de pecho, sintiéndose arrepentido.
jpm
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