El maleficio

Desde 1978, cuando don Antonio Guzmán resultó electo presidente de la Republica  al triunfar el Partido Revolucionario Dominicano (PRD), en  accidentados  comicios que marcaron el final  del  ensangrentado Periodo de los 12 años,  ha sido fatídico  el desempeño de los dos grandes partidos liberales cada vez que arriban al Poder.

Ese maleficio afloró por primera vez 16 años antes de  que el Acuerdo de Santiago derrotara en las urnas  al omnímodo poder del presidente Joaquin Balaguer y del Partido Reformista (PRSC), cuando el gobierno del profesor Juan Bosch se distanció de la dirección del PRD, que a su vez no pudo evitar su derrocamiento.

El presidente Antonio Guzmán, de ascendencia económica conservadora, se distanció del  ala liberal del PRD o quizás  la dirección perredista quiso imponerle  un esquema de Gobierno que no era posible desarrollar en cruentos tiempos de Guerra Fría.

Sin tener que adentrarse  al porqué de las cosas, basta decir que ese gobierno  primigeniamente liberal  termino con  el suicidio del Presidente y una cruenta división del partido oficial que decreto su posterior derrota electoral y el retorno del conservadurismo balaguerista al Poder por otros diez años.

Una oportuna y correcta táctica política empleada por los emergentes líderes del Partido de la Liberación Dominicana (PLD),  la otra organización liberal fundada por Juan Bosch, logró una alianza electoral con el presidente Balaguer, que permitió la transición pacífica y escalonada del Poder desde el conservadurismo al liberalismo.

Dos años antes, conservadores y liberales procuraron  alcanzar la misma transición en medio de una gran crisis política derivada de  denuncia de fraude electoral en las elecciones de 1994 año, pero  el crack  que motivo la salida de Bosch del PRD y la creación del PLD, evitó que esos partidos se alinearan en un mismo propósito.

El síndrome de la división hizo metástasis en la anatomía del PRD porque ese partido de masas nació con el germen de la lucha  entre conservadores y liberales, tanto así que Bosch ni Peña Gómez podrían convivir políticamente con expresiones políticas del latifundio, gran comercio importador, banqueros y accionistas de multinacionales.

En el PLD, esa enfermedad no ha sido tan cruenta, porque  es mínima  la influencia  conservadora en su  estructura interna y porque sus cuadros y dirección poseen  mayor entrenamiento político y por consiguiente más conciencia política, aunque su predominante nomenclatura pequeño burguesa trae consigo endémicas falencias como grupismo, oportunismo, individualismo, indisciplina.

El PLD de hoy requiere de rápido tratamiento para evitar que su crisis actual  degenere en “evento cerebral agudo”, como el que inhabilitó  al PRD. Una situación así, dejaría el escenario político en manos del conservadurismo abyecto que encarna hoy el Frankenstein que  salió  de las entrañas del partido blanco.

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