El «imperiucho castrista» y la izquierda latinoamericana

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EL AUTOR es economista. Reside en Suiza.

Cuando en febrero de 1895 se da el Grito de Baire en pro de la independencia de Cuba, el resultado final de la confrontación entre los mambises (fuerzas independentistas) y la corona española no dejaba lugar a dudas. El poderío español se encontraba en efecto gravemente fragilizado tanto por la atonía económica de la metrópolis como por la firme determinación de los cubanos que luchaban por la independencia de su país.

Añádase a ello que una potencia emergente, Estados Unidos, intentaba desalojar a España de sus últimas posesiones de ultramar (Cuba, Puerto Rico y Filipinas), lo que los independentistas cubanos consideraban en esos momentos como un elemento a su favor. Tan es así que, cuando Ramón Blanco, Capitán General de España en Cuba, le propone en febrero de 1898 al General Máximo Gómez, jefe de las tropas independentistas, una alianza contra Estados Unidos, Gómez rehúsa la proposición, señalando en su respuesta a Ramón Blanco: “Usted representa en este Continente una monarquía vieja y desacreditada y nosotros combatimos por un principio americano, el mismo de Bolívar y Washington”. 

La ineluctable capitulación de las tropas españolas en Cuba tiene lugar el 17 de julio de 1898. 

En una situación de agonía política similar a la de la corona española a fines del siglo XIX se encuentra hoy un imperio que, por minúsculo y enclenque que sea, deja un saldo horrendo en términos de fracaso económico, violación de derechos humanos y supresión de libertades públicas. 

Los procónsules del “imperiucho” 

El imperio en cuestión, o más bien el “imperiucho”, no es otro que el cubano-castrista. Un imperiucho que – explotando la incultura política y el fanatismo ideológico del fallecido teniente coronel Hugo Chávez Frías – logró apoderarse del país más rico en petróleo del mundo, es decir, Venezuela, del que se nutre cual una sanguijuela mientras la población de la colonia tiene que hurgar en las pilas de basura en busca de comida. Un imperiucho que ha trasladado a esa colonia millares de agentes encargados, entre otras tareas innobles, de asesorar y ayudar en el espionaje de la ciudadanía y la tortura de los disidentes. 

El imperiucho ha logrado instalar en otras capitales de América Latina (Managua, La Paz y hasta hace poco tiempo Asunción, Tegucigalpa, Quito y Buenos Aires) procónsules que actúan en conformidad con los dictados o lineamientos de La Habana. 

Cabe señalar que, por su empecinamiento ideológico, el castrismo ha realizado la contra-proeza de destruir no sólo la economía de Cuba sino también la de Venezuela. Y ahora que el “socialismo del siglo XXI”, de inspiración castrista, ha llevado al descalabro de la producción de crudo de Venezuela, la ya exangüe colonia venezolana ha venido comprando petróleo en el mercado mundial, por alrededor de 440 millones de dólares, para enviárselo en términos onerosos para ella a los jerarcas de La Habana. 

La soldadesca del imperiucho 

Al igual que el imperio español en sus postrimerías, el imperiucho castrista posee una soldadesca que se bate en retaguardia. La soldadesca en cuestión no es otra que la desgastada izquierda radical, castrochavista, de nuestro continente, la cual hace las veces de burda caja de resonancia del castrismo. 

A diferencia de la española de fines del siglo XIX, la soldadesca del castrismo no arriesga su vida en un campo de batalla, pero sí se hunde moral e históricamente por justificar y diseminar a través de los medios de comunicación y las redes sociales todo lo que el castrismo decida hacer o decir o le dé a firmar. 

La soldadesca y el procónsul de Caracas 

El doble rasero, la hipocresía y la complicidad se han hecho presentes en la actitud de la soldadesca izquierdista ante el régimen inepto, corrupto y represor que, con la ayuda de los expertos en tortura y espionaje enviados por La Habana, se mantiene en el poder en Venezuela. 

Alrededor de 160 manifestantes asesinados a mansalva en las calles de Caracas y otras ciudades del país en 2017; centenares de arrestados y torturados sin piedad (incluso menores de edad); líderes opositores inhabilitados para impedirles derrotar electoralmente a ese zacateca del chavismo que lleva por nombre Nicolás Maduro; elecciones amañadas, rechazadas por un gran número de países de América y por la Unión Europea en su conjunto; prisioneros políticos utilizados como rehenes para, llegado el momento, liberarlos con la intención de atenuar la presión nacional e internacional, tal es el patético saldo político de la camarilla aliada al castrismo que gobierna en Venezuela. 

            Si una represión de magnitudes similares fuese aplicada por una dictadura de derecha (como otrora lo hicieran las dictaduras de Batista, Somoza, Trujillo, Videla o Pinochet), la izquierda no escatimaría medios ni ocasiones para protestar y denunciar los asesinatos, encarcelamientos y torturas de que hoy son víctimas los venezolanos. Pero como se trata de una colonia del imperiucho, la izquierda radical depone lo que le podría quedar de lucidez y arguye que los cientos de miles de venezolanos que han protestado contra el procónsul de Caracas, así como el más de un millón que ha salido del país para escapar del caos, el hambre y la represión del fracasado “socialismo del siglo XXI”, están manipulados por el “imperio, la oposición fascista y la oligarquía pitiyanqui”. 

Ante la grosera farsa electoral organizada recientemente por Nicolás Maduro, la soldadesca del castrismo se afana en sacar cifras de participación supuestamente elevadas (67% según sus amos ideológicos). La soldadesca desestima de esa manera que elecciones sin los principales (y verdaderos) líderes de la oposición, con sobornos y amenazas de toda índole para impedir la expresión de la voluntad popular, y con un Consejo Nacional Electoral a las órdenes del castrochavismo y experto en manipular el conteo de votos, que elecciones de esa naturaleza, repito, se asemejan a los simulacros electorales que organizaban ciertos dictadores latinoamericanos de derecha del pasado, entre ellos el tirano Rafael Trujillo de triste recordación. 

La soldadesca y el procónsul de Managua 

Hoy le toca al régimen neo-somocista de Daniel Ortega de mostrar hasta dónde está dispuesto a llegar, en términos de represión, con tal de mantenerse en el poder. Una represión cuyo saldo ya sobrepasa, con mucho, el centenar de manifestantes asesinados. Pero la soldadesca del castrismo (al contrario de muchos sandinistas que hoy se enfrentan a su antiguo camarada Daniel Ortega) ve en esas manifestaciones de protesta la “mano desestabilizadora del imperio” y no la prueba del hartazgo del pueblo de Sandino y Rubén Darío frente al régimen que lo reprime. 

La soldadesca y el procónsul de La Paz 

Por otra parte, ¿qué no habría dicho nuestra izquierda si un presidente “reaccionario” o “neoliberal” hubiese convocado a un referéndum – como lo hiciera recientemente el presidente boliviano Evo Morales – para decidir si puede o no buscar la reelección indefinida, pierde dicho referéndum y enseguida desconoce el resultado del mismo y le exige a la Suprema Corte de su país, bajo su control, que le permita presentarse a elecciones una vez más? Pero como hoy el continuista es un “revolucionario antiimperialista”, la soldadesca del castrismo sale a la arena pública para justificar tan bochornoso desmán. 

La soldadesca y la OEA 

En 2009, cuando la Organización de Estados Americanos aprobó la suspensión de Honduras en repudio a la destitución del entonces presidente de ese país, José Manuel Zelaya (destitución que, vale precisar, fue ejecutada en conformidad con los cánones constitucionales de aquel país), la soldadesca del imperiucho se vanaglorió de la gran victoria diplomática que lograron sus procónsules en ese foro regional. 

Una prueba manifiesta del estado agónico en que se encuentra el imperiucho acaba de darla esa misma OEA cuando le asestó una rotunda paliza diplomática al procónsul de Caracas y a sus cómplices, al adoptar una resolución que rechaza la legitimidad de la pantomima electoral que dicho procónsul organizó. 

Países que hasta ayer votaban a favor del régimen venezolano (entre ellos la República Dominicana), decidieron esta vez no votar a favor del mismo, haciendo posible el triunfo de la resolución que nos ocupa. 

Frente a tan contundente revés, la soldadesca saca su comodín preferido y arguye que los países del continente que condenaron al régimen venezolano actuaron como “sicarios del imperio”, en lugar de preguntarse por qué el castrochavismo se ha convertido en una vergonzosa rémora para sus antiguos aliados y amigos en América Latina. 

“¿Y qué me dices de Honduras?” 

Otro comodín de la izquierda castrochavista consiste en equiparar la situación en Venezuela con la ola de manifestaciones que sacudieron a Honduras a raíz de las elecciones presidenciales de diciembre de 2017. “¿Y qué me dices de Honduras?”, suele replicar la izquierda cada vez que se menciona la represión en Venezuela. 

 Que quede claro, la manipulación de votos por el gobierno de Honduras y la represión que sucedió a las elecciones antedichas debe ser condenada sin ambages. Donde se encuentra la incoherencia es en la actitud de nuestros zurdos, pues si tanto les indigna lo ocurrido en Honduras, más debería indignarles – por ser incomparablemente más trágico – lo que está pasando en la Venezuela de Maduro, con su macabro séquito de torturas, asesinatos, inhabilitaciones y acoso a la prensa independiente. Pero como dócil soldadesca que son, los zurdos prefieren descalificarse moralmente defendiendo al procónsul de Caracas. 

Una “Generación del 98” de la izquierda latinoamericana 

Una vez perdidas las últimas posesiones de ultramar de la corona de España, la intelectualidad de ese país se dio a la digna tarea de disociarse de las fracasadas veleidades imperiales de dicha corona y se puso a hurgar en las raíces y los valores ancestrales de la cultura española con el fin de rescatar la esencia de lo que se es dado en llamar la Hispanidad. Fue así como nació la llamada “Generación del 98”, cuyos representantes incluyen figuras de imperecedero renombre como Miguel de Unamuno, Pío Baroja, Azorín y Ramón del Valle-Inclán. 

Es a una tarea intelectual y ética de esa misma índole a la que tendría que dedicarse la izquierda latinoamericana si en realidad quisiera rebasar su vergonzosa complicidad con el castrochavismo, recuperar el pendón de la lucha en pro de la justicia y la igualdad y convertirse en una fuerza de progreso y libertad en América Latina. 

Para ello podría encontrar inspiración y modelo en un puñado de camaradas ilustres como Jorge Edwards y Ricardo Lagos de Chile, Joaquín Villalobos de El Salvador y Luis Almagro de Uruguay, quienes – al estilo de la Generación del 98 en España – han tenido la lucidez de desmarcarse del imperiucho castrista y condenar sus desmanes. 

Son ellos, y los que de seguro seguirán su ejemplo, quienes ocuparán merecidamente un sitial honroso en la historia de nuestro continente.

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