El extraño prestigio del sentido común 

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El autor es periodista y escritor. Reside en Santiago de los Caballeros.

POR RAFAEL P. RODRIGUEZ

Uno de los sentidos al que más se recurre en cualquier conversación o iniciativa no sólo no existe, obviamente, como órgano necesario sino que suele empleársele mal e incluso peor.

El sentido común es el arma secreta de la simplicidad y la épica amarga de lo superficial. 

Los refranes son una de sus savias nutricias.

Es lo último a lo que deberíamos recurrir cuando los problemas por resolver necesitan un empleo a fondo de las neuronas. 

Tiene, en justicia, más nombre y prestigio del que se merece, como se intentará demostrar.

No es  que su uso correcto tenga necesariamente consecuencias negativas. La ciencia, por ejemplo, lo detesta por su simplicidad elemental. Pero lo necesita por sus descubrimientos casuales.  

Es que cuando ese falso sentido se dirige a lo obvio, a lo que todos, ritualmente creen como bueno y válido puede desviar, con funestos resultados, la atención desde lo superficial a lo superfluo, desde los contenidos serios a lo banal, olvidándose lo hondo y misterioso, que no es en modo alguno, desdeñable.

La mayoría de la gente -y no siempre se le debería culpar por ello- invoca el sentido común de forma ilusoria y engañosa.

La ciencia prescinde de él, como también la alta creación, que prefiere la intuición, que descubre con mejores luces las verdades.

Ese sentido, que más que eso es una circunstancia, un momento en el tiempo y en el devenir, está conectado a las creencias colectivas, a  una percepción , que puede ser superficial, como casi siempre ocurre, de la realidad.

Cuando se le ata al proceso no siempre claro de la pura visión literal de las cosas también incurrimos en autoengaño.

El sentido común es la idea que tiene el colectivo de los fenómenos de la vida, de las contingencias, de cómo deberían ser las cosas.

Pero cuando no se le emplea con un contenido reflexivo, con la experiencia detenida y orgánica de la realidad, hay un grave problema de aprehensión de esa realidad.

La equivocación se halla, por esa vía, al doblar de la esquina.

Por ser común es una palanca metafísica que sirve para halar las ideas que no necesitan mayores esfuerzos.

Se le debe usar en caso de una necesidad urgente, con grave cuidado, con mentalidad de relojero, y sólo si no hay  otro recurso a mano.

Es este un pájaro desplumado, una antigualla, un esfuerzo signado por la costumbre y nada más.

  Lo mismo puede guiarlo la ceguera, con terribles consecuencias, que dar en el blanco o  impactar en la diana equivocada. 

 Es este un sentido que puede avergonzarnos y en más de una ocasión lo logra.

Es mejor tener un sentimiento de las causas y de las cosas, no una palabra ideal para el ejercicio de la recurrencia.

JPM

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