Cosas de San Cristóbal: Trujillo y Nano Uribe

El mitin de Haina. Tras haberse recibido de doctor en leyes, fue nombrado mi padre, Adriano Uribe Silva, Presidente de la Junta Directiva del Partido Dominicano en el Municipio de San Cristóbal, por disposición del Generalísimo Rafael Trujillo Molina.

Esto aconteció a comienzos de la década de los 50, cumpliendo así el gobernante con la palabra empeñada a los jóvenes sancristoberos, de que su administración tendría siempre puertas abiertas para todo compueblano que mostrara ejemplos de superación en las ciencias, las artes, la música, los deportes, etc,…

El proyecto o expresa idea del mandatario tuvo por finalidad continuar quitándole a San Cristóbal el carácter rural o de sociedad bucólica, medievalista, que tenía, para así poder transformarla y que luego llegara hasta el nivel de las más avanzadas y cultas poblaciones urbanas de la República, tales como: La Vega, Santiago, San Pedro de Macorís, Puerto Plata, entre otras.

El Generalísimo nunca quiso que los jóvenes de la población de San Cristóbal heredaran la costumbre de sus ancestros y mayores del cultivo agrícola de subsistencia, el andar descalzo, la práctica del cambalache, las recuas de burros y las pocilgas  en los patios de las viviendas. Y les indujo, casi por obligación, a prepararse para que ingresaran a la Universidad, al Ejército, a las burocracias públicas y privadas, al Cuerpo Diplomático y a las Cámaras Legislativas.

Adriano Uribe Silva

Hizo lo que tenía que hacer, comenzó a insertar a S.C. en el concepto del Estado moderno. Así las cosas, y con esa significativa muestra de respaldo y confianza, llegó mi progenitor a esa importante posición. Importancia todavía más acrecentada por estar dicha posición enclavada en el lugar de nacimiento del gobernante, el cual éste visitaba por lo menos una vez cada semana, y en donde tenía, además, ricas y extensas propiedades agrícolas, ganadera y caballar.

A pocos días de reponerse de tan sorpresiva designación, mi padre quiso impresionar al férreo gobernante y a la colectividad regional, ideando llevar a realización una manifestación política en la comunidad de Haina.

Haina, recientemente una aldea de pescadores y colocada en la desembocadura del río de su mismo nombre,  dejó de ser lo primero y quedó convertida para esos años en el lugar de emplazamiento de la gran factoría de azúcar de caña llamada Central Río Haina, con un amplio puerto marítimo.

Aquí vinieron a residir centenares de personas con sus respectivas familias, quienes transformaron en poco tiempo a esta comunidad, haciéndose cosmopolita a consecuencia  de la llegada de obreros, técnicos y personal administrativo, de diferentes nacionalidades y que cambiaron el carácter apacible de ella por el bullicio y ruidos de gente y maquinarias de una ciudad fabril.

Por medio de un memorándum en el que dió sobradas razones y expuso mejores pareceres, el joven político le comunicó a Su Excelencia su proyectada manifestación;  informe que le fue llevado por un asistente a una de sus residencias campestres de S.C., la Casa Caoba.

En el interín, el joven político permanecía profundamente absorto y a la vez preocupado o impresionado por saber cuál sería la opinión del gobernante. Ella no tardaría mucho en llegar, como así ocurrió con todas las disposiciones tomadas por ese régimen.

Enterado ya el Jefe de la misiva y frente a sus acompañantes, alterado, enojado y conturbado, contestó con las siguientes palabras, y muy recalcadas:

  “Díganmele al ‘Colorao malo’, c….,  que Haina es una comunidad de trabajo y yo no quiero que la vayan a fastidiar con la política”.

Mi padre, cuando se enteró de esta rotunda decisión, solo atinó a decir, por lo bajo: “¡qué boche!”

(«Colorao malo» era el apodo por el que, a nivel popular, se conocía  desde muchacho a Uribe Silva en el San Cristóbal de esos tiempos.  Su otro apodo era Nano).

of-am
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