Los mangales de Capotillo

El aliento mañanero, con la tímida neblina que se aleja dando paso a los vigorosos rayos del sol naciente. El estridente canto del gallo y las afanosas gallinas con sus pollitos a cuestas, rondando la casa en procura de alimento. El borboteo del aromático café, a punto de ser servido en el jarrito esmaltado o la atesorada tacita de cerámica china, con florecitas. Los patios, barridos con esmero, cual si se esperase visita a temprana hora. Hasta donde alcanza la vista, el espacio lo ocupa la maravillosa estampa de los mangales en plena cosecha, que por estos linderos, se multiplican con profusión en todas las variedades posibles. Y, en el resto de la casa, todo un mundo de afanes, trajines y ocupaciones; Porque, en el ámbito de los dominios de La Vieja, no hay espacio para la holgazanería. Así lo recuerdo desde mis días de infancia. Así viajará por siempre en el fondo de mi corazón. Hipólito Reyes y Vitalina Jiménez fueron los artífices de ese inmenso amor por nuestras cosas que comenzó a incubarse desde el día fortuito en que, conmigo a cuestas, la abuela atravesó medio país para enseñarme un poquito de lo mucho que se aprende cuando se vive en tierras de Dajabón. De conocer lo demás, me encargué yo mismo. Y vaya que lo hice!! Alberto, Esperanza, Manuel, Santiago, Ana Hortensia, Mario, Sergio, Ercilio y Ana Rosa, -los hijos de la primera cosecha-, cada cual a su manera y en su esfera de influencia se encargaron de diseminar las sabias enseñanzas que nos legaron los abuelos y junto a ellos –y con ellos-, los nietos, biznietos, tataranietos y demás herederos de esa gran familia seguimos sembrando el ejemplo de trabajo, coraje y valor, para honrar su memoria. Cada jornada que transcurre en Pueblo Nuevo, La Peñita, Capotillo o Loma de Cabrera constituye una valiosa experiencia de la que extraemos provechosas lecciones de vida. La ocasión de expresar de manera concreta la solidaridad entre nuestros familiares más necesitados se hace presente en cada instante y parecería que detrás de cada plantita de café, en el vuelo fugaz de una cigua palmera o en el susurro del viento se encuentra la amorosa figura de Vitalina, estimulándonos a hacer lo correcto y a aunar esfuerzos por mantener siempre unidos a los miembros de esta numerosa familia. A causa de esto, cuando estamos allá se hace tan dolorosa la partida y no dudamos un instante para aferrarnos a cualquier excusa que nos permita permanecer, aun fuese por unas horas más, en el campito añorado. Para entender estas cosas y sentirlas en carne propia tal vez sea necesario que a Usted le corra por las venas algún hilillo de la sangre de los Reyes y los Jiménez. Y en cierto modo, a ellos va dirigido de manera especial este escrito. Pero es oportuno aclarar que, aunque algunos no conserven el apellido estampado junto a sus nombres, en el fondo de sus corazones sigue latiendo el ejemplo de esta gran familia. Además, aun sin formar parte de este conglomerado, es posible que muchos se sientan tentados a sumarse al rebaño, luego de apreciar el ejemplo de trabajo, cariño y abnegación que caracteriza a los descendientes de Hipólito y Vitalina. Por ello y otras cosas más, expongo estas palabras en homenaje a los que ya no están con nosotros, como un hálito de aliento a los deudos inmediatos de aquellos que nos dejan a cada instante, y como un mensaje especial a los que aun permanecemos vivos, a manera de exhortación para que nos busquemos, demostremos aprecio y volvamos -aún sea una vez al año- a nuestras raíces y esencias, al lugar en donde reposan los restos venerados de los abuelos y de varios de nuestros tíos, primos y demás familiares. Pueblo Nuevo, en Capotillo, es el lugar. Anímese y dele una oportunidad a la vida y la nostalgia. No deje que se termine la cosecha de los mangos!!

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