Trujillo y Ercilia Pepín

El cinco de enero del año l931 el Presidente Trujillo ordena al prestigioso médico Luís Eduardo Aybar, trasladarse a Santiago para hacer los esfuerzos necesarios que puedan aliviar los serios quebrantos de salud que afectan a la ilustre educacionista Ercilia Pepín. El diagnóstico del galeno, conjuntamente con sus colegas de esa ciudad, determina que la señorita Pepín tiene tres cálculos en un riñón, por lo que la junta de médicos decide su traslado a la clínica “Las Mercedes”, en la ciudad capital, para ahí ser operada por el doctor Aybar con la asistencia de varios facultativos que vendrían de Santiago para asistirlo en la intervención quirúrgica. Una ambulancia militar es enviada para el traslado de la respetable paciente. El doctor Aybar reconsidera su opinión en cuanto a intervenirla en su clínica, porque, a su juicio, tratándose de tan ilustre enferma “no se debía dejar de agotar a favor de ella los mejores recursos de la ciencia sometiéndola, preferentemente, a especialistas que ya hubiesen realizado repetidas veces la clase de intervención quirúrgica que reclama su caso”. Por tanto, se decide el traslado de la venerada enferma, considerada “honra y prez de la mujer dominicana” al hospital John Hopkins en los Estados Unidos. A fines de ese mismo mes de enero le fue extirpado el riñón derecho por estar en malas condiciones, según dio a conocer el Presidente Trujillo, en telefonema que le envió al señor Daniel C. Henríquez. A principios de marzo regresa la eximia educadora a bordo del vapor “Borinquen”, coincidiendo su viaje con la primera entrada que hizo al puerto dominicano este barco, cuyas llegadas regulares se harían tan familiar para los capitaleños como ya lo eran las del “Coamo”. Tan pronto desembarcó la señorita Pepín visitó al Presidente Trujillo para expresarle su reconocimiento y agradecerle que costeara su viaje y la operación a que fue sometida. Recuperada su salud, se reintegró a sus labores docentes en la dirección de la escuela Méjico, hasta que en el mes de mayo, tanto ella como el profesor Sergio Hernández, Director de la Escuela Normal Superior de Santiago, fueron reemplazados por “haber dispuesto un Duelo Escolar con motivo de la muerte de un maestro que cayó en una acción de armas contra el Poder constituido”. Ambos fueron jubilados por disposición del Presidente Trujillo, quien, refiriéndose a ese acto cometido por los dos respetados profesores, dijo sentirse extrañado porque el Duelo Oficial sólo puede ser declarado por al Consejo Nacional de Educación; además, por las consideraciones y afectos suyos a los profesores Hernández y Srta. Pepín, por cuya salud se interesó últimamente por admiración a ella y a Santiago que consideraba a la educadora como su «Madre Espiritual”. Luego de ese incidente que la alejó definitivamente del magisterio, Ercilia Pepín vive erguida dentro de la comunidad santiaguense en la cima de su pasado glorioso. La pensión que le corresponde por su jubilación no le es entregada, lo que era normal en aquellos tiempos de precariedades económicas del Estado. Un año antes de concluir su vida fecunda en ejemplos de entrega altruista a la causa de la patria y el magisterio, dirige una sentida carta al Presidente Trujillo, a quien trata de “distinguido amigo mío” y le expresa en alta voz, «antes de que mi organismo físico sea vencido por la cruel dolencia que mina mi existencia y ya no pueda hablar”. Reconoce, además “la gallardía de usar sus facultades de gobernante ordenando que me fuese pagada la creencia que desde hace tiempo tiene contraída a cargo del Estado por concepto de servicios prestados en la profesión del magisterio como Directora y Maestra de la Escuela Méjico de Santiago”. En su larga y evocadora carta, desempolva recuerdos que reflejan la mutua admiración y respeto que existía entre esas dos fuertes personalidades; entre otras memoranzas, la señorita Pepín cita: “cuando el 24 de julio de l924, el entonces Mayor Trujillo comandaba las fuerzas militares en Santiago y la Fortaleza San Luís estaba ocupada por un millar de soldados y oficiales norteamericanos. La acción nacionalista encabezada por mí había preparado un acto de reafirmación patriótica que consistía en enarbolar en dicho recinto y en presencia de las fuerzas de ocupación la bandera dominicana…El sentimiento patriótico que es timbre de honor en el Generalísimo, brilló en las acciones del mayor Trujillo…solícito prestó su decidido concurso para que yo pudiera enarbolar en aquel acto inolvidable, el pabellón nacional, y dispuso que a tal acto concurrieran a participar las tropas dominicanas bajo su mando”. El Presidente Trujillo responde a “su distinguida y fina amiga” su afectuosa carta, que es “una bella página de exaltación de la gratitud y que usted traduce en virtud y deber y también en placer de la mente y del espíritu que no sabe callar ni olvidar”. El 12 de agosto de l938, Ercilla Pepín vuelve a dirigirse a su “viejo y gran amigo” para agradecerle el otorgamiento de la Cruz de Juan Pablo Duarte, por lo que “cumple a mi gratitud no olvidar nunca la fuente que apagó mi sed ni el oasis que el amigo noble y generoso abre en mi infortunio como paréntesis de consuelo y esperanza”. En un importante acto llevado a cabo en su residencia de la avenida Duarte, por el delicado estado de salud en que se encuentra, la señorita Ercilla Pepín recibe la condecoración de manos del senador Mario Fermín Cabral, quien al imponerle la Orden pronuncia hermosas y confortantes palabras que reflejan el sentir de todo el pueblo de Santiago hacia “esa dulce y buena amiga, maestra de nuestros hijos, madre de los hijos de Santiago”.

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