OPINION: Cuestión de conciencia
YBOR CITY, Florida.- Las complicaciones del mundo contemporáneo nos reservan de vez en cuando las más interesantes sorpresas. No sin que les falte en ocasiones el toque incisivo de alguna que otra enseñanza. De algo así nos llega así de escenarios norteamericanos.
La política Norteamérica parecía ser un conflicto de fronteras entre el poder temporal y el espiritual era cosa del pasado. De cuando los papas disputaban con los reyes. O de cuando algún emperador tenía que presentare como penitente en Canosa o espera bajo la nieve a que Su Santidad se dignase recibirlo. Pero no. Aun sin el dramatismo de aquellos tiempos que hoy nos parecen de leyenda, como una ilustración de Durero, la misma cuestión acaba de plantearse –bien que, naturalmente, con formato muy diferente— en la zona cargada de electricidad de las dos Norteamérica actuales. La demócrata y la republicana.
En vista del progresivo deterioro de la fe cristiana en la que está bajo el orden liberal izquierdizante, no se ha puesto de pie un obispo o un dirigente denominacional que como Lutero ponga y clave ante el Capitolio lo que la Iglesia debe establecer en estos momentos de crisis en que los cimientos de una Nación se tambalea gracias a un grupo de corruptos, ladrones, sicarios, asesino, narcotraficantes, quienes el amor al dinero les ha podrido las raíces morales de lo que les enseñaron sus antepasados. No se me olvida en aquella ocasión cuando el fandango de las dos alemanias, el obispo luterano de Berlín, Otto Dibelius, creyó llegado el momento de decir algo a la altura de su elevada responsabilidad. Achacando el fenómeno a la tremenda absorción política del sistema totalitario, especialmente sobre las generaciones jóvenes, el obispo declaró paladinamente que las leyes de la Alemania Oriental no son validas para los cristianos.
Puede que el que no esté familiarizado con estos tiquis-miquis teológicos no alcance a verle el pespunte a esta costura. Pero un pueblo como el alemán sí, Aparte de que en la figura de Dibelius sólo le gana en impacto público la del canciller Adenauer, la declaración episcopal hacia blanco en la medula misma de una histórica experiencia nacional. A quien se le debe obediencia primero, ¿a Dios o al estado?
Aquel venerable eclesiástico que tenía 79 años cuando emitió la declaración dio a a conocer su opinión de Hannover y en una conferencia pública sobre un polémico texto de San Pablo en la Epístola a los Romanos.
Es esto último lo que le ha despertado sus cosquillas a la mentalidad teutónica, aficionada al árido deporte de la filosofía profunda y espesa. El citado versículo paulino dice nada menos: «Toda alma se someta a los poderes superiores (el estado). Porque no hay poder sino de Dios; y los que existen han sido ordenados por Dios. Quienquiera, pues, que resiste al poder, resiste a las ordenanzas de Dios» (Romanos 13:1) En otras palabras, el cristiano tiene siempre que obedecer al poder existente, cualquiera que sea su naturaleza.
Esta por lo menos es la interpretación a que muchos atribuyen la pasividad con que la mayoría de los cristianos alemanes soportaron a Hitler. Y es a la que se apela siempre que se quiere justificar o insinuar la abstención cívica del creyente. Ahora está el ejemplo de Dietrich Bonhoffer que fue a la horca por no claudicar por sus creencias cristianas.
Dibelius, sin embargo, niega rotundamente que semejante doctrina tenga aplicación en el caso del estado totalitario. Con lo cual sienta a su vez una audaz y significativa «jurisprudencia» teológica. «Los poderes totalitarios –dice en su declaración—no pueden considerarse entre aquellos de que hablaba el Apóstol, porque en esos estados no existe el derecho en el sentido cristiano de la palabra.» El aborto, la homosexualidad, la destrucción de la Segunda Enmienda de la Constitución de la Unión Americana, los conciliábulos con terroristas para sacarles dinero y venderle las bases de esta nación son símbolos y señales del totalitarismo hacia donde quieren llevar al país de Washington, Jefferson y Lincoln los liberales encabezados por un grupo de corruptos que se sirven del pueblo para seguir amasando sus nauseabundas fortunas.
En sus efectos prácticos, las consecuencias de la actitud del obispo de aquella época y del pueblo norteamericano son todavía imprevisibles. Pero la reacción no se ha hecho de esperar. Ya varios de sus colegas de entonces se apresuraron, como medida de seguridad, a dejar constancia de su desacuerdo. La junta de diáconos de su propia congregación de Berlín hizo público que no se solidarizaba con lo manifestado por su pastor. «Creemos –subrayaron prudentemente— que la obediencia requerida por la Sagrada Escritura comprende también a los gobiernos que hoy existen. Camaleónicas palabras…
A todo ello Dibelius respondió con el silencio. Los que lo conocieron dicen que en realidad logró lo que se proponía: recordarles a los alemanes el preciso derecho a tener una opinión propia. En suma, una típica cuestión de conciencia que es lo que los demócratas encabezada por una mentirosa patología quiere quitarle a todo un pueblo lleno de historia, prosperidad y libertades sin límites.
Con esos principios que una mafia quiere destruir el pueblo que se llama Cristiano, o, cretino es que debe salir a votar masivamente. Guerra avisada no mata soldado en esta carrera de Galgos y Podencos. Los espejismos políticos son muy peligrosos y el pueblo creyente en Dios no puede pasarle, ante este complicado problema, lo que se nos viene a la mente de aquella fabula en que unos conejos, detenidos en medio del camino, argumentaban acerca de si eran galgos o si eran podencos los perros que ya estaban al morderles el pescuezo. La consigna es ir a votar y no espere el último momento porque se presagia lluvia y tumultos en toda la Unión Americana. Yo voté. ¿Acaso usted lo hizo? Luego no grite ni patalee como niño malcriado.

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