Valores familiares y cristianos: pilares de sociedad en busca de paz

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EL AUTOR es Master en Gestión y Políticas Públicas. Reside en Santo Domingo

Han pasado más de dos mil años desde la crucifixión de Jesucristo, y los valores que Él predicó —el amor al prójimo, la humildad, el perdón y la fe— siguen siendo faros morales para millones de personas en todo el mundo. Lejos de desaparecer, su mensaje se ha arraigado profundamente en la conciencia colectiva de la humanidad. Aquellos que han abrazado las enseñanzas de Jesús y han edificado sus hogares sobre esa roca firme (Mateo 7:24) han formado familias que destacan por su integridad, su compromiso con la verdad y su contribución a la sociedad.

La historia demuestra que las civilizaciones más estables han sido aquellas que han fortalecido el vínculo familiar. La familia, entendida como la unión de un hombre y una mujer junto a sus hijos, ha sido tradicionalmente el núcleo donde se transmiten los valores esenciales: respeto, responsabilidad, amor, solidaridad, trabajo y fe. La Biblia lo afirma claramente: “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él” (Proverbios 22:6).

En este núcleo primario se aprende a obedecer normas, a convivir con otros, a respetar la autoridad y a trabajar en equipo. Cuando la familia funciona en armonía, se convierte en un microcosmos de orden y bienestar. En cambio, cuando este núcleo se debilita, la sociedad entera sufre: crecen la violencia, la descomposición social, las adicciones, el abandono infantil y otros males.

La fe cristiana —en sus diversas expresiones, tanto católica como evangélica— ha sido históricamente un bastión para el fortalecimiento de la familia. Desde el Edicto de Milán en el año 313, cuando el emperador Constantino legalizó el cristianismo en el Imperio romano, hasta las sociedades contemporáneas con fuerte tradición cristiana, la Iglesia ha promovido la importancia del matrimonio, la fidelidad conyugal, la crianza responsable de los hijos y la dignidad del ser humano como hijo de Dios.

En el Nuevo Testamento, san Pablo exhorta a las familias a vivir con amor y orden: “Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia… Hijos, obedeced a vuestros padres en el Señor, porque esto es justo” (Efesios 5:25; 6:1). Esta visión de una familia basada en el amor y el respeto mutuo ha sido clave en la formación de generaciones estables y en la edificación de sociedades más pacíficas.

En los tiempos que corren, los valores familiares enfrentan múltiples amenazas: el relativismo moral, la pérdida del sentido de trascendencia, la hiperconectividad sin vínculos reales, el consumismo, la cultura de la inmediatez, entre otros. En muchas partes del mundo, se intenta redefinir la familia sin considerar las consecuencias profundas que esto puede tener en el equilibrio emocional y social de los individuos.

Esta situación demanda una reflexión seria y un llamado urgente a volver a las raíces. No se trata de imponer creencias, sino de reconocer que los principios cristianos han demostrado ser eficaces en la construcción de sociedades estables, solidarias y pacíficas. No por azar, los países con mayores índices de bienestar y cohesión social han promovido durante siglos una visión cristiana del ser humano y de la familia.

Construyendo la paz desde el hogar

Jesús dijo: “Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mateo 5:9). Esta paz no comienza en los gobiernos ni en las organizaciones internacionales, sino en el hogar. Una familia guiada por el amor a Dios, por el respeto mutuo y por la práctica de los valores cristianos es una fuente de luz en medio de la oscuridad del mundo.

Los padres que oran con sus hijos, que les enseñan a amar la verdad, a servir al prójimo y a vivir con gratitud, están sembrando la semilla de una sociedad mejor. Las iglesias, las escuelas y las comunidades deben apoyar esa labor, entendiendo que el futuro de cualquier nación depende, en gran parte, de la salud moral y espiritual de sus familias.

La historia y la fe nos enseñan que no hay verdadero progreso sin valores, ni hay paz sin justicia, ni justicia sin amor. La familia y la fe cristiana son, y seguirán siendo, las columnas sobre las que se edifica toda sociedad humana digna. Por eso, cultivar los valores familiares y religiosos no es una nostalgia del pasado, sino una inversión en el porvenir. El Z

Día de los Padres debe llamarnos a todos a reflexionar sobre nuestra familia y la sociedad, en esta epoca de vida virtual.

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4 meses hace

Otra víctima mas del adoctrinamiento religioso. Según tu criterio una mujer divorciada criando 3 hijos no constituye una familia porque falta el padre. Caballero, hasta un **** es parte de la familia. Y la educación en valores no es exclusiva de los cristianos.