Estos Jesuitas

Tenemos un sabor amargo de los religiosos, sobre todo cualquier variante de la iglesia católica, metida en política-partidista. La iglesia siempre ha tenido un lado oscuro, que se aparta de su prédica cristiana, para entrar al enlodado terreno de las pasiones humanas.
Lo mejor para los religiosos es quedarse con olor de incienso, llevando a cabo su prédica y no dando saltos al vacío que los colocan en una posición partidista. La lucha contra la corrupción es de todos. Hay que enfrentar a los que toman el dinero público y enviarlos a la cárcel.
En una agenda tan dispersa en un intento de frente de masas, como la Marcha Verde, la decisión de apoyo de los Jesuitas es un mal paso. El principal problema dominicano es el hambre, la miseria extrema, la mala distribución de la riqueza.  La corrupción es uno de sus efectos colaterales.
Si los Jesuitas deciden integrar a su sermón la lucha contra la corrupción, lo veo bien, pero que salgan a  la calle con una bandera partidista en mano, es una mala decisión.  No se van a pisar  la tierra de los barrios buscando reivindicaciones, sino entran en una lucha anticorrupción donde tienen amplia participación los empresarios y se habla hasta del brazo político de la embajada de los Estados Unidos.
Cierto que en la Macha Verde hay remanentes de izquierda, derechistas inconfesables, mercaderes  de la política que van a ella tratando de conseguir posiciones para venderse al mejor postor, y también mujeres y hombres que luchan contra los excesos, la corrupción de funcionarios  y el enriquecimiento ilícito sin   cuartel ni control.
Los curas no pueden tratar de salir a la palestra nacional, dejando inconclusa la agenda por el desarrollo y el bienestar de la colectividad.  Una iglesia que no sea auto-critica no me parece que es la que debe llevar banderas en luchas particulares.
Los jesuitas han sido una vanguardia de la iglesia en demandas sociales, pero también son uno de los responsables de que se intensifique la emigración haitiana ilegal en el país. Juegan muchas caras, y su apoyo a la Marcha Verde es una de tantas.
La iglesia que rehúye la prédica social, y que no busca acabar con las desigualdades comunitarias, la mala distribución de las riquezas, y poner fin a la vil explotación de las mayoría, no puede ponerse una chamara verde para vender la idea de una renovación y de nueva capacidad de lucha que se tiene que demostrar en la práctica. 
El hombre es él y su coyuntura. Las pugnas internas de la iglesia no deben llevar a la desesperación a sus soldados de avanzada.
JPM
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